logoIntroduzca su email y recibirá un mensaje de recuperación de su contraseña






                    




articulo

Un reto llamado identidad/1

Victoria Gómez - @Victoria_GomezR

Conversación con David Luque


pdf

Acceso a entrevista o artículo relacionado

Las reflexiones a las que nos llevan las preguntas de la cultura contemporanea, que es la atmósfera que nos envuelve a cada uno personalmente y a todos colectivamente, nos pone ante una cuestión fundamental: nuestra identidad. ¿Cómo definirla? ¿Cómo se forma? ¿Hay que protegerla? ¿Debemos dilatarla? ¿Existen indicadores que ofrecen luz en este arduo camino? El artículo que sigue (publicaremos la segunda parte en el próximo número) es fruto de la conversación entre David Luque  y el colectivo que produce el podcast 12 palabras para 20221. El diálogo ha resultado ser otro trecho de camino hacia lo que nos hace más humanos, y por tanto más libres y más conscientes de nuestro ser-en-el-mundo. 
 
¿Cómo te gusta identificarte?
Me gusta pensarme como en la canción de los Marea, la banda de Berriozar cuyas letras escribe Kutxi Romero: El hijo de la Merce. Porque me gustan mucho las raíces de mi familia y su biografía: emigrantes de Andalucía que van a Madrid a buscarse la vida, con mi abuelo carpintero, mi abuela que trabajaba en telares, la chacha –mi tía abuela– que vivía con nosotros y también trabajó en telares, mi padre electricista, mi madre y mi tía costureras, mi tío en banca… Me gustan esas raíces sencillas y humildes, y me gusta identificarme con esa parte de Andalucía, aunque yo no tenga el deje andaluz. 
 
¿Sabrías definir tu identidad más profunda? ¿Podemos cada uno conocer la nuestra?  
Probablemente yo no sé cuál es mi identidad más profunda, ni probablemente ninguno lleguemos a conocerla en toda su profundidad. Si así fuese, no habría espacio para ella en el juicio escatológico, quiero decir, no un juicio en donde alguien nos juzga, sino donde nosotros mismos viésemos nuestra propia vida, también con esas zonas de oscuridad que viven en nosotros y que, cuando alguien nos pregunta por nuestra identidad más profunda, nos preocupamos de no contar. Todo esto está en manos de Dios, y, en fin, creo que no podemos llegar a conocernos de ese modo.
 
Hay identidades que pueden herir a personas o grupos específicos, pero son inseparables de quienes las poseen. 
Creo que no se deba plantear el tema de la identidad como algo que está depositado en ti de manera incondicionada, sino como algo profundo de lo que vas tomando conciencia poco a poco. La formación de la identidad consiste en un proceso negociado con las relaciones que mantenemos con quienes conviven con nosotros, de un modo u otro, y con la realidad que nos rodea. En ese proceso te confrontas con personas radicalmente iguales a ti y radicalmente opuestas en los planteamientos teóricos, en las opiniones, en la forma de comprender la experiencia moral, política, estética, religiosa... Y no se llega con una identidad perfectamente formada a este encuentro, lógicamente. La familia es el ejemplo más claro: es lo más diverso y disparejo que existe en la realidad, y, al mismo tiempo, es el reflejo de la sociedad misma, donde formamos nuestra identidad en una medida importante. 
Yo, por ejemplo, me podía comprender en la relación con mi padre, mi madre y mi hermano mellizo, pero eso no implicaba que me pareciese a ellos, sino más bien al revés. Pero ellos, precisamente por ser distintos a mí, me rebelaron quién iba siendo yo. Cosa distinta es la cuestión de herir a otros por ser quien yo soy. Ahí, el hecho de que alguien se sienta herido por mi identidad, no depende tanto de quien yo soy, sino de la persona misma que se siente herida –naturalmente, si la forma en que actúo no va contra ella–. Esta convicción, casi estoica, me ha dado siempre mucha libertad y la posibilidad de convivir libremente con la complejidad de nuestro entorno.
 
Identidad y fragmentación. A menudo se habla de identidad a partir de los nacionalismos, pero a veces incluso respecto a la afiliación deportiva, un grupo de rock, una corriente filosófica... 
Creo que así se plantea mal el problema. Cuando hablamos de identidad desde esos presupuestos nos referimos a individuos o colectivos que subrayan solo uno de los rasgos que la componen. Pero eso, más que un proceso de formación o de descubrimiento de la propia identidad, es un proceso de radicalización. Tiene lugar en personas que necesitan sentirse seguras en un aspecto muy reducido de la realidad, y por eso tienden a subrayarlo frente a todo lo demás y hacerlo crecer. Sucede como con el gas noble: aunque en mínimas proporciones, tiende a ocupar todo el espacio. Por tanto, cuando el rasgo excluyente con el que te identificas es tu patria, te vuelves un patriota intolerante; cuando es lo religioso, te vuelves fundamentalista y fanático... Distinto es cuando ese rasgo negocia con otros aspectos de la realidad, con el fin de incluirlos en su configuración. Por ejemplo, yo puedo ser una persona religiosa y comprender que haya personas que no lo son y me enriquecen. En este caso, mi religiosidad no las excluye sino que las incluye, enriqueciendo mi propia experiencia religiosa, de modo creativo, original, empático. Por tanto, el problema de las identidades excluyentes son formas erróneas de comprender los procesos de formación de la identidad, debido a que un único rasgo tiende a esconder y minusvalorar todos los demás. Son problemas típicos de la radicalización que, incluso en forma leve, casi todos vivimos en ciertos momentos de la vida.
 
La formación de la identidad, por tanto, no se da sin una actitud dialógica... 
Sobre este tema, Charles Taylor2, filosofo canadiense que escribió A Secular Age y obtuvo el Premio Ratzinger, desarrolla un núcleo argumental donde analiza el tema de las protoconversaciones. A saber, elementos lingüísticos como gritos, risas o llantos con los que los niños logran comunicarse con su entorno. Taylor afirma que el lenguaje es lo que nos proporciona a cada uno el modo de ser y de vivir y, a través de él, en todas sus formas y contextos lingüísticos y extralingüísticos, nos desarrollamos. Lo interesante  de esas ideas son dos cosas. La primera: el contexto de comunión, referido a las personas cercanas (mi padre, mi madre, mis hermanos, los cuidadores, los tutores, etc.) que me transmiten una interpretación de la realidad en la que yo comienzo a habitar. La segunda: lo que nos proporciona ese contexto en heredad, que el propio Taylor llama un lenguaje de amor, que nos permite dar las primeras respuestas sobre quienes somos y lo que comienza a ser el mundo para nosotros. 
 
Por tanto, ese es el camino para que la identidad madure y se enriquezca. 
¡En gran medida, sí! Porque es el camino contrario al del contraste o la oposición del que hablábamos antes. Si seguimos pensando con Taylor, hay un momento en que él lee al Gadamer3 más social para articular la idea de la fusión de horizontes. El horizonte (sinónimo para él de conjunto de posibilidades que se abren ante el individuo) se enriquece en el encuentro entre personas  y culturas, donde, si existiese una cultura superior, esta no miraría a las otras como inferiores, con un deje “misericordioso” o “piadoso”, sino que reconocería en ellas algo sumamente valioso que las enriquecería. Por tanto, si la pregunta es: ¿nuestra identidad se forma en el contacto con lo otro? Mi respuesta es: sí, se forma en el contacto con lo radicalmente otro, me da igual si ese otro tiene minúscula o mayúscula.
 
Se dice que el ser humano vive instalado en una irrealidad perenne y por tanto proyectado hacia el futuro... 
En realidad, no parece que tengamos otro modo de vivir. A mí me parece tan bonita y tan creativa esta forma de imaginarnos. ¡Tan humana! Hay una imagen que nunca he contado, que tiene que ver con la primera vez que decidí estudiar teología. Fue en EEUU. Yo cogía un autobús desde la universidad a casa, siempre a la misma hora y, día tras día, encontraba a un judío ortodoxo que, en medio de un bus atestado de gente, viajaba ensimismado leyendo la Torah, con su kipá y balanceándose como imbuido en una oración. Observarle así me llevó a decirme a mí mismo: «¡Yo quiero eso! Hay una parte de mí que es eso», aunque en ese momento yo no lo era. Este es un ejemplo para decir que hay momentos de revelación o de epifanía que nos llegan a través de otras personas, las cuales nos muestran quiénes somos o qué estamos llamados a ser. En aquel momento me dije: quiero estudiar teología. Ese buen hombre que rezaba en medio de un autobús me reveló parte de mi vocación.
 
La identidad se va enriqueciendo en el contraste y en la relación con todos. ¿Es insensato quien sostiene que hay que defenderla y protegerla a toda costa? 
Planteada así, la identidad es sinónimo de ideología, y es un presupuesto erróneo. Es cierto que hay rasgos de nuestro carácter que nos identifican. Yo soy mellizo, como he dicho, y desde el minuto uno del partido mi hermano y yo jugamos en el mismo campo, usamos los mismos vestuarios, con experiencias de vida semejantes. Sin embargo, somos radicalmente distintos: tenemos equipos de fútbol distintos, bandas de rock favoritas distintas, etc. Hay una base de lo que nosotros somos que nos constituye: rasgos de carácter con los que nacemos y que algunos llaman temperamento. Pero si identificamos eso, la persona que somos, constitutivamente aunque se pueda educar, con un partido político, un equipo de fútbol, un grupo rock, cometemos el error de identificar algo que nos conforma con algo puramente accidental o contingente. Es defender una ideología pensando que defendemos una identidad. 
Al mismo tiempo, no hay que tener miedo de posicionarse de forma transigente en un modo concreto de pensar, siempre que asumas que, tarde o temprano, podrías descubrir que estás equivocado, si se diera el caso. Hay que separar los planos político, religioso, cultural, social, que en algunas ocasiones se entremezclan de manera confusa y violenta. Sin diálogo. Estoy convencido de que hay problemas de puro sentido común que tienen que resolverse de una forma educativa elemental, y esa resolución permearía lo mediático, lo político, lo social, porque lo educativo bien hecho, bien desarrollado, sin presiones, sin intereses, resolvería de por sí también cuestiones políticas y cuestiones sociales que tienen que ver con la formación de la identidad de las personas.
 
¿Qué imagen podría representar la identidad?
Algunos personalistas que he leído usan la imagen del barco de Teseo4: un barco continuamente dañado y continuamente reparado, que, al final de su viaje, sigue teniendo una proa, una vela, un timón que han sido sustituidos. Pero ese barco sigue siendo el barco de Teseo. Igual somos los seres humanos: vivimos constantemente experiencias positivas y negativas, y al final de este viaje que es nuestra vida, a pesar de los cambios que nos proporcionan esas experiencias, seguimos siendo nosotros. Eso que permanece es la identidad.  Pero esas experiencias, como dije antes, forman parte de un proceso negociado con la realidad, pues cuando reflexionamos sobre ellas y las interiorizamos, llegamos a conclusiones morales y existenciales que nos permiten madurar. No somos puro individualismo o puro colectivismo, sino que somos una identidad dialogada. Es un proceso más vivo y rico de lo que se imagina. La interioridad del ser humano no está hecha de compartimentos estancos, sino de continuas relaciones internas que se interpenetran unas a otras. Es ahí donde decidimos nuestra identidad.
 
 
 
David Luque cursó estudios en educación, en la Universidad Complutense de Madrid. Más tarde simultaneó sus estudios en teología con la redacción de una tesis doctoral sobre John Henry Newman. Ha sido visiting scholar en universidades de Irlanda, Italia y Estados Unidos. Actualmente imparte docencia en la UCM y pertenece al grupo de investigación «Cultura Cívica y Políticas Educativas». En reconocimiento a su carrera académica ha sido galardonado con los Premios Extraordinarios de Licenciatura y de Doctorado, el Premio Complutense de Humanidades y el primer Premio Nacional de Excelencia Académica en el ámbito de la educación. 
‡ https://educacion.ucm.es/david-luque-mengibar
 
 

1 ‡ https://open.spotify.com/ episode/3iPc2sHBDPO4albDGNtcPz?si=TBhX3xVlSluFRdGg_6LjMA

2 Charles Taylor (Canada, 1931), profesor de filosofía y derecho, reconocido internacionalmente por sus reflexiones sobre la naturaleza del Estado moderno y los retos para articular su diversidad religiosa y cultural. En los últimos años, su investigación se ha centrado en el estudio del papel de las religiones en las sociedades modernas.
 
3 Hans-Georg Gadamer, pensador alemán de la segunda mitad del siglo XX. Su obra cumbre Verdad y método (1960) da inicio a la hermenéutica filosófica. Su característica dominante, según Habermas, es el esfuerzo continuo por “establecer puentes”, no solo entre las personas, sino también entre las diferentes tradiciones culturales y de pensamiento.
‡ https://www.philosophica.info/
archivo/2019/voces/gadamer/Gadamer.html 

4 ‡ https://verne.elpais.com/verne/ 2020/07/29/articulo/1596021720_509629.html

 




  SÍGANOS EN LAS REDES SOCIALES
Política protección de datos
Aviso legal
Mapa de la Web
Política de cookies
@2016 Editorial Ciudad Nueva. Todos los derechos reservados
CONTACTO

DÓNDE ESTAMOS

facebook twitter instagram youtube
OTRAS REVISTAS
Ciutat Nuova