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Putin no es Rusia

Giovanni Guaita

El autor, de origen italiano, es monje y sacerdote de la Iglesia ortodoxa rusa. Vive desde hace 35 años en Moscú y hace dos años fue noticia por acoger en su iglesia a 200 manifestantes que huían de la violencia policial. El texto recoge su lectura sobre la actual agresión, que ha expresado en diversos artículos y entrevistas.


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¿Cómo se vive la guerra desde Moscú? No es fácil hablar del enfrentamiento entre David y Goliat cuando te encuentras en la parte de Goliat sin quererlo. Quizás esta noche las tropas rusas entren en Kiev. ¡Dios mío!
Es una locura, un crimen. Muchos ciudadanos rusos, además de dolor, sentimos vergüenza, un oscuro sentimiento común de culpa. Lo más triste, aparte de la violación del derecho internacional, es la barbarie de víctimas. Probablemente son miles en ambas partes, pero pueden aumentar exponencialmente. Y luego la destrucción, la ruina, la desesperación, huir del sitio donde naciste, el llanto de niños, mujeres y hombres inocentes.
¿Qué puedes decir cuando sabes que estás en la parte equivocada y te preguntas qué hacer para pararlo? Desde hace años en Rusia casi todos los periódicos, radios, televisiones y sitios web demonizan Ucrania y Occidente, propagando la nueva ideología estatal del patriotismo, una ensaladilla rusa de nostalgia soviética, imperialismo y estalinismo. La escasa y tímida oposición cada vez está más perseguida. Los pocos canales YouTube y sitios Web de información que no están sometidos al gobierno tienen que poner en grandes caracteres: «declarado agente extranjero por el gobierno federal». Hay leyes que penalizan la «falsificación de la historia», o sea, cualquier interpretación que no sea la oficial. Ahora están prohibidas expresiones como guerra, invasión o víctimas civiles. Se trata de una «operación militar para liberar y desnazificar Ucrania». Las redes sociales, los teléfonos fijos y móviles y la mayor parte de las aplicaciones de mensajería son controlados. Internet funciona más lentamente.
Desde el inicio de la operación militar, en Moscú y otras ciudades algunos manifestantes han salido a la calle con carteles o gritando «no a la guerra», unos cuantos miles han sido detenidos, encarcelados, procesados, condenados y multados. Los estudiantes que participan en esas manifestaciones son expulsados de la universidad y los trabajadores despedidos. Y los exponentes más conocidos de la oposición reciben la visita de agentes de la policía advirtiéndoles de no participar en ninguna manifestación pública.
El rublo se ha precipitado incluso antes de que entraran en vigor las sanciones internacionales. En un día hemos perdido los ahorros de un mes. Y lo peor está por llegar. La gente corre a retirar su dinero del banco por temor a que las cuentas sean congeladas o confiscadas. La crisis económica solo acaba de empezar. ¿Qué va a hacer Rusia aunque consiga doblegar Ucrania? Es un país muy vasto, con un orgulloso pueblo de 40 millones de habitantes. Solo con represión y terror podría someterla, lo cual supondría para Rusia una guerra de guerrillas con enormes gastos y pérdidas. Sería como tener el terrorismo en casa…
Lo más triste son las víctimas de estos días, ucranianas y rusas. Algunas fuentes hablan de miles de soldados muertos, muchachos que hacen el servicio militar. Un obispo ortodoxo ucraniano pidió a las autoridades poder retirar los cadáveres para darles sepultura, pero el gobierno no reconoce ni una víctima.
Aunque mi pasaporte es italiano, soy un monje y sacerdote de la Iglesia ortodoxa rusa y vivo aquí desde hace 35 años. La embajada ha aconsejado a los italianos que salgamos de Rusia, y muchos lo están haciendo, a veces por rutas rocambolescas, ya que el espacio aéreo europeo está cerrado. Pero no tengo intención de irme. Estoy aquí para compartir la vida de esta gente, su alegría, su dolor y su frustración por no poder hacer nada, la vergüenza y el sentimiento de culpa.
El día que las tropas rusas entraron en territorio ucraniano pensé en organizar una oración pública por la paz, pero algunos de mis hermanos de la iglesia se asustaron con la idea. Así que lo hice desde casa a través de mi canal en YouTube y participaron 500 personas. Dos días después empezamos a hacerlo en la iglesia. Un pequeño grupo de sacerdotes publicó su condena contra la guerra y pocas horas después ya la habían firmado otros 200 hermanos. Peticiones similares las han hecho personalidades de la cultura y varias categorías profesionales. «Exhortamos a las partes enfrentadas a dialogar –dice el mensaje de los sacerdotes ortodoxos– porque no hay otra alternativa a la violencia. Solo la capacidad de escuchar al otro puede darnos esperanza para salir del abismo en que nuestros países se han precipitado en pocos días. Daos a vosotros mismos y a todos nosotros la posibilidad de entrar en la Cuaresma con espíritu de fe, esperanza y caridad. ¡Parad la guerra!».
¿Qué futuro nos espera? Tengo esperanza en que la guerra acabe pronto, pues las consecuencias serán muy graves para todos, sobre todo las víctimas, ucranianas o rusas. La misma Rusia sufrirá una crisis económica y volverán fenómenos propios del final de la era soviética: falta de muchos productos, mercado negro, desocupación, criminalidad, descontento en la población… Puede que hasta una guerra civil. Otra posibilidad es que los oligarcas que apoyan al gobierno vean afectados sus intereses y presionen para que esto cambie.
Hay que parar la violencia con un inmediato repliegue de las tropas. Hace falta lo que en griego se dice metanoia, una conversión. Hay que reconocer el mal y decidir no querer hacerlo más. También reconstruir. Y no solo lo destruido en Ucrania, sino sobre todo, en Rusia, la conciencia de la gente. No puede haber derecho sin verdad: el mal es el mal y el bien es bien. Con todo, soy optimista. Mucha gente en Rusia esta manifestando su desacuerdo con lo que está sucediendo y, como en todo cambio social, se requiere una masa crítica, un mínimo. Igual que en el episodio bíblico, bastan unos pocos justos para que la justicia, el derecho, la verdad y la paz no sean cuestionadas.




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