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Cuando sea mayor

Ana Moreno Marín

El 28 de septiembre se celebrará en Roma la I Jornada Internacional de las Personas Mayores.


En España hay casi ocho millones y medio de personas mayores de 65 años, un 18% de la población. Y según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2052 supondrán el 37%. ¿Pero cuál es el papel que la sociedad reserva a los mayores hoy? ¿Cuál será mañana?

 

¿Un problema de los mayores?

 

Según el INE, a 1 de enero de 2014 en España había 1.709.186 hogares en los que reside una persona mayor sola, un 25,8% más que hace 10 años. Y en 3 de cada 4 de estos hogares esa persona mayor es una mujer.

 

La soledad es precisamente una de las principales dificultades que encuentran. Así lo afirma Pepa, quien a sus 91 años no ha perdido la sonrisa. Viuda desde hace 18, tiene 2 hijas, 6 nietos, 11 biznietos y una tataranieta. Pero cuando llega la noche, «te metes en la cama y te da mucha pena. Y más teniendo mucha familia. Cada uno está en su casa y tú te ves mayor... A veces te dan ganas de llorar». Amparo, de 74 años, viuda desde los 45 y con tres hijos, coincide: «Estás todo el día sola, sola. Aunque te lleves muy bien con tus hijos y te llamen, pero luego tienen sus vidas y tú te sientes sola en casa».

 

Pero ese sentimiento no es permanente. Amparo participa los miércoles y viernes en los talleres de manualidades y gimnasia que organiza Cruz Roja en Zaragoza. «A mí es lo que me da la vida. Si no, ¿a dónde voy? ¡Es que no me apetece salir! Alguna vez voy al Pilar, doy una vueltecita y al día siguiente, ¿qué? Otra vez ahí y otra... No, no. Con los talleres sé que tengo que ir y voy. Y luego está la relación con las compañeras y las monitoras, que nos llevamos de maravilla», afirma.

 

Lo mismo le ocurre a Pepa, pero con la Fundación Amigos de los Mayores en Madrid. Gracias a ellos sale a la sierra, a museos, hace manualidades... «Siempre están detrás de nosotros. Gracias a ellos salimos uno o dos días. No nos dejan; se merecen todo, ¡todo!».

 

Precisamente gracias a esta Fundación conoció a Paquita, la voluntaria nº 9 de un total de 353. «Estoy desde el principio. Me acababa de jubilar, quería dedicar tiempo a una causa y los mayores me van mucho». Su verdadero nombre es Françoise Jaussaud, tiene 75 años y es muy activa; de hecho, no se considera “mayor”. Hace montañismo, duerme al raso y ha escrito Diálogos con una montañera feliz, un libro sobre senderismo. En estos doce años ha acompañado a 100 mayores al médico. «Son ocasiones para hablar y compartir», añade. Con algunos como Pepa, ha surgido una gran amistad.

 

Un gran patrimonio

 

Esther Hernández lleva año y medio en Cruz Roja realizando terapia ocupacional en los pueblos de la provincia de Zaragoza, y dice que los mayores le aportan muchísimo: «He aprendido a valorar más cada momento, a ser más feliz y no preocuparme por cosas que no son verdaderamente importantes en la vida». Además de valorar individualmente a cada usuario, realiza dos talleres de memoria y gimnasia. Otra compañera organiza talleres puntuales de fotografía, informática o redes sociales, y una vez al trimestre hacen una excursión. «Para ellos es la satisfacción de saberse útiles y salir de sus casas, sobre todo en invierno, y relacionarse». Entre la capital y los pueblos atienden a 2.200 mayores.

 

Pero si la relación con los mayores aporta tanto, ¿en qué está fallando la sociedad? Esther lo tiene claro: «No les damos el papel que deberían tener. Para mí una persona mayor es experta en años. Ellos tienen muchísima historia: han vivido la postguerra, la transición, ahora la crisis. Deberíamos explotarlos más en vez de apartarlos. Hablamos de ellos como si no valieran».

 

Enrique Vaquerizo, responsable de Comunicación de la Fundación Amigos de los Mayores, coincide. «Se ha producido una desvalorización de las personas mayores como colectivo. Vivimos en una sociedad donde priman conceptos como la juventud y la belleza, y notamos un retroceso en el papel del mayor como depósito de sabiduría».

 

Para el padre José Vicente Rodríguez, presidente de Edad Dorada de Mensajeros de la Paz Castilla-León y responsable de las residencias en esta comunidad, la sociedad ha perdido el respeto y la estima por los mayores. «Queremos gritar que son un tesoro y que tenemos que respetarles, porque nos pueden seguir dando mucho». Mensajeros de la Paz gestiona 100 residencias en España con unas 11.000 plazas, la mayoría en zonas rurales. «La residencia suele ser el último recurso y se da cuando hay limitaciones físicas», explica.

 

Ahora bien, según él, la crisis nos está dando una lección. «Se está soportando gracias al aporte que están haciendo los mayores en tiempo, dedicación, cariño y dinero. Muchas familias están haciendo la experiencia de que ese viejo que no hacía más que estorbar, ahora está siendo un pilar fundamental».

 

Desafíos

 

Según la Organización Mundial de la Salud, España es el país europeo con mayor esperanza de vida. En 2051, será de 86,9 años para los varones y de 90,7 para las mujeres, frente a los 82,2 y 85 actuales respectivamente, según el INE. Si cada vez somos más y aún más mayores, ¿cómo afrontar la vejez?

 

Hay una cuestión clara en la que todos coinciden: la familia y las relaciones sociales juegan un papel importantísimo. Pero además habría que reforzar el diálogo intergeneracional, afirma Enrique Vaquerizo: «La recuperación de espacios comunes de convivencia en las ciudades como los barrios podría ayudar mucho en ese sentido». Y añade la necesidad de sensibilizar a la sociedad para que favorezca el voluntariado, muy útil para prevenir el aislamiento y la soledad de los mayores.

 

«Que no les llevemos a un rincón, sino que les pongamos en el mejor lugar de la casa», afirma el padre José Vicente. ¿Y a nivel social? «Tiene que traducirse en medidas que les amparen, les protejan, les den tranquilidad, con unas pensiones dignas, una atención médica de calidad... A veces llevamos a mayores al hospital y nos preguntan qué queremos que hagan. Pues que les traten como personas y les atiendan, y no piensen que como tiene 90 años no hay nada que hacer».

 

¡Paradojas!

 

Además, se da la circunstancia de que la vejez es una meta que nos espera a todos, ¡y no la preparamos! «Se nos olvida que el día de mañana seremos tratados como tratemos hoy», añade el padre José Vicente.

 

Paquita tiene su modelo: esa alegría, espontaneidad y sinceridad que tienen los voluntarios jóvenes: «Es el camino bueno para estar con la gente mayor, no tanto la compasión, que es un reflejo de los problemas que tienen».

 

¿Y los mayores? También tienen sus “deberes”. Para Paquita su ejemplo es aquella persona capaz de estar abierta a los demás, que sepa salir de sus problemas, que no esté totalmente encerrada en sus dolores y que sepa transmitir la alegría de las experiencias vividas. Dice que así quiere ser cuando sea mayor.

 

 

Quizá más bello aún

 

 

[…] a los ojos de Dios, ¿será más hermoso el niño que te mira con ojos inocentes, tan semejantes a la naturaleza límpida y tan vivos, o la jovencita que deslumbra como la lozanía de una flor recién abierta, o el anciano marchito y encanecido, ya encorvado, casi del todo inhábil, que quizá ya sólo espera la muerte? […] Son bellezas distintas. Y sin embargo, a cuál más bella. Y la última, la más bella. ¿Verá Dios las cosas así? Esas arrugas que surcan la frente de la viejecita, ese andar encorvado y tembloroso, esas pocas palabras llenas de experiencia y sabiduría, esa mirada dulce de niña y mujer a la vez, pero más buena que la una y que la otra, es una belleza que no conocemos. Es el grano de trigo que, al extinguirse, está a punto de encenderse a una nueva vida distinta de la primera, en cielos nuevos. Yo creo que Dios ve así las cosas, y que el aproximarse al Cielo es muchísimo más atrayente que las distintas etapas del largo camino de la vida, que en el fondo sólo sirven para abrir aquella puerta.

(Chiara Lubich, Meditaciones, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 20069, pp. 111-113)





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