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ESPECIAL JMJ: La inteligencia llena de amor

Mario Alcudia Borreguero

Monasterio de El Escorial. Viernes, 19 de agosto. Benedicto XVI, tras reunirse con las jóvenes religiosas, se encontró con los jóvenes profesores universitarios, con quienes compartió su pasión por la búsqueda de la verdad.
En su visita a Madrid para participar en la JMJ, hemos visto una vez más el esfuerzo, la pasión y la experiencia atesorada por Benedicto XVI en el mundo de la universidad. Ya sabíamos de su vocación académica, como deja clara su trayectoria vital; del magisterio del profesor Ratzinger en las aulas de las universidades de Bonn, Münster, Tubinga o Ratisbona; o, a lo largo de su pontificado, su conferencia en Ratisbona en 2006 y el encuentro con la comunidad universitaria en su viaje apostólico al Reino Unido en 2010. De nuevo en Madrid hemos tenido al gran maestro entre nosotros compartiendo con los jóvenes profesores universitarios su dilatada experiencia: una vida gastada en el encuentro entre fe y razón, con largas horas de docencia e investigación a las espaldas. Inició la reflexión desde su primera experiencia como joven profesor universitario en Bonn, «cuando todavía se apreciaban las heridas de la guerra y eran muchas las carencias materiales». Pero «todo lo suplía – decía el pontífice– la ilusión por una actividad apasionante, el trato con colegas de las diversas disciplinas y el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales de los alumnos». Y aunque en un contexto y circunstancias diferentes, la esencia sigue siendo la misma. Con gran sencillez en la exposición pero con profunda hondura de conocimiento, el Papa nos mostraba los desafíos educativos a los que debemos responder los profesores católicos universitarios en nuestros días. Una educación que va mucho más allá de la mera capacitación técnica, con cuidado de no caer en una visión utilitarista, reduccionista y sesgada de lo humano, teniendo en cuenta «el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen al hombre». Y es que los jóvenes, todos lo hemos experimentado en nuestro paso por las aulas, necesitamos auténticos maestros; «personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad». En este sentido el Papa nos alentaba a ser estímulo y fortaleza para todos esos jóvenes a los que nos toca «comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación». Esta tarea nos compromete por entero, porque es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. «De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador». La clave de todo ello es volver una y otra vez la mirada a Cristo, «en cuyo rostro resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos con su amor. Así, arraigados en Él, podremos convertirnos en buenos guías de nuestros jóvenes». Estas palabras de Benedicto XVI nos alientan a todos los que nos dedicamos a la preciosa tarea de educar a los jóvenes y conducirles a la Verdad. Unas palabras del Papa-profesor para releer cada mañana antes de entrar en clase y no olvidar que no se trata de convertirnos en buenos maestros para el reconocimiento y la vanagloria personal, sino que somos instrumentos sencillos y eficaces del Señor para que con su ayuda sepamos encaminar a nuestros alumnos hacia esa Verdad que el joven anhela. Mario Alcudia Borreguero – Periodista y profesor de la Universidad CEU San Pablo (Crónica Blanca-Madrid) Somos parte de algo grande: la Iglesia En los días de la Jornada Mundial de la Juventud, el Santo Padre quiso tener un encuentro con miembros de las congregaciones religiosas femeninas. Las religiosas en España, como en todo el mundo, prestan un valioso servicio a la Iglesia, no sólo con su trabajo sino fundamentalmente con su testimonio. El Papa, en las palabras que nos dirigió, destacó en varias ocasiones la radicalidad de la vida consagrada, ya que «cada carisma es una palabra evangélica que el Espíritu Santo recuerda a su Iglesia». La vida religiosa es parte integrante de la gran familia de la Iglesia, vive con gozo su pertenencia a la realidad eclesial y se ofrece cada día para mostrar que el Evangelio es Palabra viva, realidad siempre vigente. ¡Gracias, Santo Padre, por estar a nuestro lado, por su apoyo, por sus palabras de aliento…! ¡Gracias por recordarnos nuestra misión! ¡Gracias por interceder por nosotros ante el Dios al que hemos entregado nuestra juventud! Hna. Mónica Mª Yuan – Misionera Eucarística de Nazaret. Periodista (Crónica Blanca-Madrid)



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