«¿Qué es la Cuaresma?». «Una especie de ramadán cristiano...».
Capté al vuelo esta breve conversación entre dos muchachos que me dieron la impresión de ser dos normalísimas personas de cultura media, seguramente católicos, o al menos no mostraban signos externos que los identificara como musulmanes. Sin embargo les resultó natural hacer una comparación con la cultura islámica. Se ve que en la escuela, maestros y profesores se prodigan en explicaciones sobre el origen, el significado y las formas de llevar a cabo el ramadán y colman de atenciones a los pocos musulmanes que tienen en clase, lo cual, por cierto, es un signo óptimo de diálogo y del respeto que se debe a la religión que conviene estimular.
Ahora bien, intuyo que cuando llega la Cuaresma será bastante raro que se le preste algún interés, a no ser que alguien te diga: «¡No pongas esa cara de cuaresma!», si es que te ve deprimido o abatido, con lo cual estará alimentando la idea de que la Cuaresma es un periodo tétrico y funesto. Mejor sería prolongar el carnaval hasta la Pascua, momento en que ya podremos decir: «Te veo más contento que unas pascuas!”
¿Tan triste será la Cuaresma? Quizás merecería la pena que volviéramos a descubrir su sentido profundo. Nos recuerda los cuarenta años durante los que un pueblo llegó a entender que era el «pueblo de Dios». En el desierto, lugar de lo esencial, aprendió las leyes de la convivencia humana, que están inscritas en el corazón, pero que no salen a la luz sino en medio del silencio de la paz. ¿No podría ser también para nosotros un tiempo para coger el Evangelio y redescubrir en él los principios auténticos de nuestra vida social?
Una vez, los obispos anglicanos, tan prácticos como son los anglosajones, indicaron a sus fieles algunos gestos concretos para la convivencia civil, invitándolos a un «ayuno de carbono» y señalando 40 «gestos virtuosos» para poner en práctica, uno al día, durante los cuarenta días de la Cuaresma. Por ejemplo: prescindir de las bolsas de plástico del supermercado y volver a las viejas bolsas de la compra; no usar un día el lavaplatos; descongelar el frigorífico; hacer las compras en el barrio para no tener que coger el coche... Y el domingo, celebrar una «jornada de silencio» apagando la radio, la tele, el móvil y no coger el coche. «Su alma se beneficiará», decían estos obispos.
La Cuaresma recuerda esos cuarenta días de Jesús en el desierto, cuando mostró que su mesianismo no iba a ser arrogante, poderoso y de éxito fácil. ¿No podría ser para nosotros el tiempo propicio para replantearnos las relaciones con los demás y, mientras reducimos las emisiones de carbono, por ejemplo, tener también gestos de amor y solidaridad?