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El instante fugaz

Chiara Lubich

Continuamos con la publicación de un conjunto de cartas, en su mayoría inéditas, escritas por Chiara Lubich entre los años 1943 y 1949, cuando empezaba a perfilarse ese nuevo estilo de vida cristiana que configuraría su espiritualidad: el Ideal de la unidad.
Esta carta sin fecha está dirigida a las jóvenes de la Tercera Orden de San Francisco (terciarias franciscanas). Por el hincapié que hace Chiara en el amor concreto al hermano, se remonta sin duda al inicio de su aventura (1944). En efecto, su primera respuesta ante el descubrimiento de que Dios es Amor había sido socorrer a los pobres de Trento. Aunque Chiara no habla aún de unidad, pone el acento en la ayuda recíproca y amplía el horizonte hasta la fraternidad universal. ¡Hermanas mías! San Francisco, el santo del fuego y de los hechos, desde lo alto del Cielo, donde vive bienaventurado ansioso por llevar a cabo hasta el final de los siglos la Obra que Dios le ha encomendado, nos mira a nosotras, juventudes ardientes llenas de vida, con la esperanza de un santo. ¡Escuchad a un corazón hermano! Romped cualquier dique, sombra o dificultad, cualquier pensamiento estrecho, y mirad al Cielo que nos espera y al premio del que gozaremos por un tiempo sin límites. ¡Demasiado poco nos acordamos del Paraíso! ¡A nosotras, jóvenes ardientes aún no apegadas a las cosas de aquí abajo; a nosotras, juventudes activas, nos toca traer a la tierra el Cielo y llevar la tierra al Cielo! ¡Ángeles terrenos y hombres celestiales! ¡Mirad a la meta que en breve alcanzaremos, solas con Dios! Cada una de nosotras se encontrará delante de Él para rendir cuentas de todo lo incorruptible y eterno que haya recogido. El tiempo es un relámpago y en nuestra mano tenemos sólo el instante fugaz. ¡Arraigadlo en Dios y realizad a vuestro paso obras para el Cielo! Miremos a nuestro alrededor: somos todos hermanos ¡sin excluir a nadie! Tras los rasgos peculiares de cada uno reconozcamos a Cristo, que debe crecer en nosotros, a Cristo Crucificado y Desamparado bajo míseros despojos humanos y pecaminosos. Pero confiad: ¡Él ha vencido al mundo! Conozcámonos como nos conoce Dios, no para condenarnos y desesperarnos, sino para tener misericordia unos de otros y ayudarnos. ¡Amémonos! Un día nos encontraremos todas en el Cielo unidas para toda la Eternidad si aquí en la tierra hemos tenido el valor de amarnos sin excusas. Unidas por un mismo Ideal, la fraternidad universal en un solo Padre, Dios, que está en los Cielos, obremos: ¡que nuestro amor sean la verdad y las obras! «Hijitos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad» . ¿Por qué tememos decir a todos que este mundo es pasajero y que en el Cielo nos quedaremos para siempre? ¿Por qué no iluminar a los hermanos ciegos, si somos y tenemos la Luz? Amemos con la verdad. ¡Amemos con obras! Como hijos del Altísimo, hemos nacido y crecido por la misericordia de Dios. Seamos como nuestro único Padre, «misericordias vivas», y obremos las obras de misericordia. ¡Cuántos hermanos pasan a nuestro lado durante el día de nuestra vida! Cristo, que quiere nacer, crecer, vivir, resucitar, nos pide en cada uno ayuda, consuelo, consejo y admonición, luz, pan, posada, vestido, oración… Vivamos el instante presente y, en el presente, la obra de misericordia que Dios nos pide. Sólo así caminamos hacia el Paraíso. Chiara



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