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Almas de fuego

Chiara Lubich

Continuamos con la publicación de un conjunto de cartas, en su mayoría inéditas, escritas por Chiara Lubich entre los años 1943 y 1949, cuando empezaba a perfilarse ese nuevo estilo de vida cristiana que configuraría su espiritualidad: el Ideal de la unidad.
El Ideal de la unidad que Dios había suscitado en el corazón de Chiara Lubich en Trento durante la Segunda Guerra Mundial se difundió en pocos años por toda Italia e hizo surgir pequeños grupos de personas que lo vivían. Esto dio lugar a una intensa correspondencia para formar a estas personas en la recién nacida espiritualidad y para mantener fuerte el amor recíproco. Esta carta da testimonio de ello. Trento, 4 de noviembre de 1948 Queridas hermanas de Anagni: Sigue muy vivo en nuestro corazón el recuerdo de los días que pasamos juntas aquí en Trento. Esperamos con ilusión vernos pronto, que pronto vivamos muy, muy cerca, y así podamos comunicarnos a menudo nuestras ideas y todos los dones que Dios nos concede. Ya que os escribo a todas, dejad que os diga algo importante para mí y que sin duda os resultará útil: es voluntad de Dios que toda Anagni caiga en el horno del Amor al Corazón de Jesús. Activemos para ello todas nuestras posibilidades; hagamos perfectamente la divina voluntad que Dios le pide a cada uno de nosotros. Entonces, viendo nuestros esfuerzos y los resultados parciales de nuestra actividad de amor (¡somos limitados!), Jesús, que es el Infinito, nos abrirá horizontes novísimos, posibilidades novísimas, y nos arrojará de lleno en todos los campos de la sociedad humana como ascuas que incendiarán todos los ambientes. Pero ésa es obra de Jesús. Para nosotros lo importante es que hagamos lo que nos corresponde, es decir, realizar la voluntad de Dios sobre nosotros. Es mandamiento de Dios que lo amemos con todo el corazón, es decir, que hagamos de todo corazón la divina voluntad, que ahora es que nos amemos mutuamente y que amemos al prójimo que está a nuestro lado en todo momento, tanto y con tanto entusiasmo que se sienta arrollado por nuestro mismo Ideal y obligado por nuestro amor a amar a Dios con todo el corazón. Hermanas mías, Jesús se alegra de saber que se han unido a vosotras otras tres hermanas, según me escribe Carmelina; pero al mismo tiempo llora porque habéis hecho muy pocas conquistas para su Corazón. Perdonad que os lo diga. Antes que nada tendría que reprenderme a mí misma, pero ¡dejad que os diga lo que pienso! No me digáis que los habitantes de Anagni son duros, que no tenéis las dotes necesarias, que no tenéis tiempo, etc. No es verdad. ¡El Amor lo vence todo! ¡Es amor lo que les falta a nuestros corazones! Y demasiado a menudo creemos que amar a Dios significa hacer adoración durante horas, moverse en ambientes religiosos, dedicarle mucho tiempo a rezar, etc. ¡La religión no es sólo eso, hermanas mías! ¡Es buscar a la oveja perdida después de haber puesto a salvo a las otras! ¡Es hacerse todo a todos! Es amar concretamente, dulcemente, fuertemente a todas las almas que están a nuestro lado como a la nuestra, y desearles lo que deseamos para la nuestra; es estar rodeadas de una miríada de corazones que esperan del nuestro esa palabra que da vida; es amar, amar negándonos a nosotras mismas, nuestros puntos de vista y nuestras costumbres. El Señor necesita urgentemente este tipo de almas, ¡almas de Fuego!, sin “problemas espirituales” –¡eternos impedimentos para amar!–, que han quemado todo y quieren consumir en su fuego a los demás. Almas que sepan amarse con amplitud de miras, que vayan más allá de su círculo y de sus intereses, a las que les interesen más los intereses de los demás que los propios. Almas que se amen tanto que sometan todo a Jesús entre ellas, porque lo mantienen cada vez más vivo mediante una comunión siempre creciente de todos sus bienes espirituales y materiales. Lo más mínimo que uno se guarde es una traba para la unidad. Comunicarlo todo, todo lo que es voluntad de Dios. Jesús espera almas así, que sean luz y amor para todos los que están en casa. ¡Candelabros encendidos y luminosos! Y qué pocas encuentra. Hasta la vocación es en gran parte egoísmo. Hay almas que esperan con ansia seguir su camino para librarse de las cargas familiares, de las preocupaciones. ¡Y no saben que tendrían que quedarse ahí a amar a Dios amando a los suyos! ¡Pobre Jesús! Por eso el mundo es frío. ¡La culpa es nuestra! Hermanas mías, ¡pongamos manos a la obra! Amemos sinceramente. Ampliemos el círculo de la unidad al mayor número posible de almas. Eso es amar a Dios. Os deseo a todas y a todos un Amor Infinito. Chiara



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