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articulo

Fenómenos inexplicables

Ana Moreno Marín

El terremoto de Chile
Cuando se cumplen dos meses del tremendo terremoto que sacudió Chile con una fuerza de 8,8 grados en la escala de Richter, seguido de un tsunami que asoló la zona centro-sur y causó medio millar de víctimas identificadas, vamos conociendo también valiosos testimonios que revelan cómo reacciona el cristiano ante calamidades como éstas. Ha llegado a mi conocimiento la experiencia de un grupo de jóvenes que durante aquellos días celebraban una convivencia y que ni se imaginaban lo que les sucedería el tercer día. El lema de la convivencia era: “¡Coraje! Dios os ama inmensamente!”. Así cuentan cómo fueron esos momentos: «Vivir juntas la aflicción, la preocupación por las familias, los amigos (dos de ellas eran de los lugares más damnificados, donde no hubo comunicación durante horas, y en algunos casos durante dos días), las noticias también del amigo que murió, o de otros conocidos que quedaron sepultados bajo la discoteca… Acompañar a la familia de un chico al funeral del abuelo al que, muy cerca de nosotros, se le derrumbó la casa encima; visitar un pequeño pueblo donde los comercios quedaron destruidos, ver a la gente durmiendo a la intemperie, sin agua ni luz, y ponernos en donación para ayudar entre y con otros todos a las religiosas a vaciar la iglesia (arriesgando nuestras vidas) ya que el mal estado en el que había quedado hacía que se pudiera hundir»… Son, según dicen, «pequeños actos que hablan de la fuerte experiencia de amor que estábamos viviendo». Continúan: «Era muy fuerte la certeza en nosotras del Amor de Dios». Tanto que al partir tras aquellos días de convivencia marcados por el terremoto, aseguraban que se iban «renovadas por Dios, como un solo cuerpo, con el alma encendida». Y añadían: «Ahora nuestro día a día ha cambiado y debemos anunciar a todos el tesoro que hemos encontrado. No nos lo podemos quedar para nosotros; es como haber descubierto algo muy valioso». A los ojos humanos estas palabras pueden sonar a auténticas majaderías, a un tipo de locura transitoria, o incluso a estrés post-traumático. ¿Cómo pueden ver el Amor de Dios tras un terremoto de semejante magnitud? ¿Cómo pueden reafirmarse en ese Amor con semejante escenario a su alrededor y defender que Dios es Amor habiendo permitido todo aquello? Sin duda, desde ése y este otro lado del charco muchas personas se lo preguntan. De hecho, es el típico argumento con el que los no creyentes arguyen la inexistencia de Dios. Serán fenómenos inexplicables para aquél que carece de fe, pero para el creyente es una gran verdad el hecho de que aun en el mal, en desastres como éste, está presente el Amor de Dios. Éste es sólo un ejemplo de la cadena de amor que genera una desgracia natural. A nuestras casas pocas veces llegan las noticias de las personas que se han salvado fruto de “casualidades”, o que han resistido entre escombros, sin agua ni comida, lo que humanamente consideraríamos imposible; tampoco conocemos las historias heroicas de donación y entrega ciudadanas que hacen posible que los damnificados puedan comer, beber o vestirse habiendo quedado sin nada. Pero lo cierto es que esas historias existen y hablan de amor, de un amor que va más allá de lo humano. Hablan de Dios. Ellas concluían diciendo: «En Chile, un lugar marcado por los desequilibrios sociales, ¡está creciendo la fraternidad, y se constata!». Los terremotos no son obra de Dios, pero de ese mal puede surgir una auténtica oleada de caridad. Para entender quizás haga falta la fe. Aquí en Madrid, en el aniversario del 11-M, un padre cuyo hijo falleció en Atocha aseguraba que ha sido capaz de perdonar y seguir adelante gracias a la fe: «Sin ella sería imposible». ¿Quién con una lógica humana lo puede entender? Quizás sólo quien ha experimentado la Providencia, quien ha amado al hermano por encima de él mismo, quien ha perdonado y ha sido perdonado, quien dentro del dolor ha experimentado la unión con Dios pueda entender estos fenómenos inexplicables que aún hoy, en este siglo XXI, se producen cada día.



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