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articulo

Un hijo y medio por mujer

Lucio Torella

Breve guía para que las estadísticas no nos engañen.
Es impresionante la cantidad de estadísticas que todos los días nos ponen delante: en los periódicos, en televisión, en internet... Y lo que me impresiona es la superficialidad con que nos las proponen. Una de las primeras cosas que suelo recomendar a mis alumnos es que las lean con sentido crítico. Las estadísticas (las revistas de tipo sanitario, por ejemplo, están llenas de ellas) se utiliza cada vez más para “dar información”, mostrando gráficos y porcentajes, y proporcionando “medias”. En base a las estadísticas, además, se sacan conclusiones, se hacen observaciones... ¡y se toman decisiones! Ahora bien, una persona cualquiera que tenga una estadística en las manos y sólo la lea normalmente no está en condiciones de entender lo que quiere decirle, ni se da cuenta de si es correcta o no. A menudo, en situaciones de incertidumbre (antes de unas elecciones, cuando se hacen sondeos, o antes de tomar decisiones) recurrimos a las estadísticas. Pero las estadísticas no pueden darnos la certeza que buscamos, sino sólo una orientación que comporta cierto grado de incertidumbre. Subrayo además que la estadística no puede quedar reducida al cálculo de una media, sobre todo porque una interpretación parcial de los datos puede conducir a graves errores. A este respecto, puede ocurrir que el que proporciona los datos de una estadística esté interesado en mostrar sólo una parte de la verdad y nos dé información incompleta. También puede ocurrir que una estadística se realice a partir de una cantidad demasiado pequeña de datos u observaciones. Cuentan que Churchill decía que las únicas estadísticas de las que nos podemos fiar son aquellas que nosotros mismos hayamos falsificado. Un ejemplo sobre el asunto de las medias. Saber que un grupo de personas tienen una media de edad de 25 años no aporta ninguna información. Podríamos estar ante personas que tienen todas 25 años, o también ante jóvenes entre 20 y 30, o bien ante un puñado de adolescentes de 16 entre los que figura un solo adulto, o incluso unos cuantos recién nacidos con sus abuelos. ¡Cuántas veces leemos en los periódicos referencias a las medias!: tiempo medio de espera, sueldo medio, etc. Conocer en este ejemplo cuál es la edad mínima y máxima del grupo me permitiría hacerme una idea más precisa, y por lo general con unos pocos datos más puedo hacerme un cuadro más completo. Otro ejemplo: las estimaciones. Cuando no tenemos datos precisos ni completos, entonces hay que hacer una estimación. Por ejemplo, puedo decir que llegaré a casa a las siete o sobre las siete. En el segundo caso, que podríamos determinar en «menos de 10 minutos», se aporta una estimación con un lapso de tiempo, y en ese lapso está contenida la incertidumbre de la información. De manera que si “sobre las siete» significa «menos de 10 minutos» implica una información bien distinta que si entendiéramos «menos de 30 minutos», como nos podría ocurrir si nos metiéramos en un atasco de tráfico. Pensemos ahora en esos sistemas que ofrecen datos de audiencia televisiva. Sabemos bien que sus valores son estimaciones a partir de un muestrario bastante pequeño de telespectadores, y a este propósito me viene a la mente una anécdota de hace unos años. Un partido de fútbol tuvo un índice de audiencia tal que, haciendo los cálculos oportunos, resultaba que lo habían visto más habitantes de los que tenía el país en ese momento. El dato del share es bastante extraño. Por ejemplo, nos dicen que el share de tal telediario ha sido del 12,3%, en comparación con otros programas, y en base a esas diferencias se hace las clasificaciones del momento y los comentarios de rigor. Ahora bien, según lo que dije antes, sería más adecuado dar estimaciones de lapsos de valores (en el caso del share, decir que ha sido entre el 10 y 15 por ciento). Pero probablemente, dado que el muestrario es mínimo, el lapso de valores resultaría exageradamente grande y por lo tanto sin información relevante. ¿Qué se puede entender si nos dicen que el share de ese telediario se ha situado “en torno” al 12,3%, o sea, entre el 5% y el 19,6%? Otro ejemplo, los sondeos. Están muy de moda y por lo general están poco elaborados: «¿Qué opina del candidato A?», «¿Prefiere al A o al B?», «Opine sobre la limpieza en su ciudad», «¿Cuánto se gasta a la semana en hacer deporte?»... El sentido común nos sugiere que un sondeo a través de internet es una cosa, mientras que un sondeo por teléfono en horario de tarde será otra, y uno realizado en vivo y en la calle es otra. En el primer caso responderán personas que tienen acceso a la red, mientras que en el segundo lo harán prevalentemente ancianos y niños que están haciendo los deberes en casa. Así es que mucha atención a preguntarse (las estadísticas serias lo hacen) a quién ha sido dirigido ese sondeo o, como se suele decir, cómo está compuesto el muestrario. En fin, son éstas algunas breves indicaciones para que podamos hacer bien nuestra tarea de ciudadanos informados: usar la cabeza y razonar cuando nos ponen delante una estadística.



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