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Impresionismo, un nuevo renacimiento

Clara Arahuetes

El Museo D’Orsay y la Fundación Mapfre presentan en Madrid una de las exposiciones más importantes del año: una selección de obras que recorre la historia del último tercio del siglo XIX, desde finales de 1860 a principios de 1880.
Fue entonces cuando surgió el Impresionismo, iniciándose así “un nuevo renacimiento”, como subraya el título de la muestra, un periodo de esplendor y renovación de las artes. No es cierto que el Impresionismo supuso una ruptura radical con el arte tradicional y académico. En este sentido vemos un panorama global de este movimiento artístico no exento de complejidad. La exposición, además de presentar obras impresionistas, nos ofrece la visión de otros artistas de la época que intentaron renovar la pintura con lenguajes distintos. ¿Por qué Manet abre y cierra la exposición? Sobre todo porque uno de sus fines es entrelazar el recuerdo del nacimiento del Impresionismo y la evolución de las exposiciones oficiales que tenían lugar cada año en el Salón de París. Y Manet fue el protagonista central de esta doble historia. Por un lado estuvo muy vinculado a los impresionistas, aunque nunca participó en sus exposiciones, por otro se mantuvo fiel al Salón, a pesar de las dificultades que tuvo para exponer en él. Fue un gran admirador de Goya y Velázquez, cuyas obras conoció primero en el Louvre y luego directamente en su viaje a Madrid en 1865. La influencia velazqueña también es evidente en obras como «Retrato de Prim a caballo», de Henri Regnault, «La dama del guante», de Carolus Duran, y «La madre del artista», de James Whistler. El recorrido se inicia con «El pífano» (1866) de Manet, obra rechazada por el Salón de París porque resultaba «inaceptable por la franqueza realista, el espacio reducido, los contrastes marcados y el mutismo del sentido». Representa a un niño soldado con la mirada ausente. Al igual que Velázquez en «Pablo de Valladolid», Manet elige un segundo plano monocromo que acentúa el contraste de las tonalidades roja, gris y negra del uniforme. En 1869 Duranty da el nombre de Escuela de Batignolles a los artistas que se reunían con Manet. A pesar de los debates, el artista se convirtió en punto de referencia para los impresionistas, y en el retrato de grupo de Fantin Latour, «Un taller en Batignolles» (1870), aparece en el centro de la escena. Latour presenta un ambiente sobrio, donde la composición y las tonalidades recuerdan las escenas de grupo de la escuela flamenca. La obra está muy alejada de las innovaciones pictóricas de los impresionistas, la pintura al aire libre llena de luz. La relación entre estos artistas también se ve en obras como «El taller de Bazille», que presenta a los mismos personajes en un espacio luminoso. Bazille ante su caballete conversa con Manet. También los retratos que se hicieron unos a otros testimonian la amistad entre estos pintores. El grupo organizó en 1874, en el estudio del fotógrafo Nadar, la primera exposición de sus obras. Manet no expuso con ellos y prefirió seguir en el terreno oficial del Salón. El conflicto franco-prusiano también afectó a los artistas. Algunos se fueron a la guerra para no volver, como Bazille y Regnaut. Otros, como Monet y Pisarro huyeron para refugiarse en Inglaterra o Bélgica. Puvis de Chavannes realizó dos cuadros que simbolizan el asedio de París: «El globo» y «La paloma». Manet representó aquellos acontecimientos en «La Barricada» y en «Las Tullerías». En la exposición vemos también obras realistas como «La espigadora», de Jules Breton, «La cosecha», de Jules Bastien-Lepage, o «Los acuchilladores de parqué», de Gustave Caillebotte, donde una sinfonía de blancos y azules atrapa los reflejos del color que existen en la propia luz. A los impresionistas les interesaba captar los efectos cambiantes de la luz y el movimiento en la naturaleza. Las distintas estaciones y los fenómenos meteorológicos son un pretexto para crear imágenes novedosas, como sucede con Sisley, que representó la gran inundación de 1876 en «La barca durante la inundación», «Port Marly», donde el agua es un medio ideal para estudiar la luz y el color. Monet, en la «Estación de tren de Saint Lazare», utiliza una técnica suelta para sugerir formas y espacio. El color en tonos pastel evoca la atmósfera creada por el vapor y el humo en la cubierta de hierro y cristal. Pisarro y Cézanne se conocieron en 1860 y establecieron un diálogo artístico influyéndose mutuamente. A menudo trabajaban en el mismo tema, comparando después la diferencia de enfoque. Los dos participaron en el Salón de los Rechazados, exposición que se oponía al sistema académico tradicional, y ambos presentaron obras en la primera exposición de los impresionistas de 1874. «La casa del ahorcado», de Cézanne, representa un pueblo austero y solitario con una composición de ángulos contrapuestos. Pisarro le influye en la forma de captar la luz y en el uso de una pincelada pastosa que describe la densidad de la arquitectura, la vegetación y el terreno. Años después Pisarro en «Tejados rojos, rincón de pueblo, efecto de invierno» definía de forma similar el espacio y la soledad del ambiente, adoptando la yuxtaposición de planos diagonales y verticales propia de Cézanne. La afirmación de Degas: «Mi arte no tiene nada de espontáneo; es todo reflexión», parece contradecirse con la sensación de espontaneidad que transmiten sus obras. En ellas se ve la influencia de la estampa japonesa, la fotografía y la ilustración gráfica en puntos de vista elevados, elementos descentrados de la composición, utilización del vacío. Así se aprecia en «La clase de danza» o en «El desfile». La exposición termina con Manet, con obras tan importantes como «La mujer de los abanicos», «La evasión de Rochefort» o los retratos de Mallarmé, Berthe Morisot y Georges Clemenceau. clara.arahuetes@telefonica.net



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