Llega el verano con las vacaciones escolares y, para muchos, laborales. Muchas familias se disponen a cambiar de residencia y de hábitos por unos días o semanas. A la hora de planificar el viaje surge con frecuencia una cuestión no menor: ¿qué hacemos con los abuelos? En ocasiones, esta pregunta se percibe como un problema familiar importante, que según se resuelva puede afectar a las relaciones y a los vínculos familiares. En cualquier caso las vacaciones son un periodo corto. Y el resto del año ¿cómo cuidamos a nuestros mayores?
En una reciente entrevista en un medio nacional, la paleoantropóloga María Martinón-Torres1 decía que «vivimos más años no para tener hijos, sino para cuidar de los demás. La selección natural favorece que seamos una especie longeva para cuidar a individuos que son dependientes, que necesitan de los otros desde muy pronto y hasta muy tarde», y añadía que «el más débil no siempre es el físicamente frágil o enfermo sino el que está solo»2. La soledad asociada al envejecimiento es una de las peores lacras de nuestro tiempo.
Cuidar a las personas mayores es una responsabilidad individual y colectiva de la sociedad. El Estado (Gobierno, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos) tienen la obligación de aportar los recursos que sobrepasan las capacidades individuales y familiares, aunque siendo realistas nunca serán suficientes para atender las necesidades y la creciente demanda. El cuidado de las personas mayores es un indicador de la calidad y desarrollo de los valores humanos de una sociedad.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), a fecha 1 de enero de 2021 en España la población mayor de 65 años era 9.380.000 personas, el 21% de toda la población. En 2035 esta proporción se estima que llegue al 26,5%. Es una tendencia generalizada en casi todos los países de la Unión Europea. De acuerdo a los datos publicados por el INE, en 2019 vivían en residencias de mayores 322.180 personas mayores de 65 años, de los cuales el 79% superaban los 80 años.
¿Cómo afrontar esta realidad? En estos momentos el Gobierno y las Comunidades Autónomas están negociando un acuerdo de requisitos mínimos de los servicios de dependencia (Residencias, Centros de Día, Atención Domiciliaria, Teleasistencia). A este posible acuerdo deberán incorporarse las consideraciones de la patronal del sector y de las organizaciones sindicales correspondientes. Según un borrador del acuerdo, se establecerá un tamaño de las residencias en función de la densidad de la población de cada localidad, aumento de la ratio de profesionales y, lo que es muy importante, dentro de cada residencia se organizarán en unidades de convivencia de hasta 15 personas con mobiliario, decoración y rutinas lo más parecidas a un hogar. Una de las dificultades para alcanzar este acuerdo es la financiación.
La Unión Europea ha puesto a nuestra disposición 3.000 millones de euros hasta 2023 de los Fondos Europeos para cambios estructurales en el Sistema de Cuidados y Servicios Sociales. Es una aportación importante pero no suficiente, teniendo en cuenta que el mayor peso presupuestario recae sobre las Comunidades Autónomas y que debería asegurarse la sostenibilidad en el tiempo de todo el sistema de dependencia, en continuo crecimiento de la demanda.
En el día a día de los cuidados y atención a los mayores son casi exclusivamente mujeres las que realizan esta labor impagable, ya sean de la familia o contratadas. Basta darse una vuelta por calles y parques para verificar una realidad que nos interpela sobre la corresponsabilidad de hombres y mujeres en esta como en muchas otras tareas en la sociedad. Todo ello reclama una especie de revolución cultural.
Es posible que algunos puedan tener una percepción de las personas mayores solo como receptoras de ayudas y cuidados, gastos económicos, condicionantes de mi tiempo y libertad, etc… En definitiva, problemas. Quizás no hayan tenido en cuenta que también son trasmisores de conocimiento, de la historia y de nuestra cultura, donantes de tiempo, apoyo afectivo, material y económico en las familias (como se ha visto en las actuales y sucesivas crisis financieras), aportan paciencia, valentía y coraje, viven el presente relativizando el futuro, nos hacen tomar mayor consciencia de la finitud de la vida, etc. Y además cuidan de sus nietos. También en este sentido oso pensar necesaria una revolución cultural.
Desde el punto de vista filosófico se define como justicia la virtud cardinal, que reside en la voluntad, mediante la cual la persona está inclinada a dar a cada uno lo suyo, ya sea de manera individual que como sociedad o como grupos de personas, miembros de una sociedad. Es cuestión de justicia cuidar y querer a nuestros mayores. Además de un deber de gratitud y reconocimiento por el peso que han asumido en la construcción de una sociedad y una historia común, asumida ahora por nuevas generaciones.
No podemos hablar de progreso, ni muchos menos de sociedad justa, solidaria, incluso democrática, sin tenerlos en cuenta a ellos. Sin que estén en el centro de nuestros cuidados.