–Imagino que le pillo en casa...

–Sí, en mi comunidad claretiana de la calle del Buen Suceso de Madrid, haciendo vida casi normal. Vivo y trabajo en casa, aunque con todas las restricciones.

 

–¿En qué le está cambiando este virus?

–En la perspectiva de mirar el mundo. Esto nos ha pillado de sorpresa y ha puesto las agendas, los criterios de actuación y tantas otras cosas patas arriba. Nos enseña a valorar dónde está lo importante, que es, en definitiva, la humanidad y la calidad de las relaciones humanas.

 

–¿Habrá un antes y un después como sociedad?

–No estoy tan seguro, dependerá de cómo resituemos las cosas en el corazón. Podemos pasar por encima o extraer de ello una lección de sabiduría. Es una crisis grave. No habíamos vivido algo igual en España desde hacía tiempo. En otros países sí viven crisis así y peores constantemente, sea por epidemias o guerras que lo trastocan todo. A los occidentales nos está tocando vivir una situación histórica verdaderamente inédita.

 

–¿Hacen falta historias de esperanza en medio de esta pandemia?

–Sí, porque detrás de los fríos datos, especialmente los de las muertes, hay personas. Todo este color gris va minando la esperanza, nos va metiendo el miedo y podemos caer en la tentación de no ver la parte buena que también aflora con intensidad.

 

–Treinta historias de periodistas recogidas en tiempo récord. ¿Cómo se ha “cocido” el libro?

–Sentía que tenía que hacer algo, así que tirando de contactos y con la ayuda indispensable de Manuel Bru, muy amigo y conocido periodista, contactamos con los periodistas, les pedimos las historias y en tres días estaba terminado.

 

–¿Y qué vino antes en ti, el periodismo o la misión?

–Un poco las dos cosas, aquello del huevo y la gallina o la gallina y el huevo (risas).

 

–Y la misión le llevó al Buenos Aires del papa Francisco... Es una de las dos personas a las  que le ha concedido un libro-entrevista...

–Una vez llegado a su sede de Roma, tuve la suerte de editar en España los libros que escribió siendo cardenal de Buenos Aires. Por motivos editoriales, tuve la ocasión de estar muchas veces con él y fue surgiendo esa cercanía y amistad. Un día se me ocurrió la osadía de proponerle hacer una entrevista y dijo que sí a la primera (sonríe). El libro lleva ya 17 ediciones en 14 lenguas diferentes.

 

–¿Le ha impresionado verle en una Basílica de San Pedro más vacía que nunca?

–Una imagen impresionante. La plaza estaba vacía pero, a la vez, llena. Un acto de profunda oración en el que el Papa tenía a la gente ahí. La realización profesional de la Televisión del Vaticano y el propio escenario ayudaron a que fuera un momento tan vibrante como espectacular.

 

–Echará de menos la Iglesia de San Antón, del Padre Ángel, abierta las 24 horas a la que le gusta escaparse...

–Sí, pero mantengo el contacto vivo con las personas. Hablo con ellos, les envío vídeos y capítulos de este libro. Píldoras de esperanza. Dios me ha bendecido con la amistad de mucha gente sintecho y tengo la suerte de vivir el ministerio pastoral entre ellos. Ser pastor en esas circunstancias es un regalo del cielo.

 

–«Una vida que no sirve, no sirve».

–El Papa dice frases sencillas de hondo calado. En esa frase la verdad es que la ha clavado, ¿verdad? Una Iglesia que no sirve, entonces… ¿para qué sirve? 

 

–Un vicio inconfesable...

–Las gominolas (risas).