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La caricia del Espíritu… a quien vive en el amor

Chiara Lubich


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Cuando [el alma] ha perdido voluntariamente durante todo el día al Dios que habita dentro de sí para trasladarse al Dios que habita en el hermano (ya que el uno es igual al otro, como dos flores de ese jardín son obra del idéntico hacedor), y lo ha hecho por amor a Jesús crucificado y abandonado, que deja a Dios por Dios (justamente al Dios dentro de sí por el Dios presente o que ha de nacer en el hermano…), al volver a sí misma –mejor dicho, a Dios en sí misma (porque está sola en la oración o en la meditación)–, encontrará la caricia del Espíritu, que, porque es Amor, es verdaderamente Amor, dado que Dios no puede faltar a su palabra y da a quien ha dado: da amor a quien ha amado.
[…]
Antes de ahora, el vértice de la vida espiritual era la mística unión del alma con la Trinidad en uno mismo por medio de Jesús. Incorporados a Él, por Él éramos un todo con la Trinidad. […] Era el máximo de la perfección del individuo, el cual –unido a Dios– dejaba fluir su Espíritu en el alma y se convertía en otro Cristo.
Pero ser «otro Cristo» era más una fe que una experiencia, porque la vida no era plena ni la luz era perfecta. Y de ahí las contradicciones: por ejemplo, conocer que el Espíritu Santo es unción, felicidad, consuelo, luz, amor, y experimentar en uno mismo –a pesar de la presencia del Espíritu– la aridez, el hastío, las tinieblas, la falta de amor.
Y todo ello porque la vida del Espíritu no estaba aún perfectamente encuadrada, por la ignorancia que Dios había permitido hasta ahora, para dar a este siglo la Claritas, que es luz perfecta, donde la fe es razonable y la razón sirve a la fe, donde el cuadro está completo porque la visión viene de lo Alto, del Uno, del Vértice, de Dios, el único que […] ve las cosas en su auténtico lugar, en proporción con todo el resto; y como Él, así ve el alma que se ha puesto en Él a través de la llaga de Jesús abandonado.
(Escrito fechado el 6 de noviembre de 1949)
 
 
 
Vivir trasladados a Otro: por ejemplo, al prójimo que en cada momento tenemos cerca: vivir su vida en toda su plenitud.
Así como en la Trinidad –y solo eso es el Amor– el Padre vive en el Hijo y viceversa. Y el Amor mutuo es el Espíritu Santo. Cuando vivimos trasladados al hermano (hay que perder la vida para recobrarla), en el momento en que hace falta volver a nosotros mismos para responder al hermano, encontramos en nosotros mismos a un Tercero: el Espíritu Santo, que ha ocupado el sitio de nuestro vacío.
Se puede entrar en el otro de varios modos: empujando, como alguien voluminoso que quiere entrar por una puerta pequeña… y es lo que hace quien no escucha hasta el fondo al hermano (quien no muere completamente en el hermano, que es el Paraíso del yo, el Reino del yo) y quiere dar respuestas que va recogiendo en su cabeza y que quizá estén inspiradas, pero no son ese soplo del Espíritu Santo que le dará la vida al hermano.
Y hay otros (amantes apasionados de Jesús abandonado) que están más dispuestos a morir que a vivir y escuchan al hermano hasta el fondo sin preocuparse de la respuesta, que le dará al final el Espíritu Santo, el cual sintetiza en breves palabras, o en una, toda la medicina para esa alma.
(Escrito fechado en Trento el 8 de septiembre de 1949)
 




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