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Puertas cerradas, ventanas abiertas

Damjana Zupan (Eslovenia)

De la vida misma Dolores y fracasos atenazan la vida de esta mujer; ella no tiene fe, pero sí mucha caridad.
En 1987, mi marido, yo y nuestros dos hijos conocimos la espiritualidad de la unidad. En aquel entonces éramos pocos, si no los únicos, miembros de los Focolares de mi país que no teníamos el don de la fe. Para ser sincera, al principio éramos algo escépticos, pero pronto nos dimos cuenta de que la enseñanza de Chiara Lubich (amar a todos, ser los primeros en amar) es el único camino justo en la vida. De manera que nuestra pequeña familia poco a poco fue entrando en la gran familia del Movimiento, y juntos hemos compartido los momentos buenos y malos de la vida. En todos estos años ninguno de nosotros ha recibido el don de la fe, excepto nuestro hijo, que a los 14 años nos dijo que quería ser bautizado porque creía en Dios. Así que nos pusimos en contacto con un sacerdote y Mashia fue bautizado, y a la vez hizo la primera comunión. Recuerdo que la iglesia estaba repleta de gente, y nuestros amigos de los Focolares organizaron una fiesta inolvidable. Desgraciadamente, la vida nos reservaba momentos duros. Hace tres años, de repente, mi marido nos dejó y empezó una nueva vida con otra mujer. Personalmente experimenté un dolor y un abatimiento terribles, pero aún fue más duro para nuestro hijo, que sufre una grave enfermedad desde que tenía tres años y la sobrelleva con mucho coraje. En un momento dado tuve miedo de no poder salir adelante, pues estaba acostumbrada desde los 17 años a compartirlo todo con mi marido, y siempre me había apoyado. ¿Cómo iba ahora a seguir sola con un hijo epiléptico y una madre anciana? Eso sí, podía contar con la ayuda de los amigos del Focolar, que me daban muchos ánimos. Las pruebas no terminaron aquí. Un año después de que mi marido nos abandonase, mi mejor amiga perdió la vida en un accidente. Svetlana no había sido sólo una amiga, sino también una maestra, pues con su vida daba ejemplo cada día de lo que significa amar de verdad. Cuando me dieron la noticia del accidente, yo iba en el coche con mi hijo y un amigo suyo. Recuerdo que me dolió muchísimo, pero al mismo tiempo oí la voz de Svetlana, como si estuviera a mi lado, diciéndome: vive el momento presente; haz en cada momento lo que sea más importante, y lo mejor que puedas. Y yo sabía que lo primero era llevar a los dos chicos a casa, sanos y salvos. Al mismo tiempo noté una profunda amistad y una unidad, como nunca antes, con los amigos del Movimiento, pues estaba segura de que en ese momento todos estaban rezando por ella. Mi vida recuperó su ritmo normal y mientras tanto se casó mi hija. Pero he aquí una nueva prueba: perdí el trabajo. Naturalmente, a mi edad no era fácil encontrar otro, a pesar de los títulos y la experiencia adquirida. Al principio fui optimista y pensé que, presentando solicitudes y consultado con las amistades, al cabo de uno o dos meses se habría resuelto el problema. Pero envié más de cien cartas, cuya respuesta fue siempre negativa, y entonces la desesperación hizo mella en mí. En casa, delante de mi madre y mi hijo, no podía mostrarme preocupada, pero mi corazón cada día estaba más triste. Yo seguía repitiéndome: vive el momento presente, y esto me daba la fuerza para creer que todo se resolvería de la mejor forma, pero otras veces sólo veía sombras. Un día, cuando íbamos a un encuentro del Movimiento, me dijo mi hijo: “¿Sabes mamá?, cuando Dios te cierra todas las puertas, seguramente abre alguna ventana. Creo que va a ser así y que pronto encontrarás trabajo”. Me limité a sonreírle, pero no lo creí. Cuando llegamos a la reunión, se me acercó una persona y me preguntó si aún estaba buscando trabajo. Me aconsejó que presentara una solicitud en su empresa, pues necesitaban a una persona. Por su insistencia, y sólo por eso, presenté la solicitud, aunque o tenía ninguna esperanza de que me llamaran. La primera entrevista que tuve fue justo el día de san Nicolás, que por aquí es muy venerado, y fue muy bien. De modo que desde el mes de enero tengo un trabajo de responsabilidad y muy laborioso que es para mí todo un reto. Al mismo tiempo tengo la posibilidad de llevar las ideas de Chiara sobre el amor a la gente con la que trabajo. A pesar de todas las pruebas que la vida me ha reservado, sigo pensando que la única manera justa de vivir es el amor, si bien es cierto que no siempre he sido capaz de amar del modo justo.



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