Haití es un país en el que el fútbol se vive con pasión. Impresiona ver cómo la gente queda para seguir los partidos del Real Madrid o del Barcelona o los partidos del mundial. El hecho de estar en una isla del Caribe a miles de kilómetros de donde se disputa la competición no impide que se viva con auténtico fervor.
Tragedia y pasión se citan en Cité Soleil, uno de los barrios más marginales de Puerto Príncipe, la capital del país. En una cancha de fútbol del barrio se reúne un buen grupo de jóvenes, todos con algún tipo de amputación, para lo que parece un imposible: practicar el deporte rey.
El fútbol les ha devuelto la ilusión, las ganas; han volcado su energía en la pelota. Ayudados por muletas o prótesis, se mueven con una agilidad que sorprende. «El fútbol me devolvió la alegría de vivir, y mi vida cambió desde que llevo la prótesis. Lo malo es que nuestro país aún no se recupera. Ojalá todos tuvieran las mismas oportunidades de superación», nos cuenta el goleador, Pierre Mackenson, de 28 años.
El calor, que golpea con fuerza desde media mañana, no impide que los Tarántulas, nombre elegido para el equipo, se entrenen dando todo en cada jugada. El ruido metálico del choque de las muletas, el sudor, el polvo que levanta el campo de tierra y el típico «pasa», «pasa», son elementos que componen un espectáculo deportivo de auténtica superación.
El escudo del equipo es una tarántula a la que le falta una pata. «Hemos elegido el nombre Zaryen (tarántula en criollo haitiano, la lengua de Haití) porque este tipo de araña sale directamente a atacar, y esa es nuestra filosofía», comentan los jugadores.
Y es que un balón en el centro del campo con varios jugadores alrededor recuerda a una araña por el enjambre de muletas y piernas que se entremezclan.
Estos jóvenes, que ahora aspiran a jugar el mundial de fútbol para amputados, nos han demostrado que de una tragedia se puede emerger y levantarse. El fútbol ha sido el instrumento con el que han empezado a componer una melodía de superación personal y colectiva.