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Tiempo de perdón

Lucía Ascione

Entrevista a María Voce, presidenta de los Focolares, a propósito del Año de la Misericordia.


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Resumimos en estas páginas la entrevista televisiva a María Voce en el programa Buen tiempo se espera, del canal italiano TV2000.

 

–¿Qué es este tiempo del gran perdón? ¿Cómo se empieza a vivir un tiempo así?

­–Se empieza a vivir precisamente con las personas con las que estamos en contacto continuo: familiares, compañeros del trabajo… Es decir, viéndolos como hermanos y hermanas, para tener con ellos esa relación que Dios quiere de nosotros en ese momento.

 

–El Papa insiste en que el rostro de Dios es el de un Padre misericordioso, pero en los periódicos encontramos pocas palabras de comprensión…

–Lamentablemente, la cultura actual habla de rabia, reivindicación, derechos violados… Son cosas que producen una sensación de tristeza y abatimiento, porque parece que siempre hay que luchar contra algo o alguien. Nosotros queremos llevar una cultura de la confianza, del amor recíproco, de familia. Todos somos hijos de Dios. ¿Por qué no nos miramos como tales? Dios es misericordia, es Amor, es Padre de todos. Debemos aprender de Él. Justamente ahora, cuando parece que ya no hay nada esencial, que todo es relativo, que todo depende de lo que me gusta, de lo que yo quiero, se necesita volver a lo esencial.

 

–Parece sencillo. ¿Por qué es tan difícil para el mundo?

–Según el Papa, porque hay mucho «amor propio», entendido como algo que contrasta con la misericordia, porque es amarse a sí mismos. Cuando «amor propio» significa no amar a los demás, contrasta con la misericordia. Jesús dijo: «Ama al prójimo como a ti mismo», pero eso supone que ese amor a «ti mismo» es el amor que el Padre tiene por nosotros, es decir, un amor capaz de perdonar, de estar dispuesto a acoger al otro aunque sea distinto.

 

–¿Se aprende este tipo de amor?

–Se aprende. Está en el corazón, como un ADN, porque el hombre está hecho a imagen de Dios –y no hablo del cristiano, sino de cualquier hombre–, pero se aprende ejercitándolo, dejándolo vivir, yendo al encuentro del otro. Se comprende que cause temor, porque la diversidad nos asusta a todos. Pero el temor solo se vence con el amor; no hay otro modo.

 

–Si nos fijamos en lo que pasa en el mundo, empuñar el arma del amor parece una locura…

–Empuñar las otras armas no conduce a ningún resultado, ya lo estamos viendo. Dejan ruinas, muertos, odio… Me causó gran impresión el Papa Francisco cuando dijo que el Vía Crucis representa el fracaso de un Dios, pero era el fracaso de Alguien que ya había vencido, porque con su fracaso llevó a cumplimiento el plan para el que había venido a la Tierra: la salvación del mundo.

 

–Las palabras miseria y misericordia tienen la misma raíz…

–La miseria se transforma en misericordia si interviene el corazón, porque miseria y corazón son los dos elementos de la palabra. O sea, la miseria se hace misericordia mediante un amor capaz de bajar hasta el fondo de la miseria y hacerla suya.

 

–A su parecer, ¿todo es posible dialogando?

–Todo es posible. Chiara Lubich nos contaba que, al inicio de los Focolares, cuando se daban cuenta de que no era fácil, porque siempre hay algo que reprocharle al otro, y ese algo se acumula con el tiempo, entonces hacían un «pacto de misericordia», es decir, descubrirse cada día como si se vieran por primera vez. Esto puede hacerlo cualquiera. Uno puede encontrarse con una persona y decirse: no la conozco, la conozco en este momento, es un hermano que viene a mi encuentro. Es un ejercicio continuo y requiere practicar ese arte de volver a empezar siempre, vivir en el momento presente y no pensar en todo lo que ha sucedido. Lo sucedido ya no puede cambiar, pero sí puede cambiar nuestra vida en el momento presente.

 

–¿Qué respondía Chiara Lubich cuando le decían que era una locura soñar con un mundo de esperanza?

–No respondía. Tengo la impresión de que no le preocupaba lo que los demás pensaran de su modo de actuar, sino que se preocupaba por hacerlo. Ella amaba, escuchaba y también aceptaba.

 

–Cuando se produjo el atentado de París, antes que los sociólogos y los analistas, ustedes sacudieron al mundo diciendo: «Nosotros, los generalmente considerados “buenos”, ¿estamos seguros de haber hecho todo lo posible para evitar que esto sucediese?».

–Queríamos dar testimonio de que muchas veces nos conmocionan sucesos que se producen cerca y olvidamos otros que tienen lugar diariamente. La Puerta Santa se abrió en París, pero también en Alepo, en Damasco, en Bangui… Son lugares en los que se vive continuamente el sufrimiento que vivió París. Nadie puede sentirse del todo falto de responsabilidad, al menos demostrando atención y cercanía a los pueblos que sufren.

                           

–La revolución del perdón nos obliga a tener en cuenta nuestro día a día, con las limitaciones que nos oprimen. ¿Lo lograremos?

–Lo lograremos si nos damos cuenta de que lo único que vale es amar.





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