Jesús Sánchez Adalid, sacerdote extremeño, autor de 15 libros. En su haber, premios como el Fernando Lara 2007 por El alma de la ciudad, y el Alfonso X el Sabio de Novela Histórica 2012 por Alcazaba. Es un maestro de la novela histórica española.
–Jesús Sánchez Adalid se define como...
–Sacerdote y escritor.
–La novela histórica es su género. ¿Qué tiene que le atrapa?
–Era una asignatura pendiente de la literatura española. Mi generación ha leído mucha, pero traducida; los nombres españoles han comenzado a surgir hace dos décadas. Y sin embargo, la historia española es muy rica, compleja y tiene mucho que enseñarnos. Es necesaria para conformar el imaginario colectivo.
–¿Y se lee novela histórica en España?
–Ahora mucha, y española. Aunque la gente se lee El código da Vinci y se cree que es novela histórica, eso no lo es.
–Acaba de recibir el Premio TROA Libros con valores. ¿Tiene especial significado para un escritor que no utiliza recursos típicos del bestseller: escenas eróticas, recreación en la violencia, etc.?
–Naturalmente, mi oficio de escritor lo entiendo como complemento a mi vocación sacerdotal, que es lo primero en mi vida. Esto hoy día es difícil, pero es un premio que me ayuda a descubrir que estoy en el buen camino. El jurado es muy exigente; lo preside el presidente de los Críticos Literarios Españoles y se concede a una novela con calidad literaria y valores que ayuden a mejorar la sociedad.
–No estamos acostumbrados a ver a un sacerdote como un ilustre de la novela histórica española. ¿Por qué nos extraña tanto?
–Se habla mucho del diálogo fe y cultura, pero no es fácil. En general, se piensa que lo que tiene que ver con la fe son colecciones de sermonarios, y es otra cosa. La fe ayuda a vivir. Ese diálogo es muy importante; no debe estar alejada la fe de la cultura.
–Dígame, ¿qué ingredientes tienen que tener sus historias?
–¡Si existiera una fórmula! He trasladado a los lectores cosas que a mí me han producido curiosidad, lo que me gustaría leer, y creo que por eso conecto con muchos lectores.
–Su última novela, «Treinta doblones de oro», nos transporta hasta 1680, donde los protagonistas lo pierden todo. ¿El paralelismo con la actualidad es casual?
–Hay un poco de todo. También es cierto que es una novela escrita en positivo; nos ayuda a ver que la felicidad no viene ni de la riqueza ni de tener una gran casa o mucho éxito. Es algo que se adquiere por otra serie de valores.
–Si pudiera elegir una época, ¿en cuál viviría?
–¡Ah, Dios mío, en la mía sin lugar a dudas!
–Si tuviera que escribir su historia, ¿qué contaría?
–¡Ay, no sé! Sólo puedo decir que he sido muy feliz, con todos mis trabajos y obligaciones, con todo lo que conlleva la vida. Estoy muy agradecido a Dios.
–Una recomendación de lectura para este verano...
–Una que también ha recomendado el Papa Fracisco, gran lector de novelas históricas: Los novios, de Alessandro Manzoni. Excepcional.