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Regenerar la conciencia

CN

Sabido es, y la opinión pública no deja de ratificarlo, que el ejercicio de la política en muchos países, incluido el nuestro, ha caído en una degradación ética que pone los pelos de punta.
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Sabido es, y la opinión pública no deja de ratificarlo, que el ejercicio de la política en muchos países, incluido el nuestro, ha caído en una degradación ética que pone los pelos de punta. Basta con encender la televisión y ver cuál es el caso de corrupción que hoy nos presenta. Afloran constantemente y los informativos se encargan de airearlos, como si de una serie televisiva más se tratase. Uno ya no sabe dónde acaba la ficción y empieza la realidad. Y lo más sorprendente además es que, con mucha frecuencia, los ciudadanos de a pie nos quedamos en una resignación fatalista o, en el mejor de los casos, en una formal recriminación. ¿Por qué no decirlo? Lo que nos está haciendo falta, y mucha falta, es una regeneración de las conciencias, porque en política, al igual que sucede en muchos otros campos, todo es siempre cuestión de conciencia, una conciencia formada, recta, rigurosa y llena de vigor a la hora de evaluar y tomar decisiones. «En lo más profundo de su conciencia –leemos en la Gaudium et Spes– descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente» (GS. 16). ¿Pero cómo regenerar la conciencia? La misma Gaudium et Spes nos recuerda el valor del amor en la vida del hombre en este famoso pasaje: «El hombre no puede encontrarse verdaderamente a sí mismo si no es en el don de sí», que es como decir que el amor nos hace ser, que el hombre es verdaderamente él mismo sólo cuando se dona. No se trata ya de la famosa sentencia de Descartes: «Pienso luego existo», sino de «Amo luego existo», porque lo que nos hace existir no es el pensar, sino el amar, y el amar es lo que nos da una auténtica conciencia con respecto a nosotros mismos, de las situaciones y de la sociedad. Naturalmente, este amor necesita ser explicado y guiado por normas objetivas, que le den una imagen concreta y que sean puntos de referencia seguros. Si somos capaces de vivir según una recta conciencia, no sólo la persona sino también la sociedad se regenera. Apostemos por ello. Pensemos en cómo ser un don para los demás. Depende de mí, de ti, de todos nosotros. CN



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