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articulo

El prodigio de la solidaridad

Juan Félix Bellido

Sumidos en lo más profundo de la crisis económica, la solidaridad aumenta y sostiene a los que más padecen sus efectos.
Las cifras causan pavor se mire hacia el rincón de España que se mire, pero en Andalucía, si cabe, la situación resulta aún más sangrante. Junto con Canarias, Andalucía se encuentra a la cabeza en número de familias enteras en paro. En España, esta situación afecta a 1.118.300 familias, que suponen el 8,7% de los hogares españoles, pero es que en Andalucía, desde donde escribo estas líneas, el drama afecta al 13,23% de las familias según la Encuesta de Población Activa (EPA). Un drama que se suma a ese ya fatal 33,17% de desempleo, o dicho de otra manera, a 1.329.600 andaluces en paro. Una situación que a todas luces se presenta insostenible1. ¿Cómo puede una comunidad soportar una realidad tan tremenda? Y además en crecimiento, o mejor dicho, en caída libre. Francisco Domouso, director de Cáritas en la diócesis de Asidonia-Jerez, afirma que hacen todo lo que pueden y algo más para salir al encuentro de una situación que golpea a las familias más necesitadas: «Cáritas diocesana, que atiende a una población de aproximadamente 450.000 habitantes, recibió el año pasado más de 62.000 peticiones de ayuda, atendió a 26.776 familias de las que 7.423 eran nuevas, y tuvimos que incrementar los recursos destinados a estas ayudas en un 80%. Y un dato muy significativo y preocupante: el 58% de estas personas llevan más de tres años demandando apoyo». El mal se está haciendo crónico. El obispo de la diócesis, José Mazuelo, lo resume así: «Se ha detectado un incremento de la pobreza, que se ha hecho más extensa y más intensa, a la vez que se cronifica». Mientras todos los organismos públicos recortan las ayudas sociales, la Iglesia sigue siendo el pilar fundamental que sostiene el arco de las necesidades más fundamentales. Para muestra, el botón de esta diócesis relativamente pequeña. «Caritas –subraya Domouso– ha dedicado 828.798 € a esta labor de acogida y asistencia de los más necesitados, un 80% más que el año anterior. Tenga en cuenta que las solicitudes de alimentos se incrementaron en un 186%, las de ropa un 190%, las sanitarias un 178% y las de suministros como agua, luz y gas, un 150%». Y no relato los recursos y esfuerzos dedicados a la orientación laboral, a la búsqueda de trabajo, a la formación, a los convenios con las empresas, etc. ¿Pero de dónde salen esos recursos con que paliar esta creciente hemorragia social? El 65% viene de la generosidad de los que dan su dinero y sus posibles a esta labor, generosidad solidaria de creyentes y personas de buena voluntad a los que los problemas de sus semejantes no les son ajenos. «Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve», nos recuerda Francisco Domouso. Por eso, las columnas que sostienen el arco que excede de lo legislado no son “institucionales” en el sentido político del término. Porque Cáritas es sólo un canal del compromiso cristiano personal, del deber de caridad que afecta a todos, de aquella afirmación, también de Juan en su primera carta, de que «si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?». Sin olvidar la meritoria e impresionante labor que realizan centenares de ONG, congregaciones religiosas, hermandades, cofradías y asociaciones, de las que este espacio no nos permite hablar. Otra “institución”, la primera que apoya a los demandantes de ayuda, es la familia. Estas personas se apoyan en sus familias para obtener alimentos, acogimiento en la vivienda familiar y ayudas económicas para pagar electricidad, agua y gas. Cuando con esto ya no llegan, acuden a Cáritas u otras estructuras de apoyo. Afortunadamente, la familia en el sentido amplio (abuelos, tíos, padres, hermanos) con su carga de afecto, de solidaridad, de generosidad, de sacrificio, sigue siendo aún hoy, a pesar de las tormentas y de los ataques continuos, un pilar social determinante. Y aunque es verdad que no todo el monte es orégano, el orégano anónimo de millares de personas con principios, entre los que también hay empresarios, hace posible el sostenimiento del edificio. Es cierto que en este huracán que estamos padeciendo, algunas empresas están aprovechando para sacudir el olivo más de lo necesario y hacer caer más aceitunas de la cuenta, pues como me comentaba un empresario, «la crisis puede ser para muchos fuente de negocio». Pero otros no son así. Como ejemplo, un empresario a quien conozco que con otros dos socios tiene una empresa especializada con 10 empleados. La crisis llega también para él, ve disminuir la facturación y se pregunta cómo hacer para no reducir personal, para no seguir la estela de los que lo hacen. Su conciencia le dice que no puede dejar en la calle a quienes están haciendo un esfuerzo por mantener la empresa, por llevarla con él adelante. Y tiene que nadar a contracorriente. Tiene que convencer a sus socios de sostener la situación a costa de no tener beneficios, y tiene que convencer a algunos de los empleados que mantienen que se debe prescindir de alguien para salir del bache y salvar al menos algunos puestos de trabajo. Está convencido de que cuando se busca el bien de los demás, las soluciones llegan. ¡Y llegan! ¿Por qué lo hace?, le pregunto. «Porque es lo que tengo que hacer. ¡Qué fin hay más importante que éste!». Me cuenta su trayectoria. Es cristiano, su mujer le ha ayudado en esto y comparte sus opciones. Ha ido construyendo dentro de sí los valores del humanismo cristiano y su trabajo es una oportunidad de hacer algo por los demás. Pero su experiencia en medio de esta crisis le llevaría a otras opciones. Ve que hay otras empresas de su ramo a las que la crisis o una gestión inadecuada está hundiendo. Para algunas empresas es el momento de “comérselas”, de aumentar su mercado, de crecer con nuevos clientes y, consiguientemente, aumentar el propio negocio a costa de la competencia que cae. Convence a sus socios: «Esto no puede ser una guerra; hay que seguir haciendo posible que los demás puedan seguir llevando un sueldo a su casa. Tenemos que compartir». Busca pactos, colaboraciones, acuerdos empresariales para que esto sea posible. «Tenemos que saber encajar los criterios empresariales con el Evangelio». Es consciente de que todo esto supone una lucha interior para ser coherente con la fe, «y serlo en esto y en todo: no defraudar en los impuestos, contratar legalmente a los trabajadores…». La crisis es la que es, pero gracias a los valores y a los principios de este empresario, los diez trabajadores de su empresa siguen ahí. Y podríamos seguir con la lista de ejemplos, la mayoría anónimos, y todos inspirados en unos valores profundos y coherentes. Y acabo con una anécdota, que entendida en sus justos términos, puede ser emblemática y extrapolable a otros rincones. Un domingo por la mañana voy con mi esposa a la panadería del barrio a comprar el pan. Aquella mañana escucho una conversación de la panadera que le comenta a mi esposa: «No puedes imaginarte la alegría que le dio al padre. Le di tu regalo cuando vino a recoger la tarta». Respeto la confidencialidad y no pregunto. En el camino de vuelta a casa, una breve explicación me da la clave de lectura. Un niño del barrio hacía la primera comunión. Sus padres no tienen trabajo y sufrían por no tener un regalo para su hijo, una tarta, la posibilidad de una celebración familiar que al chico le recordase tan importante día. La madre, con cierta pena, se lo comenta a la panadera. Y una máquina sencilla, cercana, se pone en marcha. La panadera no sólo informa de la situación a los vecinos, sino que se implica. ¡El chaval tendrá la tarta para ese día! Y con la tarta, van llegando otros regalos que completan la celebración. Frente a la crisis económica, la solidaridad es el pilar que sustenta, a pesar de los obstáculos, el tejido social. 1) Todos los datos en este artículo están actualizados a 30/6/2012.



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