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articulo

Francisco intemporal

Gabriel Revuelta

Entrevista al cardenal Carlos Amigo: la figura de Francisco de Asís en un libro recién publicado.
Recientemente Ciudad Nueva ha publicado, dentro de su colección «15 días con», el libro «Francisco de Asís», preparado por el cardenal Carlos Amigo Vallejo. Con él hablamos de esta publicación y del personaje que la inspira. –En la solapa del libro se dice «Francisco de Asís, una figura siempre actual y fascinante». ¿Por qué? –Francisco de Asís fue un hombre profundamente evangélico. Ni tenía otro proyecto de vida, ni sus deseos iban más allá del poder seguir fielmente, y de la manera más leal posible, las huellas que Jesucristo dejara a su paso por la tierra. Esta es la actualidad de Cristo y esta es la intemporalidad de Francisco de Asís. Los tiempos y las circunstancias no solamente no han cambiado el valor de esta forma de vida, sino que existe una verdadera fascinación por el espíritu evangélico de Francisco de Asís, incluso más allá de los ambientes cristianos. Es un santo universal, querido y admirado por todos y en todas las épocas de la historia. –Normalmente se relaciona a San Francisco con la pobreza, pero Ud. dedica un capítulo a explicar la veneración que el pobre de Asís tenía por la Palabra de Dios. ¿Cómo conseguir que nuestra vida se adecúe cada vez más al Evangelio? –Es muy frecuente encontrarse en los escritos de San Francisco con frases que denotan la cercanía que sentía de la palabra de Dios: «El Señor me inspiró…», «El Señor me llevó…». Esta luz divina no le venía sino de la meditación constante de la palabra de Dios. El Evangelio no es un simple libro para leer. Es la manifestación de lo que Dios ha querido decirnos en su hijo Jesucristo. La palabra se hace vida. Y la vida se expresa en la coherencia entre el pensamiento y la conducta, entre las ideas y la vida moral. El camino para encontrarse con el Evangelio no puede ser otro que la identificación con Jesucristo. Él es quien "enseña" a vivir el Evangelio. Es el maestro, el camino y la forma de vivir. –«El Señor te de la paz». Era el deseo con el que Francisco saludaba a quien se encontraba. ¡Tenemos tanta necesidad de paz! ¿Cómo puede alcanzar el hombre de hoy esa paz? – Es el gran deseo del corazón del hombre. Por eso las páginas de la Biblia están llenas de referencias a la paz. ¡El Señor te de la paz! Es el mejor regalo que se puede desear a una persona. ¡Si al menos tuviéramos paz! Una tranquilidad que no es simplemente ausencia de violencia, sino el regalo que Dios ofrece a los que actúan con rectitud de corazón y buscan, con humildad y sencillez, que el querer de Dios se realice entre todos los hombres. –En su libro dice que el aspecto más consistente en la espiritualidad franciscana es la fraternidad. ¿Es una ingenuidad hablar de fraternidad en las relaciones sociales o incluso en política? –Lo que es completamente absurdo es pensar que se puede trabajar por el bien común sin tener en cuenta ese sentido grande de fraternidad. Cuando se habla tanto de globalización parece como si se olvidara que los protagonistas de esta universalidad tienen que ser las personas. Se puede trabajar por el bien común en muchos aspectos, pero si no se consigue que los hombres vivan como auténticos hermanos, respetándose mutuamente y colaborando en la consecución de los fines de la justicia y de la paz para todos, los más nobles esfuerzos quedarían en un intento fallido. –Uno de los últimos capítulos del libro está dedicado a la “santa obediencia”. ¿No resulta anacrónico eso de obedecer a otra persona? – La obediencia, antes que ser un deber de acatamiento, es un derecho que el hombre ha recibido. Y que no es otro que el de poder contar con alguien –autoridad, superior, dirigente…– que le ayude a alcanzar unos determinados objetivos. Si deseamos el bien común y elegimos a algunos para que nos ayuden a conseguirlo, es lógico que exista también una responsabilidad de acatamiento a las normas y leyes encaminadas a conseguir esos objetivos de bienestar para todos. Desde el punto de vista religioso, la obediencia tiene dos vertientes principales. Una de ellas es la del reconocimiento del derecho que uno tiene a que un hermano mayor le ayude a conseguir la santidad. La otra vertiente se refiere al ejercicio de la caridad fraterna, que consiste en saber que la necesidad del hermano se convierte como en un mandato de obediencia. Si tu hermano tiene necesidad, tendrás que buscar el pan que necesita. En este sentido, la obediencia no solamente no es limitación para la libertad, sino una inestimable ayuda para que el hombre sea auténticamente libre y deje a un lado las cadenas esclavizantes del egoísmo. –Ud. se presenta como franciscano y cardenal. O sea, reúne en sí dos carismas: el de la vida religiosa y el de la jerarquía. Los dos al servicio de una misma Iglesia, pero con una relación no siempre fácil y a menudo salpicada de desencuentros. ¿Cual ha sido su experiencia al respecto? – El ser franciscano no solamente no ha sido ningún obstáculo para poder realizar el ministerio episcopal, sino que es una de las mejores ayudas que he encontrado. Al fin y al cabo esa era la primera vocación y en la que había sido educado. Por otra parte, el carisma franciscano no se refiere a un tipo de ministerio sino a una forma de realizarlo. También tengo que decir que el ser obispo y cardenal ha sido también una gracia de Dios para afirmarme más en mis convencimientos franciscanos de servicio a la Iglesia. –A finales de octubre pasado se produjo una cita histórica en Asís de Benedicto XVI con líderes religiosos de todo el mundo. El ejemplo de Francisco alentó a los presentes a ser operadores de paz y fraternidad. ¿Es una utopía hablar de unidad de la familia humana? –El deseo de unidad y de paz está tan metido en el corazón del hombre que no puede ser una simple utopía. Dios no nos hubiera dado estos sentimientos tan grandes si no estuviese dispuesto a ayudarnos para que se puedan conseguir. Éste era el convencimiento de Juan Pablo II en esta línea de encuentro en Dios, que es en la que sigue Benedicto XVI. El espíritu de Asís es manifestación de esa llamada de Dios padre al encuentro de todos sus hijos. Una sola familia que bendice al Dios altísimo, como gustaba decir Francisco de Asís, y que busca en la fe el camino del encuentro. El diálogo interreligioso es algo más que una reflexión filosófica, para convertirse en un verdadero puente de encuentro entre personas que buscan sinceramente realizar la voluntad de Dios en su vida. Por eso Benedicto XVI ha repetido que en forma alguna se puede utilizar el nombre de Dios para emprender acciones que repugnan a las más grandes y nobles aspiraciones de la humanidad, como pueden ser la justicia y la paz.



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