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ESPECIAL JMJ: La llamada de la Cruz

Francisco Javier Tovar

El viernes, 19 de agosto, segundo día de su estancia en Madrid, el Papa hizo del rezo del Vía Crucis una llamada a la «entrega generosa» a los demás.
Como si de un Viernes Santo se tratase, los peregrinos pudieron recordar, en primera persona, la pasión y muerte de Jesucristo en el Vía Crucis de la Jornada Mundial de la Juventud. A ello contribuyeron, sin duda, los quince misterios escultóricos provenientes de provincias como Zamora, Cuenca, Sevilla, Málaga, Madrid, Segovia o Cádiz, que desde el Paseo de Recoletos hasta la plaza de Cibeles dieron muestra al mundo de la riqueza artística que atesoran las distintas formas de celebrar la Semana Santa a lo ancho de España. Todo un extraordinario patrimonio religioso «al servicio de la fe» –como señalaría el Papa en su meditación– que volvió a recuperar la función evangelizadora para la que fue creado. A diferencia de la ceremonia inaugural del día anterior, éste fue un acto para la oración y la reflexión interior; el momento para que los jóvenes abrazaran la cruz de Cristo y apostaran por hacerla presente en sus vidas. Esa cruz no es otra que el servicio a los demás siguiendo el ejemplo de Cristo, y para ello, nada mejor que contemplarla en las realidades de los distintos colectivos que iban trasladando la Cruz de los Jóvenes por todas y cada una de las catorce estaciones a lo largo de los 700 metros que separan las plazas de Colón y Cibeles. Jóvenes provenientes de lugares de sufrimiento de todo el mundo –como Oriente Medio, Irak, Sudán, Haití o Japón– y de sectores desfavorecidos de la sociedad –enfermos de sida, toxicómanos rehabilitados o damnificados de catástrofes naturales– sirvieron para comprobar que la cruz de Cristo –más allá de las antiguas representaciones del arte– sigue hoy más viva que nunca a la espera de que alguien decida cargar con ella. «Llamadas del Señor para edificar nuestras vidas siguiendo sus huellas», las definió el mismo Benedicto XVI. Tras el rezo de las catorce estaciones llegaba el turno para la meditación del Papa. En ella animó a los jóvenes a que no pasen de largo ante el sufrimiento humano, donde «Dios les espera» para que entreguen lo mejor de ellos mismos del mismo modo que Jesús entregó su vida por nosotros. En este sentido, se refirió a que el sufrir por los demás no es más que «la aceptación de nuestra cruz» particular, pero que –como en el caso de Cristo– ésta será una cruz gloriosa, «el icono del amor supremo». Por último, y para cerrar el acto, el Santo Padre dirigió una oración a la Virgen (representada en la última escena: La soledad de María). Bajo su protección quiso poner a todos los jóvenes del mundo para que se mantengan fieles y firmes ante las dificultades que encuentren por causa de la entrega generosa hacia los hermanos. Al filo de las diez de la noche, una vez concluido el Vía Crucis, los quince misterios emprendían su regreso a los templos y lugares de acogida en una magna procesión por las calles del centro de Madrid. Hasta bien entrada la madrugada, calles como Alcalá o la Puerta del Sol fueron testigos del tránsito de la multitud de fieles que acompañaban al paso de palio sevillano de la Virgen de Regla y al madrileño Cristo de Medinaceli; del fervor de los legionarios para con el malagueño Cristo de Mena o de la sobriedad de los misterios castellanos. Todo un compendio de arte y devoción al servicio de la fe. Francisco Javier Tovar – Periodista (Crónica Blanca-Sevilla)



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