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ESPECIAL JMJ: Deseaban escuchar la Palabra de Dios

Ezequiel Chabay

Varias horas bajo el sol debieron aguantar los peregrinos venidos de diversas partes del globo para encontrarse, finalmente, con la figura del Santo Padre el jueves, 18 de agosto.
Quienes acamparon temprano para copar las primeras ubicaciones pudieron seguir a través de pantallas localizadas en Cibeles la llegada de Benedicto XVI a tierras españolas en el aeropuerto de Barajas. Apenas tuvo oportunidad, el pontífice dirigió a los jóvenes palabras de aliento, no sin antes agradecer a una protagonista esencial de la JMJ: la comunidad española. «Deseo agradecer de todo corazón la hospitalidad de tantas familias, parroquias y colegios que han acogido a los jóvenes». Y luego explicó para aquellos que aún andaban sin rumbo, sin saber por qué habían venido a esta JMJ, aunque –al menos– sintiéndose atraídos, la razón de este encuentro. «¿Por qué y para qué ha venido esta multitud de jóvenes a Madrid? Desean escuchar la palabra de Dios», sentenció. Y la palabra de Dios hace eco en los jóvenes. «Este descubrimiento del Dios vivo –señaló el Santo Padre– alienta a los jóvenes y abre sus ojos a los desafíos del mundo en que viven, con sus posibilidades y limitaciones». Mientras, millares de jóvenes continuaban colmando Cibeles, la Calle de Alcalá, el Paseo de Recoletos y cuanto espacio estuviera disponible, para ser partícipes de esta gran fiesta de la fe. Con la tez un tanto morena, con el níveo cabello arremolinado, un tanto delgado y con una sonrisa resplandeciente, Benedicto XVI bajó desde la mítica Puerta de Alcalá hacia el escenario central, pero no sin antes pasearse entre las columnas de jóvenes que deseaban expresarle su cariño. Una vez arriba del escenario, acompañado de cerca por la figura de Santa María de la Almudena, el Papa no escatimó en tiempo para saludar a los peregrinos en las seis lenguas oficiales del encuentro. A los hispanos les encomendó resonar el nombre de Cristo «por todos los rincones de esta ilustre villa». A los francófonos les alentó a encontrar respuestas a sus inquietudes. Los anglosajones escucharon, por su parte, cómo el Papa los exhortaba a «poner en Cristo el fundamento de sus vidas». A sus compatriotas les pidió «abrir el corazón a Cristo». A sus cercanos jóvenes italianos, no menos que un caluroso saludo. A los peregrinos de países de lengua oficial portuguesa les quedó grabado a fuego un mensaje: «La Iglesia necesita de ustedes, y ustedes necesitan de la Iglesia». Aparte le quedó saludar a los polacos, quienes formaban una de las delegaciones más numerosas y se constituyeron como el grupo de voluntarios internacionales más amplio. «Saludo a los jóvenes compatriotas del beato Juan Pablo II. Me alegra que estéis en Madrid», se sinceró el Papa. El acto consistió en una liturgia de la Palabra, que Benedicto tomó como lanzadera de su primer discurso frente a la multitud allí reunida. El pasaje leído transmite una enseñanza simple de entender, aunque desafiante para embarcar: fundar todo en Cristo. «Escuchad las palabras del Señor para que sean Espíritu y Vida. Aprovechad estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que enraizados en Él, vuestros deseos de ir a más, de llegar más alto, hasta Dios, tienen futuro cierto», expresó. El Pontífice exhortó a vivir con coherencia la fe cristiana, y así ser transmisores de la Buena Nueva a los jóvenes que creen, que dudan o que no creen. «Edificar sobre roca firme contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos, mostrando una alternativa válida a tantos que se han venido abajo en la vida». Benedicto XVI también tuvo un momento para fustigar el materialismo y el relativismo que azotan a las sociedades de hoy. «Hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener más necesidad que de ellos mismos», disparó. «Desearían decidir por sí solos qué es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias. (…) Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios». El Papa quiso señalar en esta ocasión y en otras que vendrían luego, cuál es el camino a seguir. «Sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y el bien. Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente. ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?». El vicario de Cristo quiso dejar en claro el camino a seguir. Ahora depende de los hijos de la Iglesia aprehender estas enseñanzas, hacerlas carne y seguir a Cristo con el mismo afán que los millares presentes en Cibeles. Ezequiel Chabay – Periodista (Crónica Blanca-Buenos Aires)



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