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articulo

Al menos una vez en la vida

Encarnación Javaloyes

Se podría dar un abanico de definiciones, pero la Mariápolis siempre será lo que cada uno ha vivido personalmente.
¡Quién sabe cuánta vida podremos comunicarnos cuando nos volvamos a ver el año que viene en Cáceres! ¡Os esperamos!». Éste era el saludo con el que nos despedíamos el pasado 6 de agosto en Huesca y se pasaba el relevo a la ciudad de Cáceres para preparar y acoger la Mariápolis 2011. Los cacereños tomaron este relevo con gran entusiasmo y responsabilidad y están dando lo mejor de sí mismos para explorar todas las posibilidades y proporcionar los medios apropiados para llevar a cabo este evento. La Junta de Extremadura, la Diputación de Cáceres, la Diócesis de Coria-Cáceres y el Ayuntamiento han brindado una gran acogida, típica de esta ciudad que, en su tiempo, acogió a romanos, árabes y judíos, cuyas huellas permanecen aún, como se puede percibir paseando por sus calles. Ni que decir tiene que en Cáceres la expectativa es grande por un acontecimiento tan original y difícil de explicar. Quizás en un primer momento se ve más como la posibilidad de dar a conocer la belleza de la tierra extremeña, que puede parecer olvidada, o se contemplan las ganancias económicas que puede generar este evento; pero conforme se van entretejiendo los preparativos de la Mariápolis, constatan que va a ser un enriquecimiento mutuo y tienen el deseo de participar, difundirlo y darlo a conocer. De hecho, una de las características de la Mariápolis es la apertura a la ciudad que la acoge mediante la realización de actos, talleres y veladas recreativas en las que pueden participar todas las personas que estén interesadas y quieran “matar el gusanillo de la curiosidad” viendo y experimentando lo que allí se hace. Cuando le preguntas a alguien qué es la Mariápolis, es muy común que te responda: «No sé; es difícil de explicar. Hay que vivirla»; o que te cuenten su propia experiencia: «Todo empezó cuando mi tía nos invitó a mi hermano y a mí a participar a una Mariápolis en Cuenca. No sabíamos nada del Movimiento de los Focolares y no conocíamos a nadie. En cuanto llegué, se me acercó una chica muy simpática; nos fuimos juntas y me presentó a sus amigas. Todos parecían muy alegres al conocerme y muy amables. Era muy extraño para mí; nunca nadie se había portado así conmigo sin conocerme. Me di cuenta de que en la vida ser cristiano es algo más que creer en Dios; que es amor. Era increíble ver cómo el mundo entre esas personas era perfecto y se daba amor a todos desinteresadamente. Es una de las mejores cosas que he aprendido en mi vida». Experiencias de este tipo nos hacen comprender que la Mariápolis «hay que vivirla» al menos una vez en la vida, como se suele decir. Muchos son los que la tienen como su cita anual; otros la recuerdan como algo especial que han vivido con personas de todas las edades, de diferentes lugares y culturas; para otros es la respuesta a una llamada a la fraternidad universal que muchos anhelan… Se podría dar un abanico de definiciones, aunque siempre permanece lo que cada uno ha vivido personalmente. Este año el título de la Mariápolis es «La aventura de la luz». Tendremos la ocasión de “subir las persianas” para vislumbrar la luz y así descubrir un rayo por el que caminar en una sociedad en la que, aparentemente, predomina la oscuridad. La Mariápolis la hacemos cada uno de nosotros y, sin lugar a dudas, la ciudad de Cáceres, patrimonio de la humanidad, y el entorno natural que la rodea serán el marco que nos ayudará a penetrar en ella.



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