Cómo educar a ser buenos ciudadanos al margen de la polémica.
«Como a mi abuela le cuesta andar, yo la ayudo cuando quiere tomar el aire». Dicho así, parece una tradicional “obra de caridad”, pero no, se trata de una anotación que dejó escrita Pablo, un alumno de 5º de primaria, en su cuaderno de deberes. Este otro apunte, de otro cuaderno de deberes, se le parece mucho: «Cuando a mi abuela le cuesta bajar un escalón, entiendo que, aunque a mí no me pase porque soy una niña, ella tiene esa dificultad y necesita ayuda». Y éste otro no tiene desperdicio: «En el autobús me senté en un asiento, pero en una parada entraron muchos mayores y entonces pensé: voy a dejar a un mayor que se siente, porque veía que ese mayor estaba cansado».
¿Acaso estamos en clase de Religión y el profe procura adiestrar a sus pequeños alumnos en tema de amor al prójimo? No, estamos en clase de Educación para la Ciudadanía; y sí, la profe procura adiestrar a sus alumnos en técnicas sencillas que les permitan ponerse en el lugar del otro. Juana Mari, la profe, revisa los deberes de sus alumnos y no sale de su asombro. ¡Qué bien lo han hecho! Si es que son heroicos. Mira éste: «Mi padre estaba riñendo a mi hermano por algo que había hecho yo, cuando me di cuenta me abalancé y le dije: he sido yo».
La asignatura de «Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos» hace tiempo que se viene impartiendo en la Educación Secundaria Obligatoria, pero empezó a impartirse en 5º de primaria el curso pasado. Era una materia nueva, precedida de una abundante polémica en los medios de comunicación y en el ámbito educativo, marcada además por el estigma de poder inducir a los alumnos a ciertas actitudes y comportamientos de dudosa moralidad. «Cuando el curso pasado me ofrecieron esta asignatura en el colegio donde trabajo –cuenta Juana Mari–, me dieron la opción de elegir el texto, y después de conocer varios libros, escogí el elaborado por el filósofo José Antonio Marina para 5º de Primaria, porque me parecía que expresaba con mucha claridad los valores cristianos que yo mantengo». ¡Ah!, ahora se entiende por qué las anotaciones del principio sonaban a obras de caridad. Pero vistos desde esta otra óptica, son en realidad actitudes que toman en consideración a la otra persona. Por ejemplo: «Anoche estaba entrando muchas veces a la habitación de mis padres. No me daba cuenta de que estaban muy cansados; y en un momento pensé: ya no voy a entrar más porque están muy cansados, será otro día». Parece que Alicia, otra alumna de Juana Mari, ha entendido lo que significa ponerse en la piel de sus cansados padres, ¡y sus deberes son de nota!
¿Qué hace en sus clases nuestra profe? «Con esta nueva asignatura de una hora semanal, ponemos de relieve temas tan importantes como conocerse a sí mismo y a los demás, el escuchar la voz de la conciencia, para lo cual es muy necesario formarse a fondo, vivir para el bien común, los derechos humanos, etc. Y para todo esto, es fundamental la empatía, es decir, ponerse en el lugar del otro. Sólo de este modo seremos verdaderos ciudadanos». El lugar del otro es siempre un punto de vista ajeno al mío y no cabe duda de que requiere un esfuerzo, más o menos grande, comprenderlo y asumirlo. Por eso está tan sorprendida la profe. Y no es para menos: «Estábamos en el cambio de clase hablando –escribe una niña–. La profesora estaba enferma. Pensé cómo me sentiría si fuera ella y paré de hablar». O si no: «Vi a un niño en el patio que se había caído y todos los niños que pasaban le miraban, pero nadie le ayudaba. Me puse en su lugar y lo llevé a que lo curasen». ¡Caramba! Si un niño puede adquirir para su bagaje cultural un valor como este, entonces podemos tener esperanza en el futuro.
«Los deberes que pido a mis alumnos en esta área –dice Juana Mari–, además de conocer personas que han sabido poner todas sus capacidades a favor de la humanidad, consisten en demostrar cómo van poniendo en práctica lo que vamos estudiando cada semana. Así, por ejemplo, hace unos días, les pedí que escribiera cada uno cinco ocasiones en que habían sido capaces de ponerse en el lugar de los demás». Ahí está su labor educativa: «ser capaces de», desarrollar una habilidad y asimilarla voluntariamente, como cuenta Daniel: «Mi madre estaba ocupada y le pregunté algo. Tardó mucho en contestarme, pero no me quejé porque sé que tiene mucho trabajo haciendo las camas o lavando la ropa. Un día acabé pronto los deberes y fui a ayudarla en vez de jugar». ¡Admirable!
Concluye Juana Mari: «Después de algunos días en que me sentía algo desanimada porque no siempre se ven los frutos del trabajo, supuso para mí una enorme alegría llegar a una clase, pedir las tareas y ver que todos las habían hecho. Además disfruté de ver cómo habían comprendido lo esencial de ser buenos ciudadanos, y con la sencillez de niños de 10 años». No es para menos. Ahí van algunas perlas más: «Cuando voy por la calle y veo gente que pide dinero, pienso que están pasando un mal rato y trato de ayudarles». «Cuando mi profesora nos puso una película donde salían niños desnutridos y enfermos, no pienso que a mí me da igual, que yo tengo de todo, sino que pienso: qué vida tan dura e injusta tienen». «Un día una niña estaba sola en el patio, me acerqué a ella y jugué para que no estuviera sola». «A mi hermana se le cayó el agua mientras comíamos y mojó toda la mesa. Me puse en su lugar y comprendí que no lo había hecho a propósito». «Quería que mi hermana me ayudara a hacer un ejercicio, pero vi que tenía muchos deberes y un examen global, entonces dije: luego hago el ejercicio; ahora voy a preguntarle a mi hermana lo que lleva para el examen».