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articulo

Entrada de emergencia

Mario Di Martino

Alejandro se decidió por la escuela, y no por otras cosas, porque encontró a quien supo acogerlo.
Soy ingeniero químico, pero hace más de veinte años que doy clases en una escuela profesional. ¡Aún no me han abandonado las ganas de hacer experimentos, todo lo contrario! Hoy “experimento” conmigo mismo y con el prójimo: hay que amarlo sin límites para que su respuesta sea el amor. Eso es lo que me pasó con Alejandro, un muchacho de catorce años refractario a cualquier regla y que en un momento dado dejó de venir a clase. Poco tiempo después me enteré por el periódico que habían arrestado a todos los adultos de una familia por tráfico ilegal, y daba el detalle de que habían confiscado algunos teléfonos móviles. En ese momento se me pasó por la cabeza que, cuando inscribieron a Alejandro, dejaron varios números de móviles, pero ninguno de teléfono fijo. El chico volvió luego a la escuela –supongo que porque no tenía otro sitio donde ir–, y como siempre, decidido a seguir sus propias reglas. Para acogerlo, la clase de ese día parecía hecha aposta para él. Versaba sobre la importancia de verificar las ideas, pues la realidad no siempre es como a nosotros se nos presenta. A continuación, una redacción sobre el tema. Y Alejandro, entre otras cosas, escribe: «He entendido que debo aprender a distinguir entre lo que tengo ganas de hacer y lo que debo hacer de verdad, porque no siempre pienso o veo las cosas de manera justa». Era la primera vez que elaboraba algo, y a partir de ese momento empezó a trabajar más. Al terminar el ciclo completo, aprobó con la cualificación de operador mecánico-térmico. Y ahora está trabajando... Alejandro se decidió por la escuela. Podía haber optado por “otros” caminos cuando se encontró solo, pero quizás el hecho de que encontrara a alguien que lo esperaba puede haber tenido su importancia. Éste fue uno de tantos “experimentos” para entender que, del mismo modo que es importante prever una salida de emergencia, en sentido literal o figurado, también puede ser interesante pensar en “entradas de emergencia” que permitan regresar a aquellos que están fuera... y a lo mejor no siempre por iniciativa propia. Otra cosa. Me he dado cuenta de que componer poesías para festejar a uno que se va a jubilar o a otro que se cambia de escuela es una buena forma de llegarle al corazón y acortar las distancias. Al principio era algo esporádico, pero luego se fue convirtiendo en algo obligatorio cuando acababa el curso escolar, durante la comida de despedida. La última vez había tres colegas que se jubilaban. Compuse para ellos una “poesía acumulativa”, y al oírla el director dijo: «Hace treinta años que hago este trabajo y he de decir que entre vosotros hay algo que en otras escuelas no he visto». «Está claro –me dice un colega– que todos esperábamos el momento de la poesía. Gracias». Naturalmente, no todo sale siempre bien, sobre todo durante los primeros diez años, quizás porque no soy muy bueno catalogando. Con el director he llegado a tener momentos de verdadera tensión. Me he dado cuenta de que sus puntos de vista son con frecuencia el “espejo” de los míos. Pero él sigue una lógica coherente y yo trato de adaptarme en la medida que me es posible, y de ese modo llego a descubrir sus aspectos positivos. Llegó el día de su jubilación. Le preparé una poesía con la que pretendía darle a entender que me cae bien. Algún tiempo después me lo encontré por la calle, nos dimos un abrazo y me dijo: «Mario, tu poesía la enmarqué y la tengo colgada en la sala de estar de mi casa». El último día antes de las vacaciones de Navidad, una colega que padecía una enfermedad incurable me regaló una ramita de acebo y una chocolatina envuelta en papel dorado. Casi al mismo tiempo le estaba diciendo a otro: «Este año no tengo ni ganas de poner el belén», y yo me dije para dentro: «Este año tendrás tu belén». Por la tarde, mi mujer y yo salimos con una lluvia torrencial a buscar una lámina de corcho y algunos pastorcillos. Estuve montando el portal hasta la madrugada y le añadí una tarjetita: «Querida Dori: sólo es una maqueta sin valor ninguno que nos recuerda que hace dos mil años vino al mundo un Niño pequeño al que le hacía falta de todo, como cualquier niño, pero que luego llegó a decir: “Tened fe, yo he vencido al mundo” y se puso como signo de contradicción. ¡Feliz Navidad!». A la mañana siguiente fui a entregarle el paquete y la tarjeta. Volví a verla después de las vacaciones. Vino corriendo hacia mí y me dio un abrazo. «Gracias Mario, he llorado durante todo el camino, y qué bonito es el belén que me hiciste». Dos meses después se nos fue de esta vida. En la escuela le di la noticia a sus alumnos: «Escribidle una carta», les propuse. «Pero es que tenemos ganas de llorar». «Yo también he llorado», dije. «Profe, ¿usted no escribe?». Así que pillé un folio y un boli: «Querida Dori: has pasado entre nosotros regalando amor a todos, también a mí, como los obreros de la última hora. Ahora estás ante quien te dio la capacidad de amar, porque sin duda te ha acogido. Adiós y gracias. Tuyo, Mario». Hace unos días la clase estaba insoportable: «¡Basta! –dije enojado–. Para mí no sois más que la forma de ganarme el sueldo». «¿Por qué dice eso, profe, si sabe que no es verdad?». «Chicos, os voy a contar una cosa. Hace veinte años estaba sin trabajo y probé a sacar las oposiciones. Le pedí a la Virgen que me ayudara a sacarlas, y ella me dijo: “Te voy a ayudar, pero te tendrás que quedar aquí hasta que te jubiles”. Y yo pensé: es un buen sitio, la gente es educada, seguramente me tocará una buena escuela... Y acepté. Por eso hace dieciséis años que estoy aquí con vosotros». «Profe, la Virgen le tomó el pelo». Y yo estallé en carcajadas: «Seguro que hizo trampas».



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