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Humanizar la Navidad

Ana Moreno Marín

Mientras escribo estas líneas, en Haití ya han muerto 917 personas a causa del cólera, 14.642 permanecen hospitalizadas y unos 200.000 haitianos son susceptibles de contraer esta enfermedad.
Sin embargo, en el momento en que las lean será Navidad y muy probablemente las víctimas del cólera habrán aumentado. La experiencia de Clara es un regalo que nos permite abrir el corazón y extender la mirada hacia este pueblo tan castigado. Y digo que será Navidad, porque ya se habrán encargado las grandes superficies y empresas de publicidad de anunciárnoslo a bombo y platillo. Las calles, si no ya, en poco tiempo se llenarán de luces, de escaparates con más Papás Noeles que Reyes Magos, de vallas y carteles con imágenes y mensajes consumistas, de palabras iluminadas como paz, amor, alegría… cada vez más vacías de contenido, pero que quedan “muy bonitas”. Todavía veremos algunos belenes y volverán las cenas y encuentros familiares. La Navidad, lo sabemos, está perdiendo su sentido más divino y también más humano. Por eso, al leer y hacer propia la vivencia de Clara, siento que no podemos no sentirnos afortunados y también animados a vivir más por el hermano. Pero volvamos a la cuestión de la Navidad. Es cierto que no podemos exigir a los demás que vivan este periodo único y extraordinario del año como nosotros, cristianos, lo sentimos (o ejem… deberíamos sentirlo, ejem, ejem). Pero sí podemos humanizar la Navidad, ir más allá del regalo o de la cena o comida en familia. Parece que siempre hay que hacerse propósitos en esta época y me da rabia, porque se diría que el resto del año no. Pero es bien interesante aprovechar este período en que hay quizás más encuentros (cenas de trabajo, con los amigos, fiestas, etc.) para profundizar un poco más con el que tengo a mi lado: el primo soso que nunca habla o el compañero raro al que no entiendo… En fin, ese tipo de cosas, ya saben. Lo digo no porque me crea en condiciones de dar lecciones a nadie o de proponer a los demás cosas que ni yo misma cumplo; lo planteo más bien como reflexión, si quieren, como mi propio eslogan navideño: «Señores, señoras, jóvenes y “jóvenas”, chicos y chicas, altos y bajos, gordos y flacos: humanicemos la Navidad. Atrévete a hablar con el de al lado». ¿Se lo imaginan? La gente dejaría subir antes al otro en el tren, los autobuses serían una sinfonía de chácharas, risas y gestos amables, la gente se pararía a saludar al pobre que pide siempre en la misma esquina, dejaría de poner a la suegra en la silla coja del salón o en la otra esquina de la mesa, se podrían incluso resolver rencillas o rencores familiares, dejaría de haber contestaciones bordes en el trabajo, ¡incluso hasta el jefe sería majo!… Noooooo, ¡fantástico! Demasiado bueno. Y todo por pensar que el que tengo a mi lado es otro ser humano. Es un tiempo hermoso, sin duda, es Navidad. Y me gustaría pensar que sabremos aprovecharlo, porque podemos hacerlo, porque somos afortunados. Y si no se lo creen, sigan leyendo en la página de al lado. Por cierto, no lo he dicho, pero el eslogan se podría vivir también el resto del año.



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