logoIntroduzca su email y recibirá un mensaje de recuperación de su contraseña






                    




articulo

El arte del director

Sebastián Minot

Una idea que nace de un gesto de amor libera un rayo de luz que alguien está esperando en alguna parte.
Curvas en pendiente pronunciada que me descubren paisajes cada vez más sorprendentes. No puedo distraerme mientras conduzco porque esta carreterita de montaña es bastante estrecha. A mi lado va sentado un amigo mío ya bastante mayor con quien estoy descansando unos días por estas alturas. Él conoce bien la carretera. Me doy cuenta por cómo, sin decir nada, va haciendo con las manos señales de frenar, de seguir con prudencia, de acelerar o de pararse... Con el rabillo del ojo sigo sus indicaciones, que a veces son casi imperceptibles, como si estuviera jugando a que yo las adivine y prevea sus gestos. Y yo pongo todo mi empeño en llegar a “sentir” la carreterita como la siente mi amigo. No sé por qué me viene a la mente el director de orquesta. Con los gestos de sus manos, una prolongada por una batuta, dirige todos los instrumentos. Y de la misma forma que ahora el coche lo estoy conduciendo yo, el director no sustituye a los músicos de la orquesta. Él sólo los dirige. Es que como no soy músico, no había caído antes en este detalle. Estaba convencido de que para un concierto bastase con que, a la señal, empezaran todos juntos, y luego cada músico ejecutaba fielmente su parte siguiendo la partitura. Ahora entiendo que un director de orquesta no es que mejore la habilidad de cada uno de los intérpretes, sino que permite a todos que encajen en la armonía del conjunto. El arte es el conjunto. Y cuanto más sintonizados estén los músicos con el gesto del director, más perfectamente lograrán transmitir la inspiración original. Ya es de noche y sigo pensando en el viaje de la tarde cuando me llama por teléfono un amigo. Es Maxi, un fraile de un antiguo convento, que me pide que rece por él. Resulta que desde hace algún tiempo la relación con su superior se ha vuelto un poco difícil, y dice que no sabe si podrá seguir aguantando. «Se ha venido abajo mi entusiasmo –dice– y ahora me siento como si estuviera tirando con los dientes de un carro cuesta arriba. Lo he intentado todo. Por mi parte, veo que mi esfuerzo es cada vez menor, lo cual aumenta proporcionalmente los prejuicios contra mi superior, y al mismo tiempo se va robusteciendo en mí la convicción de que todo puesto de responsabilidad con respecto a otros nos vuelve paranoicos. »Desde que lo nombraron superior, ya no es el de antes. Ya no sabe mantener relaciones sencillas. Cada vez que me cruzo con él, su forma de actuar es un constante recordarme que él tiene una función distinta de la mía, y eso lo aleja de mí y de todos los demás. Todo el convento camina ahora por terreno minado. Ya no soy capaz de aceptarlo y empiezo a estar airado conmigo mismo. »¿Por qué tengo que aguantar esto? Habría podido elegir mil otros caminos sin pretender llegar a ninguna perfección. Una llamada, una vocación que se reduce a sobrevivir en la mezquindad y el aburrimiento: ¿era esto lo que me esperaba? Además, retornan mis viejos sueños, la necesidad de afecto nunca saciado, el deseo de una vida normal, en armonía y sin estridentes utopías que chocan con la realidad». He escuchado atentamente a Maxi y por eso mismo me ha venido a la mente el director de orquesta. Así que le cuento mi experiencia y mis reflexiones de esta tarde y noto que al otro lado del teléfono se va haciendo un silencio cada vez más denso. Incluso llego a temer que haya cortado la comunicación. Pero no, porque me dice: «¿Sabes que me estás haciendo pensar? Quizás mi error esté en que he esperado que sucediera algo, como si buscase una solución fuera de mí mismo. En realidad, por lo que me estás diciendo, él no puede tocar mi instrumento, no puede hacer la parte que me corresponde a mí; ya no está entre los músicos. Ahora él solo puede ayudarme a estar en armonía con todos los demás. »Esta imagen del director de orquesta –añade– es muy buena. Tengo que volver a coger mi instrumento, o sea, mi responsabilidad, y demostrar mi talento en la armonía del conjunto. No es fácil, ¡pero mi decisión así lo exige! Últimamente he reflexionado mucho sobre la función del director y había llegado a pensar que es un modelo ligado a determinadas culturas, a ciertas situaciones sociales ya superadas, una figura que va muy bien cuando hay que educar a gente rebelde. Pero... el director de orquesta es necesario. Sin él, el concierto sería un fracaso asegurado». Con su confesión, Maxi me acaba de demostrar que toda idea que nace de un gesto de amor libera un rayo de luz que alguien, en alguna parte, está esperando.



  SÍGANOS EN LAS REDES SOCIALES
Política protección de datos
Aviso legal
Mapa de la Web
Política de cookies
@2016 Editorial Ciudad Nueva. Todos los derechos reservados
CONTACTO

DÓNDE ESTAMOS

facebook twitter instagram youtube
OTRAS REVISTAS
Ciutat Nuova