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Amaré durante un año...

Julio Márquez

Una profesional coherente con sus profundas convicciones. No es fácil, pero sí posible.
Dice de sí misma que es rebelde, que desde pequeña siempre se ha opuesto a las normas y no reconocía ninguna autoridad: «Veía la libertad y la autoridad en contraposición, pues las normas me quitaban libertad, me oprimían. Pero en un momento dado ambos conceptos tomaron la misma dirección y se armonizaron». Así es como se presenta Laura, alta, traje impecable, sonriente, ojos marrones y mirada reflexiva. Es una joven abogada que ejerce la profesión mientras se prepara para la magistratura. «Descubrí que la mayor libertad la experimento cuando reconozco y me someto a la ley primordial del hombre, que es “amar”. Amor y libertad no se contradicen; el amor también tiene sus normas, por ejemplo “amar a todos”». La verdad es que el amor parece no tener nada que ver con el derecho, pero el guión de la historia de Laura nos permite entenderlo: «Hubiera querido ser intérprete de japonés y ruso, pero en casa no había dinero para pagarme esos estudios, así que me tuve que contentar con otra cosa. Y curiosamente, con todo lo anárquica que yo era, me enamoré del derecho». «Por aquel entonces –continúa– mi apariencia externa era la de una típica buena chica, pero en realidad mantenía esa imagen para luego poder hacer lo que yo quisiera... Y desde luego Dios no era para mí ningún problema; sencillamente no me interesaba». Fue su mejor amiga quien le despertó la inquietud: «Ella escribía en su diario sobre Dios, y yo pensaba: ¡es tonta! Esta chica, que conozco desde hace quince años, habla de Dios en su vida. ¿Cómo puede ser? Hacemos lo mismo, pero ante ciertas cosas ella reacciona de un modo que yo no entiendo. En ese momento la existencia de Dios empezó a ser un problema para mí; entró en mi esfera intelectual y tuve que resolverlo. Sabía muy bien por el catecismo que Dios es amor, así es que me dije: para comprender si existe o no, y si realmente existe en mi vida, tengo que amar, porque él dijo: “A quien me ama me manifestaré”. Amaré durante un año y ya veremos qué pasa». Es un buen reto eso de un año; supone una gran voluntad y... tozudez. Laura sonríe mientras lo recuerda: «Es increíble. Me enamoré de él. Los conceptos y las palabras que tanto había oído se volvieron sustancia, adquirieron densidad. Luego entré en la universidad, pero ya no era tan rebelde porque el derecho podía ayudarme a servir mejor al hermano». Al poco de licenciarse, Laura se fue a un curso de verano interdisciplinar organizado por el Instituto Universitario Sophia, de los Focolares. «Fue la experiencia más desconcertante de mi vida desde el punto de vista intelectual y humano. Había un ambiente en el que esa verdad que todos buscábamos, que yo buscaba, se hacía palpable, evidente. Todo era lógico y no podía ser de otra manera. Como si los varios componentes de mi persona (inteligencia, corazón, espíritu) entrasen por fin en relación armoniosa. Me decía: ¿cómo no lo he entendido antes? Las ciencias no están separadas, sino unidas entre sí, y en una relación que no es casual sino de amor. De modo que el derecho ha de relacionarse de forma honesta, seria, verdadera y desinteresada con las demás disciplinas, como la medicina, por ejemplo. Y esta relación se entiende porque en su base está... la Trinidad. Todo el universo es relación trinitaria. La lógica de Dios es absolutamente clara». Esta experiencia marca la vida de Laura, y la magistratura se convierte en la consecuencia lógica de su trayectoria: «Sí, claro, estudiar para la magistratura es algo totalizador, una escuela de autodisciplina y humildad que casi te consume». El primer intento para sacar la oposición le va mal, pero Laura ya tiene un bufete y está inscrita en el colegio de abogados, así que puede dedicarse a la abogacía: «Enseguida me di cuenta de que lo mío no era trabajar sola. En el gimnasio al que voy por motivos de salud, había una chica, también licenciada en derecho, que estaba desmotivada porque no le gustaba la manera en que se lleva a cabo generalmente este trabajo. Al igual que yo, veía la abogacía como un servicio para ayudar a la gente mediante el conocimiento jurídico. Le dije bromeando: “Yo no gano nada; así que si no quieres ganar nada, podemos trabajar juntas”. No me imaginaba que aceptara, pero ahí nació una gran amistad y una gran colaboración profesional». La profesión de abogado no es fácil, sobre todo para el que no quiere renunciar a sus ideales o tiene que defender a clientes claramente culpables: «No se trata sólo de la absolución o la victoria completa, hay muchos detalles. Primero tienes que escuchar a la persona que viene al bufete, conocer los hechos, el contexto, entrar en su vida, ver las cosas desde su punto de vista. Sin duda, los abogados tenemos nuestro propio punto de vista, la ética profesional, pero eso va después. Primero escuchas todo lo que te tiene que decir la persona y luego, antes de entrar en el tribunal, tienes la posibilidad de poner a tu cliente delante de la verdad. El abogado tiene también esa función. Su hubiera responsabilidades o culpas, puedes indicárselas, si quiere reconocerlas. Y además eres libre de aceptar o no la defensa y decirle con claridad cuál va a ser tu línea defensiva». La misma lógica le será válida cuando se siente al otro lado del tribunal: « El magistrado está sometido a la ley, luego no debe juzgar a la persona, sino un hecho específico, sin hacerse el superhombre, y sólo al final atribuirá la responsabilidad del hecho y del daño que se derive a una persona». Igino Giordani, que fue diputado durante la posguerra, se quejaba de que cuando entraban en el Parlamento, muchos de sus colegas creyentes colgaban sus principios cristianos en una percha y los recogían al salir. Laura es abogada, y algún día quizás sea juez, pero no es de ese tipo.



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