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La calidad de la democracia

Javier Rubio

¿Cómo se puede mantener vivo el sentido del término democracia? Entrevista a Marco Fatuzzo, presidente del Movimiento Político por la Unidad.
Vivimos en la era de la democracia. Nunca antes en la historia se habían consolidado tanto los procesos democráticos. A mediados de los 70 más de dos tercios de los países del mundo se podían definir autoritarios, mientras que hoy lo son menos de la tercera parte. Sin embargo, hay muchas cuestiones que condicionan las formas de participación democrática. Democracia hoy en día significa algo muy distinto de aquel “poder del demos” de la Grecia clásica, y no sólo porque aquello era un sistema asambleario y lo de hoy es parlamentario. En un ensayo de Jacques Maritain, escrito cuando la Alemania nazi se había desmoronado y las democracias europeas tenían que renacer, decía este filósofo que «no se pueden cambiar arbitrariamente los nombres por los que han sufrido y esperado generaciones de hombres. La cuestión no está en encontrar un nuevo nombre para la democracia, sino en descubrir su verdadera esencia y en realizarla. Pasar de la democracia burguesa, aborrecida por su hipocresía y su falta de savia evangélica, a la democracia integralmente humana; de la democracia fracasada a la democracia real». Ahora bien, ¿cómo se puede mantener vivo el sentido de lo que el término significa? Hablamos de ello con Marco Fatuzzo, ex alcalde de Siracusa, que participó en el último congreso Católicos y Vida Pública en su calidad de Presidente del Movimiento Político por la Unidad. –Dígame una cosa, ¿la democracia posee un valor intrínseco o es sólo el mejor método para alcanzar objetivos como la justicia social, la estabilidad política, la paz internacional, etc.? –Nuestra cultura política nos lleva a considerar que unos requisitos como el principio de la mayoría, el sufragio universal, el rendir cuentas ante los electores, el cambiar de gobierno mediante elecciones en vez de con acciones violentas (verdadera esencia de la democracia, según Karl Popper), son “valores” intrínsecos a la democracia. –Sin embargo, en el momento histórico de mayor implantación del sistema democrático, éste está perdiendo credibilidad y significado. –Es verdad que hay síntomas evidentes: los ciudadanos sienten desafecto por la política, disminuye la participación electoral y la filiación a los partidos, se desconfía de la clase dirigente, los jóvenes son indiferentes a la “res publica”... Pero no podemos olvidar la “función de los ideales”, en cuanto factor que nos lleva a reaccionar ante la realidad. Los ideales democráticos están justamente para ayudar a la realidad a superar sus imperfecciones, indicándole un deber ser exigente e impulsarla hacia lo mejor. –Entonces, ¿cómo puede la palabra democracia seguir expresando su “idealidad”, a pesar de los fracasos y los errores? –Me viene a la mente el pensamiento de la Iglesia católica acerca de la relación entre democracia y valores, entre verdad y relativismo. En los años ochenta el actual Papa, entonces cardenal Ratzinger, hablando del sentido teológico-filosófico que tienen los fundamentos ético-religiosos de la democracia, decía que «en la democracia pluralista hay algo irrenunciable que no reside en el campo político». Este mismo tema lo trató en varias ocasiones Juan Pablo II y en algunas encíclicas elaboró una verdadera teoría de la democracia, basada en el vínculo entre democracia y persona, subrayando el peligro de una concepción «que no contemple la referencia a los fundamentos de orden axiológico y por lo tanto inmutables». –A ver si lo entiendo, ¿quiere decir que lo primero es poner a la persona en el centro? –La visión del magisterio me suscita la convicción de que se puede identificar y tratar de realizar un proyecto de unidad del cuerpo social cuya raíz sea la importancia de la persona humana y las relaciones sociales. Desde esta perspectiva surgen categorías capaces de ofrecer una aportación significativa a la calidad de la democracia: la participación y la fraternidad. –Explíquese, por favor… –La participación es una de las medidas más importantes de la democracia y uno de los indicadores más relevantes de la crisis del sistema actual. Un sistema democrático debería ser el “lugar” por excelencia de la participación de todos los sujetos en la construcción de la comunidad a la que pertenecen; un “ámbito” donde cada uno pueda expresarse personal y socialmente dentro de un orden de relaciones. Pero hoy asistimos a un progresivo abandono de los lugares y formas que tradicionalmente han caracterizado la participación democrática. Es decir, no basta con afirmar el derecho-deber de todo ciudadano a participar en el gobierno de la polis, cuando algunos sectores de la sociedad están de hecho excluidos. –¿Excluidos? ¿Por qué? –Mire, la definición más difundida de “democracia de calidad” asume tres perfiles: el resultado de la política, cuando los ciudadanos están conformes con el resultado, según las cuestiones que habían propuesto sus representantes; el contenido de la política, cuando más de la media de los ciudadanos gozan de la actuación concreta de los principios de libertad e igualdad; y el procedimiento de la política, cuando los ciudadanos pueden controlar y evaluar si y cómo los dos valores fundamentales se ponen en práctica. De éstos, creo que el más relevante es el tercero, porque recuerda una idea específica de la representación: los políticos elegidos han de responder de sus decisiones ante los electores. Tener que “rendir cuentas” es lo que da equilibrio a la relación entre el elegido y el elector al que representa. Cuando falta ese vínculo, la democracia pierde calidad. No se puede ignorar al ciudadano durante todo el periodo que trascurre entre una elección y otra. –Hablaba también de fraternidad... –Sí. Esos tres perfiles de los que hablaba antes tienen en cuenta el grado de actuación de los principios de libertad e igualdad, pero es evidente la ausencia del tercer principio del tríptico de la modernidad: la fraternidad. Y podemos afirmar que libertad, igualdad y fraternidad son igualmente útiles ante la “responsabilidad de rendir cuentas”. Es más, para definir esto último se pueden extraer elementos interesantes del significado de fraternidad, ya que la responsabilidad es uno de los contenidos más evidentes cuando hay un vínculo de fraternidad entre los ciudadanos. Por lo tanto, si libertad, igualdad y fraternidad exigen la responsabilidad de los elegidos ante los electores, el mismo ejercicio de la responsabilidad constituye un instrumento indispensable para que libertad, igualdad y fraternidad se actúen dentro del modelo democrático. –Dígamelo ahora para que lo entienda. –Mire, las dificultades que vemos en las relaciones internacionales, económicas y políticas, la crisis ambiental y el desarrollo sostenible, las migraciones, el diálogo entre civilizaciones... son retos que requieren volver al estatuto de la modernidad, y en especial interrogarse sobre la existencia de un vínculo social universal a partir del cual edificar la convivencia humana. Pues bien, si hasta hoy la fraternidad ha quedado relegada a la esfera privada de las personas, podemos decir que hoy muchos factores están indicando que hay que reconocer justamente la función de la fraternidad como una ley de relación inscrita en nuestro ADN, constitutiva de nuestro ser y por tanto reguladora de las relaciones sociales y políticas. La reflexión sobre la fraternidad llega a las raíces mismas de la socialidad humana, y en consecuencia, hablar de fraternidad universal significa acercarnos correctamente al meollo de los problemas políticos. –Para concluir, dígame en síntesis que relación hay entre participación y fraternidad. –Bueno, podemos entender la fraternidad como método de la participación. Si el vínculo de fraternidad universal clarifica la igualdad entre los ciudadanos, entonces todos los ciudadanos son titulares de una capacidad para ayudar al bien de todos. Todos, respetando la diversidad de los roles sociales, tienen una respuesta que dar a las exigencias que nacen de participar en la misma comunidad política. También podemos entenderla como contenido de la participación. Es decir, participar no será sólo votar ni sólo asumir un rol activo y responsable en el gobierno, porque si es la fraternidad lo que motiva la participación, entonces ésta atenderá principalmente a las necesidades de los sujetos que componen la comunidad. O sea, la participación se traducirá en asumir y expresar políticamente las necesidades del otro y buscar las soluciones. Por último, se puede entender como fin de la participación. La misma dimensión política es la que está reclamando hoy que consideremos los intereses de toda convivencia dentro de un continuum que va de lo local a lo mundial. Y ¿qué es la fraternidad universal sino el principio que inspira el horizonte de unidad en la diversidad?



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