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articulo

Pensamiento de la unidad/14: Creatura ante el misterio

Pascual Foresi

Al percibirme como creado por Dios, percibo también a Dios. Comprendo con asombro que soy y no soy a la vez.
En un artículo anterior expuse que la percepción constituye el conocimiento en su sentido más pleno, ese conocimiento que todo hombre tiene de la realidad como sujeto existente en relación con el objeto. En ese acto cognoscitivo el sujeto percibe el objeto como realidad “una” en la que se componen en una relación muy estrecha elementos que, sin embargo, siguen siendo distintos, como por ejemplo la esencia y la existencia. También señalé que el conocimiento intersubjetivo, que se da en la comunión entre las personas de manera análoga al conocimiento que se da en la Trinidad, es un plus de conocimiento. De hecho, al transferirme de alguna manera en otra persona, llego a conocer también desde su punto de vista. Sigo teniendo mi conocimiento subjetivo, pero gracias a lo que gano al conocer el punto de vista del otro, puedo afirmar que mi conocimiento es más completo. Ahora quisiera tratar un tema de importancia primaria, el tema de la percepción como modo de conocer a Dios, además de como modo de conocer el objeto creado. La cuestión podría plantearse en estos términos: al percibirme como existente, percibo al mismo tiempo dos cosas opuestas; me percibo a mí mismo en cuanto “objeto” creado por Dios y de esta manera percibo también a Dios. Percibo a Dios como oscuridad absoluta, total, como misterio infinito que nunca llegaré a alcanzar. Sin embargo, al mismo tiempo lo percibo como a Aquel con el cual estoy en relación existencial, ya que es su acto creativo continuo el que me da y me mantiene en el ser. Por lo tanto, yo me percibo a la vez como “ser recibido” (en cuanto al ser creado he recibido el ser) y como “ser dado” (en cuanto es Dios el que se da a sí mismo al crearme), y ambos están identificados en mi ser yo. Ahora bien, ¿cómo percibo yo simultáneamente estos dos aspectos, subjetivo y objetivo, en los que se encuentra la garantía del conocimiento pleno? Adelanto algunas hipótesis que someto a la reflexión y a la meditación de los lectores. «En el principio existía la Palabra –escribe san Juan– (…) y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella» (Jn 1, 1-3a). Por lo tanto, todos nosotros, individualmente y en cuanto humanidad, estamos presentes desde siempre como proyecto en el Verbo. El Padre lo contempla y libremente lo va actuando en el tiempo con vistas a reconducir todo a sí mediante el Verbo encarnado, muerto y resucitado, hecho él también verbo en el Verbo. Examinemos las implicaciones que se derivan de esta afirmación en el plano del conocimiento. Si la idea de mí está en el Verbo y yo he sido creado conforme a ella, en el acto de conocerme, que es la percepción que tengo de mí en cuanto existente, me percibo en el Verbo, donde ya estoy, y al mismo tiempo me percibo fuera del Verbo, porque al haber sido creado también soy distinto de él. Por lo tanto, me conozco subjetivamente al conocerme como creatura, y me conozco objetivamente como pensamiento del Verbo que se conoce en mí creado. En este sentido también puedo decir que conozco a Dios, al conocer en cierto modo desde Dios la idea que Él tiene de mí en el Verbo. Entonces, en la simultaneidad de los dos momentos no sólo me conozco como creatura, si por creatura se entiende lo que se percibe en el mundo existente como algo que se produce que no tiene en sí mismo la razón de su propio existir, sino que percibo también el efecto del acto creativo como el motivo de mi ser y de mi existir, es decir, me conozco como “creaturalidad” existente. Por lo tanto, el acto creativo y lo creado se identifican en mí, unificados en la creación misma que, por una parte, se me presenta como creatura distinta, y por otra, como acto creativo de Dios. Como decíamos, estos dos aspectos antitéticos captados en la “creaturalidad” existente me ponen ante el misterio y me permiten que perciba la relación entre la creatura y el Creador. Esta relación es la que hace ser existente a la creatura, a la vez que la hace distinta del Creador. En esto se hace patente un reflejo de la misma relación y conocimiento que une al Padre con el Verbo en el seno de la Trinidad, donde el Espíritu Santo es ese elemento unitivo que establece al mismo tiempo una relación de unidad y de distinción entre ellos. Por esa misma dinámica yo estoy dentro de Dios y fuera de Dios, estoy unido a Dios y soy distinto de Dios. En términos de ontología trinitaria: soy-no-siendo. De aquí surge el asombro originario de donde nace la filosofía, como ya he explicado en otra ocasión. A partir de aquí se empieza a comprender más profundamente lo que significo yo y mi existir, mi ser y no ser al mismo tiempo. De hecho, cuando la percepción de que no soy se abre a la percepción del Ser que se me da, comprendo que no soy en cuanto el ser me es dado, pero que soy en cuanto, al estar unido a Dios, estando en Dios, puedo participar en su vida. En cierta forma, me encuentro fuera de mi ser contingente para encontrarme estrechamente unido al Ser eterno. Por lo demás, en el acto mismo en el que Dios me da el ser haciéndoseme partícipe, me da un principio de inmortalidad, que es participación en su Ser eterno mismo, y yo puedo percibirme en esa realidad. En resumen, descubro que soy a la vez contingente y no contingente, temporal y atemporal. Sigue estando presente la percepción de que en cuanto creatura no soy, pero si antes esto me producía angustia, ahora se convierte en la causa de una alegría absoluta.



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