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Frutos del carisma

Zaida Fernández

El fin primero de toda obra de la Iglesia es la santidad de vida de sus miembros. Por eso cerramos la serie dedicada a conmemorar los cincuenta años de presencia de los Focolares en España con un capítulo sobre Margarita Bavosi.
El fin por el cual el cristiano vive aquí en la tierra es alcanzar la santidad. El apóstol san Pablo lo escribió claramente a los cristianos de Tesalónica: «Es voluntad de Dios vuestra santificación». Muchas veces pensar en la santidad es sinónimo de pensar en penitencias, oraciones, sacrificios, vida retirada e individual, etc. Hablar de santidad nos puede sonar anacrónico, propio de un tiempo pasado. Hoy en día la aceleración de la vida moderna, que nos absorbe y no nos deja tiempo libre, hace que la idea de la santidad nos resulte indiferente o al menos poco importante. Nos falta tiempo; nos falta soledad para reflexionar. No podemos pensar en ello, por lo tanto, ni nos planteamos el asunto. Sin embargo, sean tiempos modernos o pasados, la santidad es lo único a lo que el hombre debe aspirar. Pero ¿cómo hacernos santos?, ¿qué camino hemos de seguir? Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, comenta: «Al principio habíamos renunciado a la santidad, al menos a la santidad como se consideraba entonces. Nosotros nos sentíamos llamados a vivir por Dios y por los demás con un total olvido de nosotros y de todo lo que nos llevara a replegarnos sobre nosotros mismos. Más tarde, al descubrir la figura de María encontramos el camino de nuestro itinerario hacia la santidad: hacer siempre la voluntad de Dios». La voluntad de Dios la podemos hacer siempre, en todo momento y en todo lugar, tratando de cumplir los deberes de nuestro estado, de realizar acciones que tengan sabor de amor, respeto, comprensión, escuchando con atención la voz de la conciencia a través de la cual Dios nos habla. Y si cada vez lo hacemos todo con mayor perfección, nos convertimos en un reflejo del Amor, de tal forma que la familia, los compañeros, el colegio, la oficina, la fábrica, la calle, los acontecimientos gozosos o dolorosos, todo, todo se nos convierte en materia prima que traspasa lo temporal y le da la calidad de eterno. En el Movimiento de los Focolares hay personas que se han marchado dejando tras de sí un perfume de santidad. Dan testimonio de ello las causas de canonización iniciadas por la misma Iglesia, a través de la Congregación de los Santos, de miembros del mismo de toda edad y condición, de algunas de las cuales ya se ha cerrado la fase diocesana. Uno de esos miembros que la Iglesia está en proceso de presentar como modelo de santidad colectiva es Margarita Bavosi (que todos conocíamos por Luminosa), hija de padres italianos, emigrados a Argentina, donde ella nació (1941). ¿Por qué hablar aquí de ella? Porque permaneció en España como delegada del Movimiento durante trece años. Falleció en 1985 y veinte años más tarde (2005) el cardenal de Madrid, D. Antonio Mª Rouco Varela, abrió su proceso de canonización, cuya fase diocesana se cerró justamente hace un año. Hace seis meses se abrió en Roma la fase apostólica y está bajo estudio de los censores de la Congregación de los Santos. ¿Qué rasgos la caracterizaron para que permanezca tan viva en las personas que la conocieron y en aquellas que de algún modo la conocen a través de quienes la recuerdan o de las publicaciones? Justamente un primer rasgo que se pone fuertemente de relieve es el cumplimiento de la voluntad de Dios. En los últimos momentos de su vida dijo: «He hecho todo, y siempre, delante de Dios». En su diario hallamos numerosas alusiones a esta identificación suya con lo que Dios le pedía en cada momento presente: «rendición total a lo que Dios quiere de mí»; «tengo la gracia actual para vivir lo que Dios me pide y esta gracia empuja mi voluntad, ilumina mi mente y entusiasma el corazón». A partir de enero 1981, momento muy significativo en su camino de santidad, involucraba a todos en esta aventura de hacerse santos juntos. En una carta a una madre de familia dice: «Tenemos que santificarnos juntos, ayudarnos a alcanzar la meta». Sus últimos cuatro años fueron una carrera sin descanso hacia la perfección del amor en medio de una dolorosa enfermedad. Repetía con frecuencia: «¿Por qué se tiene miedo a morir? La muerte no existe. Es sólo un paso, pero hay que darlo bien. Hay que prepararse con la vida». Ahora nos toca a nosotros “incomodarla”, pidiendo su intercesión en todos aquellos momentos en los que precisamos ayuda y nos dirigimos al Padre poniéndonos en sus manos, dóciles a lo que él disponga, como Luminosa nos enseñó a hacer con su vida, que hoy es ejemplo para quien se encamina en la vía de la santidad colectiva, signo de la Iglesia comunión. Nota: Quienes reciban gracias o quieran aportar su testimonio, pueden escribir a la Postulación de la Causa: c/ Poniente 28 – 28290 Las Matas (Madrid). Más información en: http:www.focolares.es (sección Testimonio). Aportaciones económicas: c/c 2038 1923 7160 0063 0752.



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