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Historias de verano: Jóvenes con inquietudes

Ana Moreno Marín

Os presentamos algunas de las experiencias que han vivido otros jóvenes lejos del botellón, de las drogas y de otras diversiones tan de moda hoy.
Con el curso ya comenzado, en pleno debate sobre el estado de la educación y los valores en España, con los tristes altercados protagonizados por jóvenes en las Fiestas de Pozuelo de Alarcón (Madrid) todavía frescos en la memoria y con el verano ya prácticamente olvidado, volvemos la vista a él. No por un sentimiento de melancolía, al contrario, casi por rebeldía. Os presentamos algunas de las experiencias que han vivido otros jóvenes lejos del botellón, de las drogas y de otras diversiones tan de moda hoy. Una muestra de que no todos son iguales, ni todo está perdido. Bajo ese manto de generalidades negativas que constituye la visión social de la juventud, estas historias quieren ser un reclamo para demostrar que hay otra juventud que pisa fuerte y apuesta por un mundo distinto y, sobre todo, mejor. NO ERA UN VIAJE TURÍSTICO Desde un primer momento Bolivia me impactó positivamente. Todo un maremágnum de imágenes, mezcla de olores, colores, caos... No era un viaje turístico ni de placer, sino una oportunidad para conocer otras realidades y personas que, en muchos casos, viven por debajo del umbral de la pobreza, pero que salen adelante con sacrificio y voluntad. Primero nos dirigimos a un barrio humilde de Santa Cruz, La Guardia. Allí trabajamos en la guardería “Clara Luz”. Me dediqué al apoyo escolar con niños de 7 años, a enseñarles a multiplicar y dividir, además de preparar un vallado de madera junto con mis compañeros de fatigas: Lorena y Marcos ¡Qué derroche de cariño expresaban los niños! Se te acercaban y te abrazaban. También construimos una relación con las cuidadoras. Te contaban su vida, una constante lucha, y compartían sus experiencias, muchas veces no muy buenas. Pero allí están, viviendo y luchando por sus hijos y el resto de familia. ¡Cuánto tenemos que aprender de ellas! En Cochabamba alternamos entre una guardería que se estaba montando en uno de los barrios más pobres y el Centro Arístides, en otro barrio de similares características. En la guardería, además de jugar con los niños, hicimos pan, un vallado, una puerta, unos dibujos de Gibí y W. Doble. En el Centro Arístides, desde apoyo escolar hasta duchar a niños, cortar zanahorias, relacionarte con chicos de la calle enganchados al pegamento, familias sin techo, niños sin padres, madres e hijos con SIDA… También tuvimos la oportunidad de visitar unos pueblos indígenas. Lo que más me ha llamado la atención es que viven con lo que les da la tierra y no necesitan más. Nosotros en cambio necesitamos tantas cosas… Un día participamos en un ritual aimara al lado del lago Titicaca en el que se pide la protección de la Madre Tierra para tu familia y amigos, y luego participamos en un baile típico del poblado indígena. Resulta enriquecedor conocer otros ritos y religiones, compartir experiencias, conocimientos de cada religión y ver que todo ello te lleva a un mismo fin: al amor a Dios, al prójimo y a ti mismo. Antes de marchar a Bolivia tenía cierto temor al viaje, a lo desconocido. Vas a la aventura e incluso te entran dudas. Ha merecido la pena arriesgarme. Vuelvo con ganas de tirar adelante, más tranquilo, sin darle demasiadas vueltas a las cosas, incluso en el ámbito laboral. Mi puesto pende de un hilo y antes del viaje estaba preocupado, pero ahora lo dejo en manos del Señor, que es amor. Se cierran unas puertas, pero se abren otras. Y aprecio más mi entorno: Zaragoza me resulta limpia, bonita… David Otín VACACIONES POR Y PARA LOS DEMÁS Después de un maratoniano año de trabajo llegan las ansiadas vacaciones, un tiempo dedicado al relax, a reponer las pilas, a levantarte por la mañana y ver que tras ese cristal se refleja un iluminado día cuyos rayos de sol señalan todas aquellas cosas que durante el año has ansiado poder hacer. Las continuas órdenes, llamadas, e-mails, trabajos pendientes por realizar, no existen. Es tiempo de dedicación exclusiva al descanso, a eliminar el estrés, las preocupaciones diarias que día a día llaman a tu puerta. Unos marcharán a la playa, otros a la montaña, otros se quedarán en casa… En definitiva, se trata de un tiempo dedicado a ti o bien a tus seres más próximos. Tú te lo has ganado. Pero, ¿qué sucede con aquellas personas que al levantarse por la mañana observan tras ese mismo cristal una persistente e inamovible oscuridad alimentada por el sufrimiento, el hambre, la tristeza, la discordia, el odio…? Esa pregunta de difícil respuesta es la que me castiga todos los veranos. Mi alma no descansa plenamente pensando que la voluntad de Dios sea simplemente reponer las energías gastadas a lo largo del año, sino más bien lo contrario, constituye un regalo que Él me da para que ese tiempo extra pueda ponerlo al servicio de los demás. Es por ello por lo que intento regar ese desierto inerte de actividad y trato de dotarlo de un sentido espiritual. Este año el tesoro que me ha tocado descubrir ha sido Filipinas. A pesar de carecer de medios, recursos, vivir en la más absoluta miseria, aún recuerdo en sus rostros sus imborrables sonrisas, sus atenciones, su generosidad extraída de la nada... Han sido veinte deliciosos días en los que el amor recíproco impregnaba la atmósfera. Llegué con la intención de hacerme uno con todos y volviendo la mirada atrás, sus ojos aún me muestran un auténtico y puro testimonio de vida cristiana. Javier Guerrero UN DESCUBRIMIENTO RENOVADO «¡María, que nos vamos a la Mariápolis! ¡Haz la maleta!”. En ese momento, comencé los preparativos del viaje como si nos fuésemos de vacaciones a cualquier lugar... Del 2 al 6 de agosto se realizaba la Mariápolis en Cuenca, pero cuatro días antes, jóvenes de toda España nos reuníamos allí para terminar de prepararla: el escenario, las salas, los talleres, el programa de los pequeños, el de los jóvenes... En realidad, el objetivo era construir una relación auténtica de amor recíproco. Cada mañana estos 65 jóvenes nos poníamos de acuerdo en vivir una Palabra del Evangelio y después, a lo largo del día, nos contábamos cómo estaba yendo. A pesar de las tareas y de algunos agobios, había una gran disponibilidad y prontitud en perder las ideas y ayudar en lo fuese necesario. ¡Estábamos construyendo la Mariápolis! Durante un tiempo bastante largo había dejado de sentir a Dios. Me parecía alguien alejado y a veces inexistente, ya que a mi alrededor la sociedad vivía y me ofrecía otros valores, otra forma de vivir. Con este panorama fui a este “campo de trabajo” y a la Mariápolis. Pero al vivir con cristianos todo el día, algo se me removió por dentro. Encontré mi fallo, vislumbré el error: Dios no se había alejado de mí; yo me había rodeado de los materialismos del día a día y lo desplazaba. Estaba feliz, llena de paz, de tranquilidad, rodeada de gente cristiana. Y una alegría intensa me abordaba con cada relación, una alegría proveniente del amor recíproco. Durante esos días en Cuenca ordené mis ideas, mis valores, y comencé a enamorarme de nuevo de la vida cristiana, que respondía a mis preguntas y me hacía sentirme plena. Y lo entendí: éste es mi sitio, mi camino. Así es como puedo realizarme como persona y ser feliz. María Perálvarez



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