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Europa opta por el sol y el viento

Pablo Lóriga

Crucial decisión en pro de las fuentes de energía renovables. La UE quiere ponerse al frente de la lucha conta la contaminación y el calentamiento. En 2020, una quinta parte de la energía será limpia y los gases de efecto invernadero se verán reducidos en un 20 por ciento.
Si seguimos así, nos vamos a derretir todos... Esta idea debe de haber rondado por la cabeza de los jefes de estado y de gobierno europeos, cuando se reunieron en Bruselas en marzo pasado. El calentamiento global debe de haber sido el fantasma que atemorizó a los jefes del viejo continente. Y el miedo hizo saltar los tratados, que no prevén para la Unión competencias en tema de energía. Así que los líderes se decidieron a colaborar, convencidos finalmente de que la soberanía nacional podía pasar alguna vez a segundo plano, cuando se trata de buscar soluciones para el continente. Algunos, como el francés Chirac y el británico Blair, definieron la cumbre como “histórica”. Claro que los dos estaban tocando el final de su mandato y su tendencia era dar relevancia a sus últimas intervenciones. Pero el mismo calificativo utilizó Barroso, el presidente de la Comisión Europea. Aun así, conviene ser prudente, si bien es cierto que el acuerdo sobre la energía es un asunto importante. La Europa de los 27 ha optado, pues, por las fuentes de energía renovables, sobre todo el sol y el viento. Y se ha puesto como meta el año 2020. Cuando lleguemos a ese año, las energías renovables tendrán que cubrir el 20% del consumo de la Unión, cuya media está hoy en el 6%. Éste fue el punto más controvertido y el logro más importante del acuerdo, considerando que el objetivo es «legalmente vinculante»; es decir, será aplicado mediante instrumentos jurídicos y quedará inscrito en la normativa europea. Ese 20% será subdividido en una serie de objetivos intermedios diferenciados, en función de las características de cada Estado de la Unión, lo cual supone una flexibilidad necesaria para hacer frente a las exigencias de cada uno. Por ejemplo, Polonia y Eslovaquia consideraban insoportables para sus economías el costo que supone pasar del carbón y el petróleo a las fuentes renovables. Y Francia, que está sembrada de centrales nucleares, pretendía que también ésta fuera considerada energía renovable; pero se topó con la oposición de alemanes, austriacos e italianos, que no quieren saber nada de esto. Igualmente vinculante es la decisión de reducir al menos un 20% la emisión de gases de efecto invernadero, respeto a los niveles de 1990, que son suficientemente conocidos, pues sirvieron para establecer el Protocolo de Kioto, que nunca se llevó a la práctica. En dicho protocolo, la Europa de los 15 se comprometió a reducir un 8% sus emisiones en elperiodo 2008-2012, pero en 2004 apenas llegaba al 0,9%. Y ahora se propone una reducción veinte veces mayor. Ciertamente es un atrevimiento, pero también veremos cómo se pone a prueba la voluntad común de afrontar este grave problema, cogiendo el toro por los cuernos. Un tercer compromiso colectivo es incrementar en un 10% el aditivo en gasolinas y gasóleos de biocarburantes, que se obtienen a partir del aceite de colza o de girasol. Y, por ultimo, otro objetivo afecta al consumo mismo, y la propuesta es reducir en un 20% en actual nivel de consumo. Como es fácil suponer, el trayecto será bastante accidentado, pero la alemana Angela Merkel, presidenta de turno de la Unión, ve el futuro de Europa en “verde”, y no para de decir que, frente a Estados Unidos, que es el mayor contaminador del mundo, y frente a las demás potencias económicas, remisas a invertir en proteger el entorno, la Unión Europea ha decidido abanderar la campaña contra la contaminación y el calentamiento global. La hora de la inteligencia Sergio Rondinara es profesor de ética medioambiental en la universidad Gregoriana de Roma. En su currículum aparece también la labor de coordinación de EcoOne (www.ecoone.org), que se puede definir como el ámbito donde el Movimiento de los Focolares canaliza sus iniciativas de carácter ecológico. A propósito del nuevo tratado europeo sobre la energía, dice Rondinara: «¡Ya era hora! Menos mal que Europa se despierta y descubre que tiene recursos renovables y que conviene aprovecharlos». Le planteamos algunas preguntas. –A su parecer, ¿qué significado tiene este acuerdo de la Unión Europea? –En primer lugar, quiere decir que las energías renovables ya no son consideradas como una cuestión meramente ecológica, sino que pueden integrar la producción energética con cuotas sustanciales: se aspira a un 20%. Ya no son sólo laboratorios tecnológicos ni sirven sólo para que los verdes estén contentos. –¿La decisión de la Unión ha sido dictada por la necesidad? –El giro que quiere imprimirle Europa a la cuestión está ligado a la necesidad de diversificar las fuentes de energía, de manera que haya cierta flexibilidad en caso de crisis internacionales. El año pasado, cuando Ucrania decidió cortar el paso de gas ruso, el viejo continente casi tuvo que ponerse de rodillas. Sin duda hay una necesidad de fondo, pero también cuenta la oportunidad industrial. –Y se ve que la quiere aprovechar Alemania... –Francia sigue con su plan nuclear, porque es un coloso en el sector y es difícil dar marcha atrás. Inglaterra, por su parte, ha instado grandes parques eólicos, si bien cuenta con el petróleo del Mar del Norte y además tiene carbón, pero se ha dado cuenta de que se trata de una cuestión de competitividad industrial. Y Alemania es la demostración de esto, porque ya tomó la decisión hace cinco años. Algunos pensaron entonces que lo hacía debido a la presencia de los verdes en el gobierno de Schroeder, pero en realidad fue la industria la que apoyó el cambio. Y es que la tecnología nuclear alemana estaba bloqueada en su desarrollo, pues ya no vendía, dado que ningún país está instalando nuevas centrales nucleares. Así que la opción de la fuentes renovables supone una oportunidad industrial, y se dieron cuenta de que era un buen negocio. En cinco años Alemania se ha convertido en la primera productora europea de energía eólica y durante los próximos cinco será la primera exportadora de aspas eólicas. Ha sido la estrategia industrial la que ha dado lugar a una política medioambiental. –¿Y los demás? –El problema es que no somos capaces de desligarnos del poder de los dueños del petróleo. Mientras controlen los sectores políticos, seguirán gozando de una atención privilegiada. Por ejemplo, hay una directiva europea que obliga a la instalación de paneles solares en las nuevas edificaciones a partir de enero de 2007. Pero esta normativa ha sido discutida a nivel internacional, de manera que las indicaciones no son asumidas por los gobiernos, sino por las administraciones locales. Y el resultado es que pocos municipios la han tenido en cuenta. –¡Vaya, parece una batalla contra los molinos de viento! –Mire, el proceso no es tanto político cuanto cultural. Los ciudadanos deberían tomar en consideración el aspecto ambiental para la civilización que quieren edificar, y la gente debería estar educada a participar en estos temas. La relación entre democracia y ecología es una cuestión básica. –Sí, pero la cultura dominante no se detiene en sutilezas ecológicas... –Es una cultura que induce a dominar la naturaleza y a la irresponsabilidad de tal dominio, no es una cultura que lleve a custodiar la tierra en función de las generaciones futuras. Para llegar a esto se requiere un modelo antropológico que aún no existe, una concepción de la persona en la que prime la lógica comunitaria y no la individualista. –O sea, que no basta con instalar unos paneles solares en casa. –Pues no, porque nos estamos jugando un bien común que trasciende lo nacional, que es global. Y ello implica una estrategia global, además de programas que alimenten una cultural ambiental de la participación. No se trata sólo de reducir el consumo, sino de racionalizar personal y colectivamente el uso de los recursos. Es una cuestión de inteligencia, no de papeles, y las instituciones deberían incentivar a los que quieran tomar decisiones inteligentes.
España ante el reto

La legislación vigente en España en torno a las fuentes de energía renovables se deriva del Plan de Energías Renovables 2005-2010, que fue aprobado en Consejo de Ministros en agosto de 2005. Dicho Plan obedecía entonces a dos necesidades básicas: disminuir nuestra dependencia energética y preservar el entorno. La dependencia energética (es decir, la cantidad de petróleo, gas, carbón, etc. que tuvimos que comprar fuera) en 2004 fue del 77,4%; en 2005 subió al 78,9% y en 2006 al 80,2%. Influye en la subida el incremento de la demanda y la variabilidad de la producción nacional, sobre todo la hidroeléctrica. El Plan 2005-2010 contempla los compromisos internacionales adquiridos por España y los que se derivan de nuestra pertenencia a la Unión Europea. Sus principales objetivos para el año 2010 son: cubrir el 12,1% de consumo total con fuentes renovables, generar el 29,4% de la energía eléctrica con fuentes renovables y aumentar al 5,75% el consumo de biocarburantes en transporte. Hasta la aprobación del Plan, tres fuentes renovables habían evolucionado satisfactoriamente: eólica, biocarburantes y biogás, pero no así la minihidráulica, la biomasa y la solar. La puesta en marcha del Plan requiere una inversión muy importante (casi 24.000 millones de euros), de los cuales el 77,1% corresponde al mercado financiero, el 20% a los promotores y el 2,9% a la ayuda pública. En este sector España lleva la delantera respecto a muchos países de la UE, bastante por encima de la media. En 2004, las fuentes renovables abastecieron el 6,5% del consumo total de energía primaria, lo cual supuso no emitir a la atmósfera casi 7 millones de toneladas de gases contaminantes. En este sentido el objetivo del Plan es ahorrarle a la atmósfera más de 27 millones de toneladas de CO2. En 2005 el porcentaje abastecido por las fuentes renovables fue ligeramente inferior (6,1%), pero en 2006 subió al 6,8%. Paralelamente, el “Plan de Acción 2005-2007” sobre la estrategia de ahorro y eficiencia energética pretende permitir un ahorro de energía primaria de 12 millones de toneladas equivalentes de petróleo, y evitar la emisión a la atmósfera de 32,5 millones de toneladas de CO2. Ante los nuevos planteamientos de la Unión Europea, el Ministerio de Industria ya está estudiando un nuevo plan que cubra el periodo 2011-2020 y que estaría elaborado en 2008. Uno de sus objetivos sería el de multiplicar por cuatro nuestra capacidad de producir electricidad a partir de las fuentes renovables, pero la Asociación de Productores de Energías Renovables (APPA) ya ha advertido que no será suficiente para llegar al 20% que propone Europa, ya que, según sus cálculos, España necesitará una capacidad de producir 85.000 megavatios, cuando actualmente no llega a los 20.000. El esfuerzo que supone la puesta en marcha de las instalaciones de energía renovable es considerable, tanto por la inversión inicial como por su rentabilidad. El rendimiento de los kilovatios instalados en este tipo de instalaciones es casi tres veces inferior al de las no renovables, debido justamente a la variabilidad de la fuente (sol, aire, agua). En una central nuclear el rendimiento es superior al 95%, en una térmica oscila entre el 70% y el 80%, mientras que en las renovables se sitúa por debajo del 40%. Por eso es tan difícil conseguir que aumente el porcentaje de energía consumida a partir de fuentes renovables: cuesta mucho producirla. Y también por eso mismo las compañías eléctricas se muestran reticentes a la hora de invertir, salvo quizás en la eólica. Según la Comisión Europea, alcanzar el objetivo del 20% de producción a partir de fuentes renovables en toda Europa supondrá un desembolso de 20 euros anuales por habitante. Javier Rubio





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