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Narges Mohammadi, el Nobel a una mujer incómoda

Bruno Cantamessa

Mientras Irán presidía en la ONU, aún entre indignadas protestas, el Forum Social del Consejo de Derechos Humanos, Narges Mohammadi era distinguida con el Premio Nobel de la Paz por «su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y por la promoción de los derechos humanos y la libertad».


Últimamente la prensa ha aireado profusamente el Premio Nobel de la Paz a una mujer poco o nada conocida. El País, por ejemplo, publicaba el 18 de octubre una entrevista de Trinidad Deiros al activista y periodista iraní Taghi Rahmani, esposo de la premiada, en la que subrayaba cuál es la importancia de este galardón: «Lo importante, y ahí radica la alegría que representa este premio, no tiene que ver con que a Narges la liberen o no. Lo importante es que ahora todo el mundo conocerá su lucha. El galardón da ahora mucha más fuerza a su petición de libertades, de respeto de los derechos humanos. Lo importante es que el mundo prestará más atención a lo que sucede en Irán». Rahmani (64 años) ha sido definido como un «reportero sin fronteras» y «el periodista más veces encarcelado»; más de trece años entre 1981 y 2005. Desde 2012 vive en el exilio, en Francia, con sus dos hijos gemelos, una chica y un chico de diecisiete años, mientras que su mujer, Narges Mohammadi (51 años), también periodista, sigue encarcelada en Irán. Probablemente sean Taghi y sus hijos quienes acudan  el 10 de diciembre a Estocolmo para recoger el premio.
Hace doce años que Narges no ve a su marido y a sus hijos. Ni ellos pueden entrar en Irán, ni ella salir de la cárcel, donde cumple una larga condena que incluye 154 latigazos, dos años de exilio interno y la prohibición de pertenecer a movimientos de la sociedad civil, así como publicar cualquier cosa en los medios. Se la juzgó culpable  de haber fundado un grupo ilegal, el Centro para los Defensores de los Derechos Humanos en Irán, junto con Shirin Ebadi, otra gran mujer iraní, Premio Nobel de la Paz en 2003, que vive en el exilio desde 2009. Narges también ha luchado contra la pena de muerte y su insoportable obsesión (para el régimen) es la de no querer ponerse el hiyab, el velo obligatorio, algo que ya les ha costado la vida a varias iraníes. El caso más conocido es el de Mahsa Amini, la joven curda de 22 años que murió a golpes de la policía moral en septiembre de 2022 porque el hiyab no le tapaba todo el cabello.
Según los jueces iraníes, sobre la cabeza obstinadamente no cubierta de Narges penden delitos gravísimos contra la seguridad nacional y por la difusión de propaganda contra el sistema. Y estos delitos no los ha cometido solo fuera, sino también dentro de la cárcel. Por ejemplo, una huelga de hambre cuando le negaron ser hospitalizada si no se ponía el velo. Ella se negó, por supuesto. Al cabo de cinco días y entre fuertes medidas de seguridad la llevaron al hospital «de acuerdo con las reglas protocolarias», según las autoridades. En realidad fue sin velo. Después de esta atención (había tenido un infarto), regresó rápidamente a la cárcel.
Comunicarse con el exterior es muy peligroso para quien lo hace clandestinamente, aun así  lo ha conseguido: «Después de haber sido hospitalizada, sin tenerme que cubrir la cabeza, y haber vuelto a la cárcel, he interrumpido la huelga de hambre». También se ha sabido que los amigos y parientes que la esperaban a la puerta del hospital fueron arrestados e interrogados, les quitaron las cámaras fotográficas  y luego los dejaron libres. «El gobierno temía que me vieran sin velo», parece que ha dicho Narges. 

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