Mi amiga Betiana es de las que saben utilizar bien las redes sociales para comunicar contenidos relevantes: con discreción, estilo y midiendo bien los tiempos. Lo último que me ha llegado de ella es un archivo en formato PDF que, al abrirlo en el ordenador, despliega treinta y cinco preciosas pantallas profusamente ilustradas. Esta chica sabe que una imagen dice más que mil palabras. Betiana y sus compañeras están en un lugar llamado Fortín Dragones, que cuenta con poco menos de dos mil habitantes, en su mayoría de etnia indígena Wichí.
El informe de Betiana, por así llamarlo, empieza diciendo: «Nos habíamos propuesto hacer un punto de la situación cuatrimestralmente; hemos llegado a seis meses y con alegría constatamos que estamos haciendo una experiencia extraordinaria de grande e intenso aprendizaje». Y luego sigue: «Retomando cada uno de los verbos que nos habíamos propuesto (llegar, escuchar, conocer, caminar, fortalecer), nos ha sorprendido encontrarnos en plena sintonía... Tenemos dos años para comprender cómo podría ser nuestra presencia en este territorio que estamos conociendo».
Sigo leyendo sobreimpreso en preciosas imágenes la actividad de estas intrépidas focolarinas y cómo han ido conjugando esos verbos que resumen su «experiencia piloto de focolar y diálogo intercultural». Primero llegar, buscar trabajo, instalarse y habituarse al clima y al ritmo de vida, lo cual implica empezar a conocer la zona y entablar relaciones, «principalmente con los actores eclesiales», dice. Un proceso de adaptación conscientes de ser la presencia laica de un movimiento en un «espacio parroquial habitado desde hace décadas por vida religiosa».
Segundo: escuchar y conocer, que así lo explican: «Mucho silencio para conocer, contemplar y escuchar la realidad. Caminar la zona, conocer personas, comunidades, realidades… y dejarse conocer. Tiempo y espacio necesarios para dejarnos interpelar por encuentros y desencuentros, coincidencias y diferencias o tensiones en los modos de vivir»
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