Últimamente los medios de comunicación nos alertan sobre la saturación de los servicios públicos a nivel nacional. Centrándonos en el aspecto sanitario observamos que, tras la pandemia, se han incrementado las listas de espera en atención primaria y especializada, con lo cual aumentan las consultas en urgencias, las agresiones a profesionales. Hay insatisfacción en profesionales y usuarios, que en gran porcentaje han recurrido a los seguros privados, pero este sistema también empieza a saturarse. Nuestra sanidad era una de las mejores del mundo, un logro social, una de las principales virtudes de nuestro estado de bienestar. ¿Pero podemos seguir afirmándolo? ¿Qué ha sucedido?

Sabemos que la Atención Primaria resuelve el 80% de toda la demanda sanitaria de la población y su funcionamiento influye en los otros niveles asistenciales. También hay múltiples y sólidas evidencias de los beneficios que tiene para cualquier sistema sanitario invertir y fortalecer su AP1, mayor que los que aportan sistemas centrados en los hospitales. 

Sin pretender agotar el tema, exponemos algunos aspectos para la reflexión:

1) Falta personal médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria (MFC). Aunque, en los últimos años han aumentado las plazas para esta especialidad, muchas se quedan sin cubrir (217 plazas MIR –Médico Interno Residente– de Familia en 2022); otros, aunque eligen plaza, no se incorporan a la formación (123 aspirantes en los 4 últimos años). Hay 1.000 profesionales menos que antes de la pandemia y se precisan 10.000 para reemplazar a las jubilaciones en los próximos 4 años. En resumen, ser médico de familia es una especie a extinguir.