Al comienzo de mi artículo sobre las expectativas de la COP26 (sept. 2021)2 decía que, «tras la COP3 de Kioto, que sentó los principios a seguir en la lucha contra el cambio climático, la palabra decepción es la que mejor calificaría los resultados de casi todas, aunque algunas abrieran la esperanza de que “ahora sí”». En el artículo posterior a ese encuentro (enero 2022)3 señalaba que eso fue lo que allí sucedió, al aprobar un Pacto para el clima que clarificó dónde había que incidir, marcó pautas de cómo hacerlo y hasta dio algunos pasos sobre ello, recuperándose la ilusión que proporcionó la COP21 de París.
En ambos artículos reflexionaba sobre lo que había podido facilitar la pandemia los avances de la COP26. Por un lado, actuó como revulsivo sobre una humanidad envanecida, haciéndola tomar conciencia de su fragilidad los escenarios dramáticos que anticipaban aquellos a los que el cambio climático nos arrastrará. Por otro, hizo comprender que superar las crisis solo es posible si el impulso abarca y mueve al conjunto de la humanidad, sin dejar de lado grupo alguno.
La COP27 de Egipto nos ha devuelto el desencanto, mostrando la fragilidad de un empeño, que se volatiliza al aflorar los intereses inmediatos e individuales de los países. Pobre balance cuando los dos logros que se computan a su término son, uno, mantener el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5º, y otro, aprobar el lanzamiento por la ONU del Fondo para Daños y Pérdidas provocados por el Cambio climático en las regiones más vulnerables.
Conviene decir que constituir un Fondo para fin tan loable es algo en lo que es difícil estar en desacuerdo, y que, en lo esencial, el Espíritu de la Pandemia se conserva todavía en cuanto a que los ricos alleguen recursos financieros a los pobres. Sin embargo todavía resta por definir y acordar sobre esta cuestión lo más elemental: quién contribuirá a dotarlo, quién podrá optar a beneficiarse, más allá de generalidades sobre incidencias del alza de los océanos y la violencia extrema de fenómenos atmosféricos, y, finalmente, cómo evaluar y aplicar la aportación a recibir por los que padecen los efectos.
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