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Educar en (y con) la incertidumbre

Jesús García


Decía Zygmunt Bauman que el malestar se alimenta de tres elementos: la incertidumbre, la fragilidad y la inseguridad. Desde hace algún tiempo estamos experimentando los tres, y especialmente la incertidumbre. Siempre ha estado presente, pero es ahora cuando presenta su rostro más angustioso. Y, quizás, la Educación es uno de los ámbitos en los que más se ha enraizado. 
El asunto no es nuevo; los procesos educativos siempre han forcejeado con lo incierto en mayor o menor medida. Sin embargo, en las últimas décadas nos hemos acostumbrado a educar desde unas certezas (supuestamente realizables) que nos impulsaban y motivaban, tanto a nosotros como a nuestros hijos y alumnos, a hacer lo que se debía hacer para tener éxito. Obedecer, esforzarse en una tarea, rendir lo esperado o aprender los contenidos propuestos se presentaban como el requisito para que, llegado el momento, se cumplieran las promesas de un futuro cierto y seguro. Ahora, en cambio, mensajes de tipo ¿Para qué me sirve esto? u otros similares en boca de nuestros adolescentes y jóvenes están a la orden día, y nos sitúan a padres y profesores ante un paisaje borroso con más interrogantes que certidumbres. ¿Qué enseñar, qué saberes pueden ser más útiles o cuáles los métodos más acordes para educar en (y con) esta incertidumbre?
No es fácil. Al igual que en otras circunstancias, podemos sentarnos en las encrucijadas del camino añorando formas educativas de un pasado que ya no existe o, por el contrario, intentar encontrar el camino más adecuado para seguir avanzando. Y, dado que escogemos la segunda opción, planteo algunas sugerencias.
En primer lugar es necesario reconocer la relación de la educación con esta incertidumbre; poner sobre la mesa educativa y de forma natural, lo impredecible, lo arriesgado o lo incierto; darle un espacio prioritario a esas vulnerabilidades e incertidumbres que están presentes en la Ciencia, en la Técnica o en la Historia; y no de forma dramática o pesimista sino que la incertidumbre más cotidiana, sea un contenido más de la educación en las aulas y en las familias. Pensemos, por ejemplo, en cómo la investigación científica ha tenido que afrontar una pandemia imprevista e incierta. Se trata, en definitiva, de plantear situaciones que ayuden a afrontar dudas, no saber, inseguridad, etc.; que los chicos y chicas tomen conciencia de que la vida diaria es un enigma que hemos de comprender juntos. 

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