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La hija de Jairo

Violeta Medina, poeta y periodista


«Pocos hombres aman durante mucho tiempo los viajes, esa ruptura perpetua de los hábitos, esa continua conmoción de todos los prejuicios». Esta frase de Marguerite Yourcenar, en su obra más aclamada, Memorias de Adriano, es lo primero que se me vino a la memoria para iniciar este artículo sobre La hija de Jairo de Ana Muncharaz.
Y me vino a la cabeza de manera natural porque no solo esta última novela, la quinta de esta escritora madrileña, es un viaje desde Cafarnaúm a Jerusalén en el siglo I. Toda la obra de Muncharaz es un permanente viaje en el tiempo, en los espacios físicos y hacia una búsqueda más profunda de esencias que fluctúan desde lo sagrado a lo divino. 
Un repaso ligero de sus anteriores libros nos lleva primero a su inquietante novela inicial, El árbol doblado (2003), que en el siglo XIV nos pone ante un dilema que la teología actual continúa enfrentando: el libre albedrío que puede llevar por caminos o más bien abismos, dependiendo de la naturaleza humana. Luego, La brisa del Egeo (2007) enlaza con su anterior trabajo en la indagación que marca el poder y las elecciones de un nuevo mundo. Elegir es nuevamente la clave. Sus dos libros posteriores El viaje de Egeria (2012) y Santa Hildegarda de Bingen (2013) centran el viaje en esa necesidad de encontrar respuestas que, en el caso de ambos personajes históricos, se obtienen a través de la revelación de una fe.
Estas dos novelas son la antesala clara del actual libro, donde nuevamente quienes miran son mujeres, pero el viaje para el lector esta vez es aún más especial porque va de la mano de una niña de doce años, Judit, hija del archisinagogo de Cafarnaúm, poblado de la antigua Galilea. Ver  los acontecimientos bíblicos que ahí se recrean a través de la ingenuidad, transparencia o lógica radical que posee la infancia hace que esta novela fluya en la primera parte con una ligereza necesaria para que la segunda, absolutamente coral, se vuelva creíble en ese eco histórico y a la vez de revelación de una fe para los lectores que quieran seguir esa huella, aunque también la narrativa de Muncharaz permite caminar a aquellos que disfrutan del camino literario sin más, como es mi caso.

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