Llega el verano con las vacaciones escolares y, para muchos, laborales. Muchas familias se disponen a cambiar de residencia y de hábitos por unos días o semanas. A la hora de planificar el viaje surge con frecuencia una cuestión no menor: ¿qué hacemos con los abuelos? En ocasiones, esta pregunta se percibe como un problema familiar importante, que según se resuelva puede afectar a las relaciones y a los vínculos familiares. En cualquier caso las vacaciones son un periodo corto. Y el resto del año ¿cómo cuidamos a nuestros mayores?
En una reciente entrevista en un medio nacional, la paleoantropóloga María Martinón-Torres1 decía que «vivimos más años no para tener hijos, sino para cuidar de los demás. La selección natural favorece que seamos una especie longeva para cuidar a individuos que son dependientes, que necesitan de los otros desde muy pronto y hasta muy tarde», y añadía que «el más débil no siempre es el físicamente frágil o enfermo sino el que está solo»2. La soledad asociada al envejecimiento es una de las peores lacras de nuestro tiempo.
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