Podemos decir que la sinodalidad es un concepto genuinamente cristiano. Nace en la Iglesia con el acontecimiento de Pentecostés, cuando tras la efusión del Espíritu Santo prometida por Jesús a sus apóstoles reunidos en el Cenáculo con María, la Iglesia hace la experiencia de un «caminar juntos» (eso significa sinodalidad) al implorar y acoger al Espíritu desde la experiencia de la concordia. A partir de ahí, desde el Concilio de Jerusalén en época apostólica hasta nuestros días, en la Iglesia se ha repetido la experiencia sinodal: en la Iglesia universal, en las iglesias particulares y en pequeñas comunidades cristianas.
Concilios y sínodos
Las grandes experiencias sinodales de la Iglesia universal generalmente se llaman concilios, y a las de las iglesias particulares sínodos. En realidad, sínodo es más significativo que concilio, que en el lenguaje corriente remite a conciliación, y por derivación a negociación. La palabra sínodo expresa más genuinamente tanto la experiencia de los concilios como la de los sínodos, pues remite a una vivencia específicamente cristiana que describe al «grupo de los creyentes» que «tenía un solo corazón y una sola alma» (Hechos de los Apóstoles 4, 32).
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