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No a las armas autónomas

Giulio Meazzini

Armas autónomas y drones asesinos son la nueva amenaza. Hace falta un acuerdo internacional para limitar su uso.


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La capa de hielo en el Polo Norte varía entre uno y cuatro metros, incluso más. En los últimos cuarenta años, debido al calentamiento global, ese espesor se ha ido reduciendo casi a la mitad, por eso hoy no es raro que los submarinos nucleares, que viajan sumergidos, se sitúen debajo de las zonas de menor espesor e impacten contra el hielo con su torretas reforzadas hasta que logran romperlo y salir a la superficie. Esta es una prueba del desarrollo que está teniendo la «carrera hacia el Ártico», también en lo militar. Ahora que se están derritiendo los hielos perpetuos, un enorme territorio antes inaccesible se ha vuelto disponible para extraer gas, petróleo o tierras raras. Además  nuevas rutas de navegación al norte de Siberia permiten ahorrar días de viaje entre Japón y Europa. Por todo ello está cambiando la geopolítica del planeta, aunque en realidad los estrategas de las guerras del futuro esconden otras importantes novedades.
 

Armas inteligentes

El enésimo conflicto entre Armenia y Azerbaiyán en septiembre de 2020, causado por el control de la región caucásica de Nagorno Karabaj, duró solo cuarenta y cuatro días porque las fuerzas azerbaiyanas contaban con una nueva arma mortal: los drones. Con ellos lograron destruir hasta 150 carros armados armenios sin apenas combatir. Estos aparatos voladores sin piloto son controlados a distancia por sus operadores, o incluso son completamente autónomos. Su uso, tanto en ámbito civil como en el militar, ha aumentado en los últimos años. Los drones militares se usan sobre todo en misiones «fatigosas, sucias y peligrosas», misiones suicidas, quirúrgicas, sin pérdida de soldados. Cuando un arma inteligente es autónoma, significa que el operador la lanza y se olvida de ella. El arma vuela sobre el territorio enemigo  y por sí sola elige los objetivos que tiene que atacar, en base a unos programas predefinidos. No tiene escrúpulos morales ni dudas. Si se equivoca y ataca una escuela creyendo que es un nido de enemigos, nadie se responsabiliza de ello. Así el gran problema de las cumbres militares queda resuelto: la barrera moral que impide a un soldado disparar cuando hay riesgo de víctimas civiles está resuelto. Ahora hacer una guerra es más fácil, no se requiere un ejército numeroso, ni soldados sobre el terreno, ni abastecimientos. La población no se rebelará porque sabrá poco o casi nada, ni habrá soldados que vuelvan a casa heridos. Las armas autónomas hacen la guerra secretamente, manejadas por unos poco militares al seguro en sus cuarteles.
 

Militares y estudiantes

En 2016 un grupo de estudiantes estadounidenses del Massachusetts Institute of Technology (Mit) concluyó para el ejército un programa que coordina un enjambre de 103 drones. Y si los estudiantes son capaces de manejar esta tecnología, quiere decir dos cosas: que su difusión será inevitable (de hecho muchos ejércitos se están haciendo con estas armas) y que los militares (en Estados Unidos, China, Australia y otros) quieren sacar partido de las competencias de las  universidades, cuando en realidad estas deberían ser ámbitos de pensamiento, paz y construcción de civilización. Esta alianza es antinatural y muy peligrosa.
 

Enjambres de drones

Los enjambres de máquinas voladoras son económicos, eficaces desde el punto de vista militar y casi imposible de combatirlos. Miles y miles de pequeños drones armados que se comunican entre sí tienen un potencial destructivo enorme. Y si además cada uno va dotado con una tecnología de reconocimiento facial, puede buscar a una persona en medio de una multitud de manifestantes o en un estadio de fútbol, identificarla, acercarse, explotar y matarla. Imagínense si estas armas caen en manos de un pequeño dictador sin escrúpulos, o en manos de terroristas, o de unos servicios secretos corruptos. Nadie estaría seguro, ni opositores, ni manifestantes, ni políticos, ni los miembros de organizaciones o partidos adversarios, ni los jefes de Estado… En 2018 el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, escapó afortunadamente de un ataque con dos drones. Es fácil matar a distancia, de forma quirúrgica y anónima, y es difícil llegar hasta quienes manejan los aparatos. 
 

Errores

Ya se están estudiando enjambres de un millón de drones capaces de actuar en aire, mar y bajo el agua. El problema es que cada una de estas máquinas inteligentes se puede equivocar y su mal funcionamiento se puede propagar a las demás. Lo llaman «errores emergentes». A esto se añade el hecho de que cada vez se delega más decisiones a las máquinas dotadas con inteligencia artificial, pero los operadores humanos se topan con la dificultad de entender cómo y por qué los sistemas automáticos toman ciertas decisiones. ¿Qué pasaría si un enjambre se lanza por error sobre una ciudad llena de civiles o si ataca a un avión de línea? En 1988 la nave estadounidense Vincennes abatió por error un avión civil iraní porque su sistema computarizado de combate era demasiado complicado para los operadores que tenían que manejarlo. Y aun así, el gasto de los gobiernos en armas con inteligencia artificial está aumentando.
 

Campañas

Pero ya hay quien está reaccionando. En 2013 más de sesenta ONGs lanzaron la campaña Stop killer robot, exigiendo un tratado internacional que asegure el control humano de las armas inteligentes. En 2014 la ONU empezó a plantearse cómo prohibir estas armas de destrucción masiva, aunque sin éxito. En 2018 el Parlamento Europeo aprobó una resolución contra las armas letales autónomas. Son muchas las iniciativas en el seno de la sociedad civil a favor del desarme. Otra línea de acción intenta que se evite la investigación sobre inteligencia artificial por parte de las grandes empresas privadas, como Google o Microsoft. La comunidad internacional debe regularizar lo antes posible las armas inteligentes, la armas autónomas y los enjambres de drones, igual que se hizo en su momento con las armas químicas. No tenemos ninguna necesidad de guerras fáciles combatidas por drones y robots fuera de control.
 




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