Michele Zanzucchi.– A los europeos les preocupan las migraciones, la prueba es el interés que suscitan en los medios de comunicación. Ese interés a veces presenta escenarios tan temibles que impiden pensar correctamente en el fenómeno migratorio. El tema es estimulante porque toca los cuatro elementos antropológicos ancestrales. Tierra: el limes, la frontera que hay que cruzar hacia una tierra prometida. Agua: el riesgo del viaje, cruzar el canal de Sicilia o el estrecho de Gibraltar. Fuego: para iluminar el camino, el fuego de los campos de refugiados, el fuego de los disparos, el fuego del que huyen. Aire: el aire viciado que respiran (guerra y dictadura, esclavitud, miseria, marginación). A estos elementos se añade otro, también ancestral: la sangre, el riesgo de morir, la muerte colectiva, y también la mezcla de sangres que toda migración conlleva. La cuestión está en boca de todos porque se mezclan política y religión, los dos factores constitutivos de las revoluciones y los grandes cambios que agitan nuestras sociedades.

 

Pasquale Ferrara.– ¿Nos hemos dado cuenta de que el mundo está cambiando? El punto de vista desde el que evaluamos los acontecimientos mundiales sigue cautivo de unas categorías exclusivamente nacionales, pero hoy en día las cuestiones son en gran medida transnacionales. La mayoría de actividades humanas y sociales –por no hablar del cambio climático, la contaminación o los riesgos nucleares– no tienen en cuenta las fronteras entre Estados, mientras que la estructura política básica del mundo sigue anclada en una dimensión territorial que ya no refleja la fenomenología de los procesos mundiales. El mundo –especialmente el sector económico y financiero– razona en términos de flujos, mientras las políticas nacionales lo hacen en términos de existencias.