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articulo

Cambio de rumbo/2

Juan de la Riva

En el número anterior acabábamos subrayando que, si las relaciones están en la base de la vida, debemos preguntarnos cómo nos posicionamos ante la naturaleza y cómo son nuestras relaciones con ella. 


Una nueva centralidad

Entre el antropocentrismo egoísta, que sitúa a la persona en el centro frente a la naturaleza, y el biocentrismo radical, que en ocasiones otorga a la naturaleza valor absoluto y minusvalora la creatividad de la persona humana dotada de libertad e inteligencia y por ello capaz de reflexionar sobre su relación con la naturaleza, debe abrirse paso un nuevo centrismo que supere posturas enfrentadas. Una propuesta audaz que puede regenerar nuestra relación con la naturaleza quizá sea poner en el centro, justamente, las relaciones. De este modo el centro está fuera de nosotros, en el otro y en lo otro, manifestando así el papel generador de vida de la donación y la gratuidad. La naturaleza, sostenible por definición en la gestión de sus flujos de energía, nutrientes y desechos, nos puede enseñar mucho con su entramado de relaciones ecológicas a todos los niveles, desde el molecular hasta el global, pasando por las cadenas tróficas.
El reto no es fácil, pero es apasionante y más fácil de llevar a la práctica de lo que pensamos. Además, en la búsqueda de referencias sapienciales contaremos con aportes muy diversos y válidos, fruto de la dimensión espiritual de toda persona, desde las cosmologías y las tradiciones religiosas a la filosofía y el pensamiento no confesional, la cultura y el arte, las prácticas tradicionales de aprovechamiento que perviven en el medio rural, más en contacto con la naturaleza… Con frecuencia se abre camino en ellas la convicción de que el amor, como decía Teilhard de Chardin, es la energía potente que mueve el mundo. Amor, energía y motor de relación, que Chiara Lubich expresaba así desde la experiencia de un Dios que es relación: «Siempre hemos visto la creación en su maravillosa inmensidad como UNA, surgida del corazón de un Dios Amor que ha impreso su huella en ella. Hemos percibido la presencia de Dios bajo las cosas. Por lo que, si los pinos estaban dorados por el sol, si los arroyos se precipitaban en cascadas centelleando, si las margaritas y otras flores y el cielo celebraban el verano, nos parecía más fuerte la visión de un sol que estaba por debajo de toda la creación. […] Sobre la tierra todo estaba por tanto en relación de amor con todo: cada cosa con casa cosa».
 

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