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Incorporemos otra categoría política: la fraternidad

Pedro Pablo Núñez


¿Por qué es necesario hacer de la fraternidad una categoría política? ¿Qué exige? ¿Qué contradicciones afronta? ¿Qué nos enseña? Una categoría es un concepto fundamental de referencia. En este caso, la asociación de ideas lleva a recordar la divisa que identifica la Revolución Francesa de 1789: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Dio lugar a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de ese mismo año, que comienza así: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común» (art. 1); «La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión» (art. 2).
 
Desde entonces la libertad se defiende como un bien supremo y ha sido reivindicada en todos sus dominios. En su origen era la oposición a los privilegios y la reivindicación de la igualdad civil, de la ciudadanía. Una ciudadanía que, como vemos en el artículo 2, se asociaba también a la propiedad. La igualdad tuvo mayor controversia. Por ejemplo, la entrada «igualdad» no figura en el diccionario filosófico de Voltaire. En cuanto a la fraternidad, poco puede añadirse más allá de que figura como tercer elemento de la divisa revolucionaria. Podríamos decir que en la Revolución, que desde Francia conmocionó al mundo, la ciudadanía que permitía ser libres, iguales y fraternos era una ciudadanía con raíces en los burgos (ciudades), es decir, en la propiedad.
 

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