logoIntroduzca su email y recibirá un mensaje de recuperación de su contraseña






                    




articulo

Refugiados. Después de Siria

Clara García Martínez

La autora ha colaborado como voluntaria del Cuerpo Europeo de Solidaridad con una ONG turca de ayuda a jóvenes desfavorecidos. Al estallar la guerra, se centró en los refugiados dándoles clase de inglés y español. 


Era septiembre de 2015. Las tropas del Estado Islámico habían asediado la ciudad de Deir ez-Zor, al noreste de Siria, hacía ya más de cuatro meses. Y la vida allí se había vuelto imposible. Por aquel entonces Abdullah acababa de empezar la carrera de ingeniería, pero sabía que si permanecía allí, al ser ya mayor de edad, tendría que unirse a las tropas del régimen para luchar contra el Daesh. Y a sus veinte años ya había visto suficientes atrocidades como para saber que esa no era su lucha y que no iba dedicar su vida –mucho menos su muerte– a colaborar con esa barbarie. Su padre tampoco quería esa vida para su hijo, así que una noche llamó a la puerta de su habitación y, sin mediar palabra, le tendió un billete de avión. Abdullah entendió entonces que esa sería su única oportunidad. Al día siguiente voló hasta una de las ciudades más cercanas a la frontera siria con Turquía, y el resto del camino lo hizo a pie. Estaba solo y desconocía lo que le esperaba al otro lado de la valla –si es que llegaba a cruzarla–, pero la ilusión de un futuro alejado de las bombas fue suficiente para borrar cualquier atisbo de miedo o arrepentimiento. Se secó las lágrimas de una despedida inconclusa y esperó varias horas ante la mirada gélida y los insultos constantes de los soldados que custodiaban la frontera. Cuando la noche cayó, él y otros muchos que buscaban la misma suerte, intentaron cruzar. Todavía no sabe cómo lo consiguió. Solo recuerda que comenzó a oír disparos a sus espaldas y que corrió tanto como sus piernas le permitieron, hasta deshacerse de los guardias. También recuerda cómo, al ser consciente de que seguía vivo y que todo había acabado, no podía parar de dar gracias a Dios. 
 
Abdullah lleva seis años viviendo en Sanliurfa. Urfa, como comúnmente se le conoce, es una ciudad en la región de Anatolia, al sureste de Turquía. Se encuentra a unos 50 kilómetros de la frontera con Siria, lo que la ha convertido, por su cercanía, en destino y amparo de más de medio millón de personas, obligadas a huir de esa guerra que comenzó hace ya diez años en el país árabe. Ahora Abdullah ha vuelto a comenzar sus estudios universitarios. Vive con su hermana y sus sobrinas, la única familia que tiene allí. Pero a pesar de todo el sufrimiento, o precisamente por ello, es una persona tremendamente alegre y carismática, de ojos expresivos y sonrisa sempiterna. De esas que siempre intentan hacer reír y sentir bien a todos los que tienen alrededor. ¡Y vaya si lo consigue! Sin embargo, hay días en los que le invade la tristeza. Si le preguntas, no sabe muy bien qué decirte. Que se ha levantado con el pie izquierdo, tal vez, y que ya se le pasará. Pero entonces te das cuenta de que la mirada se le apaga un poco mientras reconoce que es porque echa de menos a su madre. Ella es la persona a la que más quiere en el mundo, pero no la ve desde que huyó de su país, y no hay día en que no desee volver a estar junto a ella. 
 

Leer más



Política protección de datos
Aviso legal
Mapa de la Web
Política de cookies
@2016 Editorial Ciudad Nueva. Todos los derechos reservados
CONTACTO

DÓNDE ESTAMOS

facebook twitter instagram youtube
OTRAS REVISTAS
Ciutat Nuova