Recuerdo que cuando me separé, hace poco más de una década (después de 10 de noviazgo, 15 de matrimonio, dos hijos y más de 10 años en el equipo de prematrimoniales de mi parroquia), una amiga me pasó un texto que me aportó cierto alivio y que solo con el tiempo he comprendido en plenitud.
Cuando has crecido en una familia cristiana, practicante, comprometida; te has formado en centros religiosos; has pertenecido a comunidades cristianas y has seguido una trayectoria acorde con tus creencias, el fracaso del matrimonio hace que se tambalee todo aquello en lo que crees y te sostiene. Tu proyecto de vida se rompe de repente. Te resquebrajas. Empiezas a culpabilizarte y dar vueltas a qué es lo que he hecho mal; dónde he fallado; habré amado suficiente; qué más podría haber hecho… y muchas cuestiones similares. Además, te acompaña el fantasma de la soledad. Y muchas emociones se solapan: miedo, vulnerabilidad, desaliento, pena, vergüenza, decepción, desamor, culpa, enfado, agitación, expectación, alivio.
Leer más