Durante los siglos de esplendor medieval, los monjes y monjas cistercienses impulsaron y difundieron las mejores prácticas agrícolas, ganaderas y forestales en Europa central y occidental, lo que hoy diríamos prácticas ecológicas, para ser lo más autosuficientes posible, al tiempo que conservaban el patrimonio natural, su belleza, armonía y silencio. Poblet fue un ejemplo en su extenso dominio rural, con granjas gestionadas por hermanos legos durante siglos, probablemente hasta la Desamortización (1832-35), cuando los monjes fueron expulsados. 

En 1940 otros  monjes reanudaron la vida en Poblet. Dado que procedían de ambientes rurales, siguieron aplicando sus prácticas tradicionales en las pocas tierras que pudieron adquirir. Pero cuando comenzaron a llegar monjes de procedencia urbana, en los años 60 y 70, estos incorporaron maquinaria y energías fósiles, siguiendo la tendencia del sector agrario catalán, sin examinar si esos cambios eran compatibles con los principios cistercienses o incluso cristianos.

 

En 2007, cuando fue designado prior Fra Lluc Torcal (hombre brillante, polifacético y de extraordinaria capacidad), impulsó la «reconversión ecológica» del monasterio para recuperar la coherencia que habían tenido sus antepasados. No la planteó como un retorno al pasado, lo cual tendría poco sentido, sino como respuesta a los retos actuales, con los métodos y tecnologías más idóneos de que disponemos, siempre que fueran coherentes con sus principios. En los siete años que tuve el honor de acompañarlo, la comunidad monástica impulsó un conjunto de cambios extraordinarios en el metabolismo monástico que han hecho del monasterio de Poblet un referente.