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Mayores en residencia: así viven la pandemia

Por Ana Moreno Marín

Son los que más restricciones sufren desde marzo y resisten estoicos y con esperanza.
Hablar con ellos es aprender de la vida, es disfrutar de esa sabiduría que hace poso y que sabe sacar una sonrisa a pesar de la dureza de unas medidas impuestas para salvaguardar su salud. Han construido la España que hoy disfrutamos, son nuestro pasado y también nuestro presente, aunque su voz no se oye, ni parece que importe. Los mayores en residencias son, sin duda alguna, los que soportan más restricciones: sin salir, con visitas cronometradas y a distancia, con confinamientos temporales en sus cuartos, sin apenas vida social y sin abrazos. Los trabajadores de las residencias hacen todo lo posible por colmar de cariño esos vacíos, un trabajo encomiable también poco reconocido. Es más, si son noticia, lo son para mal… Pero, ¿es esa la realidad? Este es el resumen de la conversación con cinco personas mayores en dos residencias distintas de Barcelona y Teruel.
Ricardo Lorente, 74 años recién cumplidos, Barcelona. Es un «afortunado», un billete de ida y vuelta a la diálisis le permite salir de la residencia tres días a la semana, pero no le sale «gratis», se encuentra en la zona de aislamiento, es decir, no tiene contacto con otros residentes: «Solo los veo por el pasillo. Antes estaba en la sétima planta, me levantaba, me duchaba e iba a desayunar, comer y cenar con el resto de residentes, ahora lo hago todo en la habitación. No tratar con ninguno de ellos es lo más duro». Olvida esa soledad a base de teclear sus pensamientos en una máquina de escribir antigua, encendiendo la tele, leyendo o haciendo gimnasia. Pasó el virus en marzo, pero fue asintomático: «La vida te va enseñando siempre. Nunca había conocido una enfermedad tan mala, que se está llevando a mucha gente, como ocurría en la Guerra Civil. Tienes que vivir día a día, sin pensar en el mañana, porque no sabes si este virus te coge y te mata. Trato de vivir en positivo y mañana, si llego, un día más y así sucesivamente. Y si son 15 o 20 años ¡pues cojonudo!» (risas). Ricardo cree que estarán así hasta marzo del año que viene como pronto, por eso pide a los que están «fuera» que cumplan las normas, porque si nos las saltamos a la torera «pasa lo que está pasando: que el virus va creciendo», concluye.
Miguela Torán, 88 años, Teruel. Lo de Miguela es para estudio. Hablamos a través del móvil gracias a una video llamada. Menos mal porque, si no, no podría ver su eterna sonrisa. Cualquiera diría que no sale de la residencia desde marzo: «Estamos muy bien de todo, nos levantamos, desayunamos, nos lavamos, pasamos todo el día en la residencia y no tengo palabras para decir lo bien que estoy». Lo dice a la vez que reconoce que es muy camandulera, le encantaría dar una vueltecita y ponerse a hablar con alguna amiga hasta que les sorprendiera la hora de comer. «¿Pero está bien?», le pregunto. «Bien. No vamos a ir al baile tampoco» (risas). Se rompió la cadera y su hijo la trajo para recuperarse. «Me parece que va a ser la última casa que estreno», dice con sorna. Aunque Miguela reconoce que le encantaría salir ese ratico, está bien en la residencia donde tienen un jardín precioso sin igual en Teruel. «He conocido la guerra y ha sido muy mala, hemos tenido piojos y pulgas, hemos dormido en pajares y hemos visto matar al personal, eso por encima de todo. Entonces se robaba y se mataba; ahora, aunque tengamos el virus, se vive mejor». Nuestros mayores realmente están hechos de otra pasta. Quizás por eso Miguela anima a obedecer, tener paciencia, trabajar y seguir adelante.

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