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Fernando Guerrero, un ejemplo a seguir

Por Javier Rubio

Fiel colaborador de esta revista, además de autor de libros y asesor de varias colecciones en Ciudad Nueva y otras editoriales, Fernando Guerrero nos dejó el 1 de julio a la edad de cien años.
Agur Jesusen ama, birjinia maitea… Así inicia una composición de Felipe Gorriti, músico y compositor navarro de la segunda mitad del siglo XIX, poco conocido pero con una gran producción en el ámbito de la música religiosa. Los versos son un saludo a la Virgen María (algo así como: Salve, madre de Jesús, Virgen amada), y la canción es muy habitual en las misas vasco-navarras. Pues bien, con esa melodía en euskera finalizó el funeral de nuestro querido Fernando Guerrero. En Madrid estábamos en fase de desescalada y el aforo en la iglesia era limitado, pero no por menos concurrido fue un funeral menos emotivo, y su devoción a la Virgen debía poner el lazo a la ceremonia. ¡Cien años! Se requeriría una voluminosa biografía para dar cuenta de la trayectoria vital de Fernando, por eso estas líneas no serán más que el breve y merecido homenaje que Ciudad Nueva le debe, por su labor en la revista y en distintas colecciones de libros. Y por lo que a mí respecta, un profundo agradecimiento por todo lo que me ha enseñado, tanto en el ámbito profesional como en lo personal. Sin duda, un maestro. Aún recuerdo aquella vez, al finalizar un consejo de redacción, que mientras lo acercaba a su casa en coche, mantuvimos una profunda conversación: «Hay quienes piensan –dijo– que cuando se sienten mal es porque están lejos de Dios, pero se equivocan. Es entonces cuando están más cerca».

Vuelvo al funeral. Uno de sus hijos, Iñaki, lee unos párrafos que rezuman afecto tratando de perfilar la figura de su padre: «Se ha ido sin ruido, sin molestar, sin hacerse notar, humildemente; nunca ha querido sobresalir, sentir el aplauso». Cierto, en otras circunstancias la iglesia habría estado a rebosar; hasta parece que hubiera elegido dejarnos en un momento en que «molestaba» a menos amigos. A continuación Iñaki subraya tres rasgos de su padre que él mismo ha adoptado como metas: la humildad, el amor a Dios y a la Iglesia y la atención a los pobres. Sobre la humildad relata: «Cuando éramos pequeños, si alguna vez se enfadaba y perdía la paciencia con nosotros, luego nos pedía perdón; creo que eso, al menos en mí, desmontó posibles conflictos o heridas». De su amor a Dios recuerda que «ya desde niño me impresionaba verle rezar, absorto, totalmente ausente de lo que sucediera a su alrededor»; y sobre su servicio a la Iglesia menciona brevemente «la amistad, admiración y aprecio de tantas personalidades, entre ellas muchos obispos», así como importantes reconocimientos, como el nombramiento de Caballero de la Orden Pontificia de San Gregorio Magno en 1990 o la invitación a participar como auditor en el Sínodo de los Obispos de Europa en 1991. En cuanto a los pobres, recuerda que «frecuentemente los domingos después de misa íbamos al asilo de ancianos a visitar a un señor pobre que había conocido y que no tenía familia; íbamos a estar con él y hacerle compañía durante un rato».

La homilía que pronunció el padre Ángel Camino, amigo personal de Fernando, también llama poderosamente la atención: «A él los elogios en este momento no le sirven de nada, le sirve nuestra oración, el sacrificio de la misa». «Su vida ha sido tan luminosa –añade– que en los frutos de esa vida […] se perciben signos de santidad. Merece la pena que prestemos atención a su vida para poder encarnar las virtudes que él ha vivido». También Camino subraya la humildad cuando dice de Ferrando que «a pesar de toda la cultura que ha tenido, jamás presumió de esos dones que había recibido». E igualmente recuerda su servicio a la Iglesia: «No ha sido un hombre de sacristía, sino que ha sido capaz de poner toda su inteligencia, todas sus intuiciones de las distintas ramas del saber al servicio del hombre, pero con una perspectiva desde Dios y la Iglesia».

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